Tal vez una de las características de nuestra época, sea el valorar más las diversidades culturales existentes en los pueblos y territorios. Constituyen un rico y variado patrimonio. Corresponde a una comprensión más amplia del “patrimonio” que no queda reducido a “monumentos” ni a objetos o piezas muebles, de cuyo patrimonio no hay duda, pero lo son, en cuanto las comunidades los reconocen y aprecian como tales, por la significación histórica, estética y social, mediante la cual se apropian como expresión suya de identidad.
Junto al patrimonio edificado y material, crece la consciencia sobre el “patrimonio inmaterial”, de las prácticas y ancestrales saberes, las costumbres locales, danzas y fiestas, manifestaciones genuinas del alma popular. Entre tal “patrimonio inmaterial”, no puede olvidarse, el patrimonio religioso que las comunidades en sus territorios, conservan y cultivan con esmero y que son expresión de fe viva. A veces por incorrectas versiones científicas y tecnológicas o prejuicios, se mira en menos estas manifestaciones, al considerarlas rémoras de periodos oscuros… Sin embargo, justamente en la era de la globalización, viene dándose el redescubrimiento de los saberes y prácticas ancestrales. Esta dimensión humana tan arraigada de prácticas rituales, del sentir y vivir la memoria de la fe, transmitida y vivida en nuestro continente por generaciones, se hace patente en medio de la sociedad pluralista.
Imposible desconocer hoy en la región el temple del baile en el Santuario del Lora, que el pueblo realiza festivamente por siglos. Tampoco podemos ignorar la convocatoria de miles de peregrinos al Santuario de la Inmaculada de Corinto, o en la parroquia San Ambrosio de Chanco, para celebrar a la Virgen de la Candelaria. Junto ello, tenemos la manifestación popular masiva en la Huerta de Maule el 4 de octubre, para la fiesta de San Francisco. Grandes convocatorias religiosas en lugares y templos considerados sagrados, obedecen a la significación trascendente que el pueblo sencillo reconoce y vive mediante la experiencia de lo santo, en la veneración de testigos, la Virgen María y la honra de los misterios de Cristo.
Así, hay lugares cuya significación especial rememoran la fe cristiana popular, de los antepasados y vigente en el presente, donde la celebración reúne lo divino y humano, el esfuerzo y el reposo. Son muchas las comarcas que aún conservan símbolos sagrados y que reavivan la fe sencilla en el corazón de los peregrinos. Pienso, por ejemplo, cómo en el embalse de Bullileo, en la precordillera de Parral, los lugareños plantaron una cruz, como emblema de fe. Así, el conjunto de las prácticas rituales vividas en los rincones apartados de los centros urbanos, donde el saber campesino mantiene vigilancia junto a los ritmos de la naturaleza, obran vivamente el recuerdo del sentido de la presencia divina y sagrada de Dios.
Hoy la Semana Santa culmina con el cántico jubiloso que proclama al Resucitado, Cristo, vencedor del pecado y la muerte. La proclama alegre se extiende por diferentes poblados y localidades. Padres, jóvenes y niños, después de asistir al “vía crucis” en cada lugar, celebran luego la Vigilia de Pascua, en algunos casos, hasta en los hogares. Las comunidades con cirios encendidos festejan a Cristo luz, que triunfa sobre las tinieblas. No faltan los cantores populares en vigilas con décimas recitadas de pasión y resurrección o la presencia de “rezadoras” o “rezadores y cantoras, que guían a las pequeñas comunidades, a recorrer y conmemorar las hazañas salvadoras consignadas en los textos bíblicos.
Son profundas las expresiones arraigadas en el corazón, la sensibilidad e inteligencia popular. Hacen vigente la vocación trascendente y eterna del hombre y la sociedad, orientados más allá del tiempo. Sin desatender las encrucijadas históricas, ni las urgencias de cada jornada, la fe cristiana viva y popular, alienta siempre la esperanza confiada, que da sentido a todo quehacer, vivir y padecer en el mundo, mediante el amor genuino y la entrega generosa. Como sabia nutre al pueblo creyente, porque tiene hondas raíces. A la Iglesia y los cristianos, corresponde mantener la lámpara encendida de este patrimonio religioso.
Horacio Hernández Anguita
Fundación Roberto Hernández Cornejo