Un brillante discurso, profundamente emotivo pronunció don Guillermo Feliú Cruz al agradecer la distinción que le otorgara la Municipalidad de Talca al declararlo en la ceremonia realizada ayer al mediodía, en el Centro Español, Hijo Ilustre de Talca.
Don Guillermo Feliú Cruz dijo emocionado ante una selecta concurrencia de autoridades y familiares las siguientes palabras: “Grato don del espíritu es saber agradecer. Un acto semejante implica siempre una actitud de humildad, una de las más nobles virtudes del hombre. Pero hay también otra de igual jerarquía, la de la gratitud, sentimiento generoso del alma. Une a un hombre con otro, o con otros, en una deuda que jamás se extingue en el tiempo, en el durar de la vida, y cuyos intereses acrece cada vez más, el reconocimiento intenso de la atención, del servicio, del favor otorgado.
Y bien, al recibir por vuestro intermedio, de nuestras manos, dignísimo señor alcalde, el honor insigne con que me distingue la epónima Municipalidad de Talca, designándome su Hijo Ilustre, permitidme que os manifieste francamente que me encuentro confundido, embargado por un sentimiento profundamente emotivo, y agobiado, al mismo tiempo, por la suprema distinción que recibo de vosotros, señores concejales de mi tierra natal.
La vida talquina
En vosotros, se corporifica la existencia de la vida talquina; se resume su tradición, tan rica en su esplendoroso pasado, tan lisonjero por vuestro esfuerzo en el presente y tan auspicioso para el porvenir debido a la ruta de avance que le habéis trazado a la ciudad.
¡Qué extraña sensación la que experimento con vuestra distinción! Si mi natural modestia alienta orgullo en este trance solemne, quiero expresaros, con todo, que os agradezco de corazón el homenaje y que siento gratitud hacia cada uno de vosotros. Soy deudor a vuestra generosidad de un significativo hecho moral, y cuya apreciación os ruego me permitáis juzgar con criterio diverso del vuestro.
Debo advertiros con la más íntima sinceridad que mi espíritu, que solo me considero depositario del homenaje que en mi personificáis. Lo devuelvo a Talca, en los míos, primero que a nadie. ¿Cómo olvidar en este momento, que desciendo de las familias fundadoras de este pueblo, de aquellas que engrandecieron la vida talquina en las más diversas manifestaciones de su progreso?
Mi padre, Guillermo Feliú Gana, fue aquí en los años mozos, en los de la Guerra del Pacifico, el animador con su palabra encendida de la juventud que se enrolaba en los regimientos de voluntarios. Desde el comité “Manuel Rodríguez” alentaba el entusiasmo social que emergía poderoso de un patriotismo herido por la felonía del enemigo. Desde las columnas del Diario “La Opinión” el joven periodista dejaba de ser orador para convertirse en escritor y discutir los negocios del progreso de la provincia, otras veces convirtiese en autor dramático para exaltar las virtudes del civismo, como en el caso del drama suyo “Rosa, o amor y patriotismo”.
A mi padre
En las páginas juveniles de la revista “Lircay” recogió con curioso interés a la crónica social talquina, la tradición, el recuerdo, de hechos y sucesos animadores de la existencia provinciana. Luego, en las luchas cívicas, como soldado del viejo Partido Radical la extrema roja de sus días, organizo campañas de bien público y ellas le llevaron como regidor a la Municipalidad. Enseguida, en el ejercicio del foro, al fundarse el Banco de Talca, fue su primer abogado.
La contienda de 1891, lo alineó en la defensa de la Constitución, y le hizo sufrir persecuciones y prisiones. Se desempeñó en la magistratura como juez letrado y honró el cargo. De más de dos mil sentencias pronunciadas, solo una fue revocada por la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Talca. Muchas de esas sentencias son modelo y son parte de la jurisprudencia de nuestros tribunales. A su muerte, a los cuarenta años, el presidente de la Corte Suprema dijo de mi padre: “la magistratura ha perdido un juez justo y un hombre sabio”. No alcancé a conocer a mi padre, a quien transfiero el homenaje de que soy objeto, y lo elevo a su memoria, porque moralmente le corresponde. Mi buena madre, una mujer de entereza y de carácter, me enseñó a considerarlo como un paradigma de virtudes cívicas, y en los rasgos de su vida, en las que ellas resaltaban con resplandores de ejemplo, inspire mi conducta en el servicio público, en el cultivo de las letras y en las faenas alucinantes de la enseñanza. Debo ancestralmente a otros de los míos lo que soy. Aprendí a amar a mi Patria en el ejemplo de ellos. No puedo hablar de este sentimiento, sin recordar las vibraciones de emoción que en mi alma de muchacho, producíame las páginas de las memorias sobre las campañas de la Independencia, escritas por mi bisabuelo, el sargento mayor, Rafael Gana y López.
Avanzando en el tiempo, mi abuelo Mateo de la Cruz Cañas, al defender como soldado las instituciones nacionales amenazadas por la revolución de 1859 en el sitio de Talca, me enseñó en su ejemplo cuánto vale el respeto a la ley sobre la violencia del caudillaje.
Son a estos hombres, pues, a quienes yo ofrendo vuestro homenaje, porque soy hijo espiritual de su conducta, heredero de la tradición que ellos me dejaron y que respetuoso del pasado por mi condición de historiador y de maestro, he cultivado con delicado afecto. Todavía flotan en confusión en mi mente otros nombres que me señalaron el camino del deber. Uno de ellos es el de mi madre. Y hay otro, señoras y señores, que yo piadosamente evoco con alegría, dolor, con amor y ternura, con pesadumbre y desconsuelo; lo invoco con el murmullo silencioso del rumor de una plegaria. Ese nombre es el de mi mujer, santa, buena, pura y tierna. La recuerdo porque en las horas de cansancio y decaimiento supo alentarme con la fortaleza de sus dulces energías. Anhelo que su sombra me acompañe en el acto más solemne de mi vida pública”.