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OPTIMISMO DEL TRABAJO por Franco Caballero Vásquez 

Hombre empujar auto en pana hombre ser feliz, dicen los memes. Ese casi placer de encontrarse con un auto que requiere de empuje para socorrer prontamente a dicha necesidad. Si bien el reciente estudio de World Giving Index nos sitúa en el puesto 70 de 142 (Japón es el último) en ayudar a personas desconocidas, he vivido la compasión de los ángeles sin alas en muchas ocasiones, una de ellas fue cuando yendo hacia el oriente, en la hora del taco pasando por el bajo nivel antes de llegar al hospital pasé mal un cambio y se me detuvo el auto que venía con problemas de batería. En pleno trayecto y con la bocinera presionando, no me quedó más que bajarme e intentar empujar solo; no pasó un minuto cuando veo un furgón parar más adelante y una pareja corriendo hacía mí, no me di cuenta que venían a socorrerme hasta que estuvieron cerca. “¿Me vienen a ayudar?” les pregunté esperanzado, “sí pues” me dijeron y orillamos el auto. Muy agradecido los despedí mientras otro vehículo se detuvo y un joven se bajó para ofrecerme puente. Héroes sin alas, esperanzas del futuro, presupuesto del amor universal por las personas.

Ahora que se extinguió el deseo común por querer constituirnos como sujeto social, ahora que las cosas siguen igual que antes con las mismas pensiones en jubilación, sin la completa gratuidad de la educación, con el agua privada, y con el Estado como empresa, sin que haya llegado un atisbo de social democracia, podemos buscar el optimismo teórico.

Creo que distinguir los hilos invisibles del biopoder de Foucault en el que el capital no solo explota y somete la voluntad de las personas, sino que se transforma también en el modo de relacionarnos, de pensar y de incluso peor, de sentir; distinguir la estructura de ese poder abstracto, nunca visible, que nos gobierna en las sombras, nos convierte en los locos, en el monstruo, en lobos del bosque, no obstante, las historias de liberación social siempre surgen así, más cuando, una vez más, no todo está perdido.

No importa que nuestras conductas ya no sean auténticas y nos convirtamos en falsos adherentes de aquello que supuestamente anhelamos, no importa que hayamos sucumbido ante el qué dirán y la validación externa, el imperio de la imagen y la impronta de las formas; no importa que seamos fans de ser fans más que de la cuestión en sí. Tampoco importa que haya ganado el Madrid y se siga consolidando el espíritu arribista. Todo eso no importa, porque el engranaje central de las dinámicas sociales y del mercado se tornan cada vez más interactivas y movibles. El trabajo, el productor de dichas dinámicas, aquel que produce el capital, se extiende hacia las fronteras del dinamismo y la cooperación. Está todo pasando, esa es la lectura actual y optimista de la ontología del hacer.

El trabajo, cada vez más abstracto desde el postfordismo hasta hoy, advenido en obreros intelectuales, se afiata en la cooperación social, el encuentro y la interacción entre los distintos elementos de una sola empresa. El trabajo no solo produce capital, dirán estos locos filósofos optimistas, sino también -hoy- intercambio, encuentro y colectividad. Esta es la evolución del fenómeno laboral, por tanto, si el poder sustancial ha atravesado las conductas personales y sociales, también se ha vuelto propenso a articular los deseos comunes que superen la singularidad del “empresario de sí mismo” foucaultiano para dar paso a la verdadera democracia: la institución del conjunto.

Me resisto a blandir la imagen de Winston, el crítico y cuestionador del sistema que luego de su “ajustamiento” termina emocionándose con la guerra falsa que plantaba el Gran Hermano. Es que no podemos perder el valor de instituirnos. Pero para eso debemos demostrar que el encuentro no se expresa detrás del romanticismo guerrillero de las barricadas, que no en balde manifestó un cuantioso descontento, sino en el mismo intercambio con el cual progresa el trabajo actual. La misma enfermedad nos entrega la cura, o como diría el esoterismo “por la herida entra la luz”.

Franco Caballero Vásquez

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