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«¿Para qué sirve la literatura?» por Juan Mihovilovich

La literatura piensa diversamente a la filosofía o la ciencia.  Es intuitiva sin cálculo; enseña a sentir mejor; y como la especie humana tiene sentidos sin límites “No” concluye jamás (por Juan Mihovilovich)

(Crédito: Wikipedia. Tom Murphy): “No puede comprenderse la condición humana en toda su complejidad sin ayuda de la literatura”.

En su charla de noviembre de 2006 ante la catedra de Literatura Francesa Moderna y contemporánea del College de France, Antoine Compagnon establece un breve, pero acucioso estudio sobre el rol de la literatura en el curso de la historia.

Plantea, entre otras variables, algunas definiciones sobre el poder de la literatura desde la época clásica hasta visiones modernas y post modernas respecto de un rol que, como las oscilaciones de un péndulo van desde su supuesta incidencia moral, pasando por el rol irremplazable de la novela para configurar la experiencia humana y el conocimiento de sí mismo, hasta ser considerada en los períodos de la Ilustración y el Romanticismo como un remedio contra el oscurantismo religioso.

Hace claras referencias a las posturas sartreanas en cuanto a que la literatura es una fuerza de oposición, una suerte de “contra-poder” que se rebela especialmente cuando es perseguida por sus contenidos.  Y con todo se yergue como restauradora de la armonía del universo, toda vez que su unidad se garantiza por su integridad formal, siendo en definitiva un claro síntoma y remedio del malestar de la civilización.

Menciona de pasada el equívoco histórico de sojuzgar a la literatura bajo los postulados de un realismo socialista que desvirtuó transitoriamente sus postulados esenciales, básicamente su necesidad de ser ejercida libremente, sin ataduras ni sometimientos ni menos controles en pos de causas difusas y opresivas.

Recrea, en una tercera definición, el valor de la literatura a través suplir los defectos del lenguaje e ir más allá del lenguaje común.  En esa perspectiva la literatura resurge luego como aquella manifestación del arte que nos hace ver lo que no se percibe de modo natural.  Así el poeta y el novelista nos hacen conocer o reconocer aquello que está en nosotros, pero que ignorábamos por la ausencia de palabras, luego es posible desvelar una verdad no trascendente sino latente, presente más allá de la conciencia y hasta allí o ese momento inexpresable.  La literatura entonces emerge como una especie de catalizador de la lengua, la recrea, la revitaliza, la descubre en sus matices ocultos o embrionarios y resurge como algo nuevo.

Por lo mismo Compagnon menciona que el moderno poder de la literatura es un antídoto contra la filosofía, toma su relevo y la realza.  Sigue a Proust en cuanto a darle menor valor a la inteligencia, o, mejor dicho, nos hace inteligentes, pero de otro modo, ya que el dilema del arte social y el arte por el arte es caduco cuando la literatura se enfrenta a una comprensión del mundo liberada de las servidumbres de la lengua.  Así Foucault mostró que cualquier discurso era solo literatura y que por ello mostraba su estatus mediante una especie de ironía poética que superaba a los demás discursos conservando siempre su grandeza.

En ese recorrido por los tres poderes de la literatura: placer y dolor, reunificación de la experiencia y restauración de la lengua, Compagnon resume que en ocasiones la literatura ha sido subestimada, o se ha abusado de ella y no siempre ha estado al servicio de causas justas. Y por lo mismo luego de Baudelaire y Flaubert muchos escritores se han negado a reconocer a la literatura cualquier poder que no sea sobre sí misma…esto es una afirmación de su neutralidad absoluta. “La literatura no permite andar, pero permite respirar” advirtió entonces Barthes, denunciando así cualquier uso instrumental de la literatura.

Ahora bien, con Auschwitz de por medio se consideró vana la literatura, incluso culpable por no haber impedido lo inhumano, aunque Becket y Paul Celan indagaran infatigables más allá de cualquier ansia de poder.  Y se rememora allí a “Si esto es un hombre” de Primo Levi recitando el poema de Ulises y contando la Divina Comedia a su compañero en Auschwitz: “Considerad, seguí, vuestra ascendencia: para vida animal no habéis nacido, sino para adquirir virtud y ciencias”. (Comedia, Inferno, canto XXVI, 18-20)

Por ello el querer negar a la literatura cualquier otro poder que no fuera el de la recreación llegó a motivar la degradada noción de la lectura como simple placer lúdico, postura que se extendió hasta finales del siglo pasado, lo que hizo que se desconfiara de ella: era virtualmente una tramposa. Y ella, la literatura quiso responder apelando a su neutralidad, o hasta trivialidad, reprochándose su complicidad con la autoridad, el Estado Nación que había ayudado a emerger, desconfiándose en definitiva de ella por su connivencia con la dominación, manipulación y ausencia de liberación.

