Estuve resignado cuando supe que la inteligencia artificial, en su modalidad de buscador tipo Chatgpt había derrotado a Google, puesto que este último se había convertido en un simple archivador de links. Asumí que la ausencia burocrática del Chatgpt permitía ser directos con la búsqueda al punto de poder conversar directamente con un sujeto artificial que te permite extender tus inquietudes, fortaleza de esta nueva tecnología.
El Chatgpt vino a superar al viejo y clasificado Google, así estimaba. Sin embargo, no contaba con el poder del navegador empresarial que sabe siempre “adecuarse a los tiempos”: Google adquirió su propio sujeto artificial e incorporó Gemini, su buscador tipo Chatgpt que aparece como primer resultado de búsqueda y luego más abajo sus famosos links.
Todo esto al estilo Google, una empresa de prestigio, innovadora y popular como Coca-Cola de la cibernética. Google se impuso a la nueva y amenazante tecnología, se impuso incorporándola, y ahora el buscador más popular del mundo fluye renovado, con un nuevo atributo, donde aquel viejo mueble que estábamos desahuciando, se convierte en ese auto que enchulado no pierde el toque.
Google tiene 26 años, pero ha madurado, ya no es un jovenzuelo, ya no discute cada derecho ni legislación, ahora avanza como un buque, frondoso y macizo por un sendero tranquilo, productivo y seguro. Pertenece al máximo tridente de la publicidad digital junto a Meta (Facebook, Instragram, WhatsApp) y Amazon. Me recuerda a Horst Paulmann, que decora el jardín del uróboro, comenzó con un simple restaurant llamado Las Brisas en Temuco para terminar como consorcio empresarial Jumbo-Easy-Paris, donde se debería incluir además el Costanera Center.
Un verdadero emprendedor, que a pesar de que su padre era nazi, y que huyeron de Alemania en 1946 -según Wikipedia- para llegar a Buenos Aires, trabajar como telefonista antes de llegar al sur de Chile, o de todo lo que se puede especular respecto a su relación con el ex líder de Colonia Dignidad, separando todo eso, dejó al país un querible supermercado, prestigioso y de buenas prácticas. Su vida terminó mientras dormía, cambió un sueño por la realidad y dejó este mundo hace unas semanas quien en 2018 fuera el segundo hombre más rico de Chile, según la revista Forbes. Una vida, me imagino, similar a Anthony Hopkins en “¿Conoces a Joe Black?”
En la otra cara de la moneda, quién iba a pensar, quién de los optimistas del siglo de oro en Grecia iría a pensar que en el futuro, en quince siglos más adelante iban a estar los abuelitos, los jubilados de la tercera edad arrodillados ante las autoridades pidiendo mejores pensiones. Y quién pensaría además que dicha demanda duraría tanto tiempo sin ser resuelta. Por eso ser un activista, un trabajador, un buscador, un ciudadano activo, un opinador en la mesa es ser un sujeto ontológico, un ser que abre nuevas ramas, nuevos rizomas delezianos para transformar lo intacto. Sabemos que el mundo se torna apático, pero no deja de ser nuestro espacio de acción, nuestra meseta.
Y es que hasta el momento las únicas victorias verdaderas para la sociedad civil en el aspecto político es lograr avances en materias como por ejemplo las pensiones de los jubilados. Por eso entonces ya no importa quien gobierne el país cuando los cambios son tan poco sustanciales, sobre todo en la inflación del tiempo cuando cuatro añitos no son nada.
Un periodo de gobierno radical de izquierda o de derecha, no profundiza en grandes transformaciones; esto hace perder relevancia a quien gobierne, por mucho que lo mediático haga de las elecciones presidenciales el gran asunto. Menos ahora que hemos aprendido el valor de las constituciones.
La nación cambia de presidentes como cambia de zapatos, pero ¿cuándo cambia como nación? La democracia es permitir que el poder no se torne intacto. La democracia es el capitalismo dice Wendy Brown, como si el Estado fuese Google o el Jumbo, porque avanzan infranqueables por el tranquilo sendero del status quo. Y no, no se trata de terminar con el Estado, se trata de convertirlo en una democracia verdadera, donde los presidentes pesen mucho menos que la voluntad cívica, y donde la nación no se conduzca como una empresa.
Franco Caballero Vásquez