Hace unos días se anunció la instalación de diez paraderos inteligentes en Talca, que permitirán visualizar el recorrido de microbuses informando también el tiempo de espera. Este avance contribuye, sin duda, al logro de una ciudad más amable para todas y todos sus habitantes. Es sabido que las personas viajan por distintos motivos, por ejemplo, visitar familiares o asistir a un centro médico. De todos estos viajes, uno de los más relevantes es el viaje al trabajo, para el cual, muchas personas dependen del transporte público. De acuerdo con los datos de la encuesta CASEN, en la Región del Maule, el promedio de tiempo de duración del viaje al trabajo fue de 24 y 26 minutos para el 2017 y 2022, respectivamente. Mientras que, en el 2017, el 24% usó el transporte público para realizar este viaje. En el 2022 esta cifra bajó al 21%. En el lado opuesto se ubica el uso del vehículo particular que fue usado por el 41% de los trabajadores en el 2017, y subió a un 51% en 2022.
En este contexto, esta iniciativa es valiosa, pero los que vivimos en Talca sabemos que aún hay espacios adicionales de mejora para incentivar el uso del servicio público. La movilidad urbana es una experiencia que involucra múltiples dimensiones como la percepción de seguridad, iluminación de calles, frecuencia de los microbuses, calidad del servicio, estado de las calles y aceras. En este escenario, trabajar por un mejor sistema de transporte que pueda tener un impacto positivo en la calidad de vida de los habitantes requiere de un trabajo adicional. Mejorando esas dimensiones se podría esperar que las personas evalúen reemplazar, al menos en algún día, el uso del vehículo particular por el transporte público. Tal efecto no sería menor en una ciudad que experimenta niveles importantes de congestión, y que aportaría a disminuir el número de autos en las calles, reduciendo ruidos y emisiones que van en línea con el objetivo de una ciudad más sustentable. Adicionalmente, se podría observar un efecto directo y positivo en la calidad de vida de los usuarios del transporte público, toda vez que es conocido el impacto negativo en el bienestar que tiene el tiempo dedicado al traslado hacia el trabajo.
Una pregunta adicional y no menos interesante es: ¿Serían estas mejoras neutrales desde la perspectiva de género? La respuesta es probablemente no. De nuevo, usando los datos de las encuestas CASEN para los años 2017 y 2022, del total de personas que usaron el transporte público para viajar a su trabajo, en el 2017 el 54% fueron mujeres mientras que el 46% fueron hombres, situación que cambia drásticamente en el año 2022, ya que el porcentaje se divide en un 63% de mujeres frente a un 37% de hombres. Que sean las mujeres quienes mayoritariamente usan el transporte público no es sorprendente, ya que este fenómeno lo observamos también en la Región Metropolitana de Santiago.
La movilidad urbana tiene una connotación de género importante, la forma en que las mujeres se relacionan con la ciudad difiere con la de los hombres, ya sea por disparidades en el mercado laboral o en el hogar, también por impactos del entorno. Además, a diferencia de los hombres, las mujeres en vez de realizar viajes simples y directos, suelen efectuar una cadena de viaje, es decir, un recorrido que une múltiples propósitos como dejar a los hijos al colegio, hacer las compras, pagar las cuentas, concepto denominado movilidad del cuidado. Aunque los términos de ciudad y movilidad sustentable suelen asociarse con prácticas que reduzcan la contaminación ambiental, se debe trabajar también para que la ciudad sea también un espacio sostenible socialmente, donde la dimensión de género no pueda estar ausente. En este escenario, todas las mejoras al servicio público de transporte apuntarán directamente a una ciudad más inclusiva y segura.
Víctor Iturra
Académico
Facultad de Economía y Negocios
Universidad de Talca