¿Y EL SIGLO XX?

¿Qué decir de los 3 poderes positivos de la literatura: ¿Clásico, Romántico y Moderno o de su cuarto poder Post Moderno? Era o fue el momento de pasar del descrédito al reconocimiento y de la negación a la afirmación. Era el momento de superar sus intentos de suicidio –de la literatura- y volver a su elogio, de superar el desprecio en la propia escuela y en el mundo: “Las cosas que la literatura puede buscar y enseñar son pocas, pero insustituibles -anticipaba Calvino- la forma de mirar al prójimo y a si mismo…de encontrar valores en suma…el amor, la muerte, la piedad, la tristeza, la locura, la ironía, etc.”.

Resurge la pregunta, ¿Por qué leer?” La literatura ya no es un modo único o privilegiado de tener una conciencia histórica, estética, moral…pensar el mundo a través de la literatura ya no es tan frecuente.  Ello, ¿la hace prescindible?  Sería iluso que los escritores renunciasen a su defensa e ilustración porque han surgido otras disciplinas que pretenden adueñarse de ella (el cine, por ejemplo), especialmente la historia cultural y la filosofía moral.  Por el contrario: desde hace más de dos siglos las novelas han servido de iniciación moral en Occidente, de fuente de inspiración, ya que la literatura contribuye al desarrollo de la personalidad, a la educación sentimental, a experiencias sensibles y difíciles o imposibles de adquirir en tratados de filosofías.  De ahí que la vuelta a la literatura sea fruto de un conocimiento insustituible: análisis de las relaciones personales, creencias, emociones, imaginación y acción, un compendio de la naturaleza humana, un conocimiento de sus singularidades.  Debe, en consecuencia, ser leída y estudiada porque es un medio (a veces único) de preservar y transmitir las experiencias de los otros…

Desde luego no puede comprenderse la condición humana en toda su complejidad sin ayuda de la literatura.  Por eso a fines del siglo XX la última apología occidental de la literatura fue tachada de conservadurismo, acusada de eludir los antagonismos sociales.  Pero la filosofía moral a reconocido al fin la legitimidad de la emoción y la empatía como principio de la lectura: el texto literario me habla de mí y de los otros, causa mi compasión, me identifico con los otros y me afecta su destino, sus penas y alegrías son momentáneamente las mías.

¿Y por qué leer al fin?  “Porque solo la lectura atenta (según el crítico Harold Bloom) y constante proporciona y desarrolla plenamente una personalidad autónoma”.

La literaria desconcierta, molesta, despista, desorienta más que discursos filosóficos, sociológicos o psicológicos, porque se dirige a las emociones y la empatía. La ficción reconoce la experiencia y realza aquello que los demás discursos olvidan o dejan de lado, pero que ella reconoce hasta en sus menores detalles.  Por eso según Kundera recordando a Hermann Broch: “la única moral de la novela es el conocimiento; es inmoral aquella novela que no descubre parcela alguna de la existencia hasta entonces desconocida”.

Resiste la estupidez sutil y obstinadamente busca derrotar ídolos; nos hace más sensibles y sabios; mejores personas, más humanas.  Y todo ello sin olvidar que la literaria es diferente del mundo de los Mandamientos o de las Parábolas.  Su conocimiento no es afín al conocimiento del erudito.  La literatura piensa diversamente a la filosofía o la ciencia.  Es -la literatura- intuitiva sin cálculo; enseña a sentir mejor; y como la especie humana tiene sentidos sin límites “No” concluye jamás; en cambio los discursos del conocimiento se pierden, en tanto la literatura es ejercicio del pensamiento, una experiencia de las posibilidades.

“Llega a ser lo que eres” según el susurro del Mandamiento de la Segunda Pítica de Píndaro retomada por Nietzsche en Así hablo Zaratustra.

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