Hoy, pareciera que Estados Unidos se dirige hacia una actitud netamente aislacionista. El carácter de su Presidente, con soberbia mal disfrazada de orgullo patriótico, pareciera decirle al mundo “no los necesitamos”, “no me interesan”. Y, acto seguido, adopta una serie de decisiones de comercio exterior que retrotraen esa actividad mundial a las décadas de mitad del siglo XX, cuando no se había escuchado aún hablar de Tratados de Libre Comercio, rebaja de aranceles, apertura al exterior ni nada semejante. El Proteccionismo, que fue pasado, Trump mediante se convierte en futuro.
El proteccionismo no es un sistema ni una doctrina en sí. Es sólo una política económica, esencialmente transitoria, implementada por países que buscan limitar la competencia comercial externa, mediante el impulso de variadas medidas que favorezcan la producción nacional y desalienten el consumo de producción foránea. Durante el siglo XX, y más atrás, se aplicó políticas proteccionistas más o menos ortodoxas, con la intención de proteger industrias, empleos y economías nacionales, de los efectos de la competencia internacional, especialmente frente a países que tenían costos de producción más bajos. Así, se establecía alzas de impuestos a las importaciones, encareciendo esa producción e instando al consumo de producción local. Otra modalidad proteccionista consistía en otorgar diversos subsidios, directos o indirectos, para hacer de los productores locales más competitivos frente a la producción importada. De un modo más directo, algunos países derechamente limitaban el ingreso de productos extranjeros, fijando cuotas, estableciendo requisitos técnicos o de otro tipo, que hacían más difícil el ingreso de lo importado. Por otra parte, esta política económica también buscaba fomentar el empleo local, proteger cierto tipo de actividad económica a la que se consideraba estratégica o esencial para la seguridad y autosuficiencia nacional. Por último, se decía que reduciendo el ingreso de producción foránea se estimulaba la investigación y creatividad productiva local.
No obstantes las supuestas ventajas del proteccionismo, redivivo desde el miércoles recién pasado con los anuncios del presidente Trump, esta política económica también tuvo notorias desventajas. Por de pronto, el incremento de los precios internos del país protegido, cuya industria ya no tenía la competencia extranjera y podía alzarlos más fácilmente. Y no olvidemos la inflación, alzas de precios mediante, que muchas veces se incrementaba más allá de lo soportable. Tampoco la invención y creatividad local fueron lo suficientemente fuertes y dinámicas, generando un atraso tecnológico profundamente negativo. Por último, los consumidores, que ya pagaban precios más elevados por una producción local notoriamente más deficiente, quedaron cautivos de una industria que no tenía reales incentivos para mejorar.
¿Quiere el Lector un ejemplo? Investigue un poco acerca de los efectos que, en Estados Unidos, provocó la Ley Hawley-Smoot, de 1930. Dicha Ley, con el loable propósito de proteger a los agricultores e industrias de ese país, en el contexto de los inicios de la Gran Depresión, dispuso un fuerte aumento de los aranceles a más de 20.000 productos importados. No obstantes sus buenos propósitos, esta norma generó una reducción de casi el 40% del comercio exterior (importaciones y exportaciones) norteamericano, provocó una fuerte contracción de la producción y el empleo, alzó increíblemente los precios, desencadenó fuertes represalias comerciales, intensificando la desconfianza comercial global, así como severas críticas al egoísmo aislacionista norteamericano.
Sin embargo, lo más preocupante no son las secuelas económicas de decisiones como la adoptada en 1930 y reeditada hoy por Donald Trump. En aquella ocasión, hace 95 años, la citada Ley se transformó en uno de los factores (no el único, ya lo sé) que impulsaron regímenes nacionalistas, autárquicos y, por cierto, fuertemente proteccionistas. El que una potencia mundial decidiera aislarse del mundo y construir un muro arancelario en su derredor, desató tensiones y desconfianzas internacionales, al mismo tiempo que en muchos países surgió una exacerbación nacionalista y el ascenso de movimientos autoritarios que ya sabemos en qué desembocaron.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho