A propósito de una polémica en redes sociales tras cierre e inicio de obras de un centro comercial en un terreno privado que se ubica en la Avenida Carlos Schorr con Avenida Padre Guido Lebret en Talca, Diario Talca conversó con Francisco Letelier sobre el impacto de la iniciativa para las numerosas poblaciones y villas del entorno.
Francisco Letelier Troncoso es sociólogo, Doctor en Geografía Humana y académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Maule (UCM). Además, es vecino del mismo barrio La Florida de Talca.
¿Qué significa construir ciudad en un barrio como La Florida?
“Los barrios le dan sentido a la vida en la ciudad, sobre todo sentido de pertenencia y de identidad. Desde el barrio tu puedes decir, “este es mi lugar, desde aquí experimento la ciudad”. Los barrios también son expresiones de la forma en que se hace ciudad.
La Florida, como sector que contiene a diversas poblaciones y villas, tiene una historia muy vinculada al cooperativismo de vivienda que tuvo su apogeo en los años 60. La Florida emerge como fruto de esfuerzos colectivos y comunitarios.
También dejó su marca el esfuerzo de planificación que hizo el Estado, especialmente, en la distribución de las casas y los espacios públicos. La Florida es un territorio donde el esfuerzo comunitario y estatal han dado forma a un buen lugar para vivir”.
¿Cuán relevante es lo comunitario en una ciudad como Talca?
“Lo primero que hay que tener en cuenta es que lo comunitario produce riqueza social. En lo comunitario se realiza un trabajo concreto que produce bienes comunes fundamentales para el sostenimiento de la vida individual y colectiva. Así como el Estado y el mercado tienen un cierto modo de hacer las cosas, de organizar el trabajo y producir bienes, públicos y privados, las comunidades tienen un modo propio.
Sin embargo, desde 1973, las políticas públicas han venido coartando la capacidad comunitaria de producir la sociedad y la ciudad. Las comunidades han quedado recluidas en asuntos cotidianos que, si bien son importantes, las dejan fuera de las decisiones que produce la ciudad. Esto produce un desequilibrio. Hoy, por ejemplo, el mercado es el protagonista para definir qué se hace en la ciudad: qué se construye, dónde y cómo.
El Estado va detrás, facilitándole las cosas. Por ejemplo, en 2011 el concejo municipal aprobó un plan regulador que multiplicó por tres el área urbana de Talca. Muchos de los problemas de congestión que tenemos hoy en Talca tienen que ver con esta decisión, detrás de la cual hay un gran y lucrativo negocio inmobiliario. Su hubiésemos pensado desde la lógica comunitaria, de la convivencia, de cuidado del tiempo para la familia, los amigos, la vida en el barrio y la escuela, hubiésemos tomado otra decisión”.
¿Entonces qué impacto tendrá este proyecto comercial en un barrio como La Florida?
“Es un terreno privado, por lo tanto, lo que se puede construir ahí es decisión del propietario y los límites son los que pone la ley. Lo que a algunos vecinos nos interesa resguardar es que este proyecto no tenga un impacto negativo en la vida del barrio, especialmente, en la seguridad vial y en los flujos vehiculares.
En este sentido, lo que sostenemos es que el acceso vehicular al futuro centro comercial debe ser exclusivamente desde la Avenida Ignacio Carrea Pinto. Ahora, como sociólogo interesado en los temas urbanos, me parece que decisiones de inversión de este tipo, que pueden tener un impacto importante, deberían estar dentro de un plan de desarrollo de la ciudad que no tenemos.
Y aquí volvemos al punto anterior: la ciudad se va haciendo al ritmo de cada inversionista y ellos buscan la mayor rentabilidad, nada más. ¿Quién se preocupa de que tal o cual inversión aporte al conjunto?”
¿En su calidad de vecino cuál era la expectativa en torno a ese terreno?
“No puedo hablar por los vecinos. Para mí, hubiese sido ideal un proyecto que combinara múltiples usos: locales comerciales, lugares de servicio, espacio público. Alguna vez contacté al dueño del terreno y le sugerí una idea como la del centro comercial TUE que está cerca de la Universidad Católica del Maule, pero me dijo que era una inversión muy alta”.
¿Cuán disruptivos son estos proyectos en un barrio?
“Si se hacen mal, si se saltan regulaciones o no son bien inspeccionados, podrían ser nefastos. Si en cambio, respetan las regulaciones, dialogan con el entorno, y buscan hacer un aporte urbanístico o paisajístico al sector, podrían ser un buen vecino”.
¿Qué pasa con el rol de la autoridad reguladora?
“Creo que aquí hay dos cosas distintas. La regulación debe hacerse bien. Pero la regulación nunca es neutra. Siempre existen intersticios y porosidades por las cuales un mal proyecto puede avanzar. Entonces se requiere que la autoridad sea proactiva en resguardar el bien público, que para esto está.
Lo segundo, es que también hay una función política, que va más allá de la norma, y que consiste en generar condiciones y posibilidades para que las cosas se hagan mejor. En este caso, y en todos los proyectos urbanos, yo esperaría ambas cosas de las autoridades: hacer cumplir las normas con proactividad y generar condiciones para que los proyectos puedan hacer la máxima contribución posible a la ciudad”.
¿Cuál es la reflexión en torno a este caso y muchos otros similares?
“Como otros proyectos urbanos, este caso refleja la tensión constante entre intereses privados, el rol de la comunidad y la función de la autoridad. Por un lado, la lógica del mercado prioriza la rentabilidad sobre las necesidades urbanísticas, mientras que la comunidad suele quedar excluida de decisiones claves que afectan su calidad de vida. Esto genera desequilibrios en la ciudad, ya que decisiones que deberían considerar aspectos como la convivencia, el tiempo familiar, y la integración de usos diversos, se toman con criterios económicos que desatienden el impacto social y ambiental.
Por otro lado, la autoridad reguladora no solo debe garantizar el cumplimiento de las normas, sino también asumir un rol político activo. Esto implica no solo fiscalizar y aplicar regulaciones, sino también fomentar proyectos que aporten al bienestar colectivo y generen valor para la ciudad. Sin un plan de desarrollo urbano integral, las ciudades se construyen al ritmo que marcan los intereses privados, dejando a las comunidades en una posición pasiva frente a los cambios que transforman su entorno.
Proyectos bien pensados podría integrar múltiples usos -comerciales, de servicios y espacios públicos- aportando a la cohesión de los barrios. Sin embargo, la falta de planificación urbana y de un diálogo inclusivo entre las partes involucradas limita la capacidad de aprovechar oportunidades”.