«El misterio de la encarnación es uno de los aspectos de nuestra fe más sorprendente.
Creemos en un Dios que se ha entrometido en la historia humana.
En un Dios que ha venido a compartir la existencia de todos nosotros, pero más aún y radicalmente, ha venido a compartir, ha compartir la existencia de los últimos, de los postergados, de los olvidados.
Pero tiene una sorpresa maravillosa.
Este acto que, por una parte, puede parecer como una manifestación que pone en evidencia nuestras injusticias con una suerte de protesta, está revestido de bondad y belleza.
El lugar más humilde se vuelve tierno, se vuelve hermoso y nos remece por dentro. Contemplar al niño en el pesebre nos interpela, es cierto, pero lo hace dulcemente.
Nos interpela invitándonos a convertirnos.
Cada uno, personalmente, antes que denunciar o apuntar con el dedo a otro, soy yo el que tengo que cambiar.
Cambiar en esta perspectiva de valorar lo simple, de reconocer a Dios que se entromete en nuestras vidas.
Alegrarme con las cosas sencillas, y comprometerme radicalmente para procurar que los últimos, los excluidos, sean reconocidos y valorados como Dios lo hace.
Celebremos esta fiesta que tanto conmueve el corazón.
Celebremos esta fiesta que nos convoca para estar en familia o para estar unidos con aquellos de nuestras familias que puedan estar lejos.
Que nadie se sienta solo en Navidad.
Porque si Dios ha venido a estar con nosotros, entonces, no estamos solos.
Si Jesús ha querido compartir con los últimos, nadie puede sentirse solo. Que podamos expresar los afectos, el cariño que tenemos a las personas con quienes vivimos y que, tal vez, torpemente en lo habitual, no lo expresamos suficientemente.
Celebremos juntos Navidad y que el misterio del Dios hecho nombre, hecho niño pobre y excluido, nos transforme la vida.
La llene de luz y de esperanza. Nos llene de sabiduría para vivir de un modo más humano y más divino.
Muchas bendiciones y Feliz Navidad».