El pasado viernes 30 de julio se realizó en Chile, por noveno año consecutivo, la marcha a favor del aborto libre, seguro y gratuito; acción instaurada en el año 2012 para hacer presión sobre la necesidad de despenalizar el aborto, en un momento en el cual éste estaba penalizado BAJO TODA CIRCUNTANCIA.
En 2014 llegué al hospital con mi madre y mi pareja por una hemorragia, me desmayé. Mi nivel de anemia estaba en las nubes; no sabía que estaba embarazada, mucho menos que estaba pasando por un aborto; tomaba píldoras anticonceptivas, que luego dejé por un riesgo de cáncer, y además mi última menstruación había sido justo hacía un mes. Tuvieron que pasar días antes que un médico con buena voluntad y de manera particular me hiciera una orden para un legrado, porque en aquella fecha el aborto aún era penalizado bajo toda circunstancia. Qué decir del trato recibido, incluyendo a una enfermera que dijo: “Ya se despertó la falsa anémica”.
Mi caso, el más privilegiado entre millones, no tiene comparación con el vivido por otras compañeras. Recuerdo cientos de historias de mujeres que debieron llevar un embarazo a término a pesar de que era imposible que el bebé sobreviviera una vez fuera del útero. Por ejemplo, el caso de Alicia, quien debía encogerse de hombros y explicar cada vez que alguien la felicitaba por su embarazo, que su bebé iba a morir una vez que ella diera a luz. Y, además, soportar la cara desfigurada de la persona que le había preguntado, intentando esconder su vergüenza o el desconcierto.
También recuerdo y con excesiva emoción el 14 de septiembre de 2017 cuando fue promulgada la Ley Nº21.030 que regula la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo; estaba en mi casa y había sol; estaba profundamente feliz y esperanzada. Pero esta ley llegó demasiado tarde para Alicia y los otros cientos de mujeres que debieron cargar durante 9 meses con un embarazo sin final feliz. Pero dentro de mí lo sentí como un logro personal, se me erizó la piel, llamé a una amiga y lloramos juntas.
Y aunque sólo se despenalizaron tres causales, las más básicas establecidas en las convenciones internacionales de derechos humanos (Peligro para la vida de la mujer; Inviabilidad fetal de carácter letal; Embarazo por violación) fue un gran paso en un país que aún vive en el medioevo en términos de justica para las mujeres.
Pero la ley no solucionó el problema, al contrario, profundizó las grietas de una sociedad que no se cansa de culpabilizar a las mujeres. Las tres causales dan solución a menos de 2.500 casos al año, en un país donde se calculan entre 150.000 y 180.000 abortos clandestinos al año.
En 2018, estando en la Universidad una estudiante se acercó y me pidió permiso para irse a casa antes de comenzar la clase. Le dije que no era necesario, que era adulta y que podía retirarse sin problemas. Pero ella estaba angustiada porque haríamos un pequeño taller evaluado y no tenía cómo justificar su ausencia. La verdad es que ella se veía mal, así que le dije que sería muy bueno que descansara y que no se preocupara por la nota. Era obvio que no estaba bien. Se me acercó y con los ojos un poco nublados me contó que hacía tres semanas estaba con un aborto retenido, pero no le habían querido hacer el legrado; su vida no estaba en riesgo, no había sido violada y su feto ya estaba muerto; simplemente no cabía dentro de las tres causales. En 2019, en un taller sobre género y participación ciudadana, una mujer adulta nos contó a quienes ahí estábamos, que llevaba dos meses con su feto muerto. Tampoco habían querido hacerle el legrado. Nuevamente las tres causales no aplicaron.
Y es simple y no resiste mayor análisis: Las tres causales no bastan. Somos miles las mujeres que hemos pasado por un aborto y nuestras causas no caben en la ley. Y lo más importante: una mujer que desee abortar lo hará igual, con o sin ley. Basta que tengamos acceso a información, recursos y una red de apoyo y contención para practicar un aborto seguro en nuestras propias casas, y siguiendo las indicaciones del manual para el aborto seguro de la Organización Mundial de la Salud.
Porque al final del día, son las mujeres sin recursos o sin información o sin red de apoyo, las enjuiciadas, encarceladas o muertas por abortar. Mientras, como dijo la otrora ministra de Salud Helia Molina: «En todas las clínicas cuicas, muchas familias conservadoras han hecho abortar a sus hijas», y la vida sigue igual.