Los Cientistas políticos saben que, cualquier régimen sacudido por algún escándalo, anhela algo que distraiga el foco y desvíe la mirada de la atención pública, permitiendo que se hable de otra cosa. Algo que cambie la agenda, como dicen los medios. Esto, en Chile lo sabemos. Es que cada vez que un gobierno de izquierda está en problemas, pensemos en Lagos enfrentando los sobresueldos (el caso MOP Gate) o Bachelet, con las pillerías financieras de su hijo (y de su nuera) buscan, con desespero, ese factor de distracción. Entonces, se recurre a la dicotomía que ponemos en el título. Es una receta que no falla. Si lo que se quiere es catalizar las menguadas fuerzas que le apoyan, es cosa de tratar de revivir a uno de los dos personajes. Sea para rendir homenaje, la figura de Allende es ideal para las izquierdas que, juntos como hermanos, olvidan así sus diferencias. Sea para aglutinar fuerzas díscolas, uniéndolas en el recuerdo de dolores y rencores, nada mejor que recurrir a Pinochet. Ambos personajes de nuestra Historia cumplen su rol distractor mejor que cualquier inundación, festival de la canción o fuegos de artificio (para ser honesto, también sirven los cometas, ¿se acuerdan?)
Este año, cuando se cumple medio siglo del golpe de Estado que terminó con el gobierno de Allende y dio inicio al de Pinochet, la ocasión parecía inmejorable. Democracia vs Dictadura es casi una marca registrada porque permite, sin entrar en mayores análisis, que hasta el más distraído de los ciudadanos distinga dónde están los buenos y dónde están los otros. Nada mejor para catequizar a la feligresía política que presentarle las cosas digeridas, clasificadas y ordenaditas. En blanco y negro, para que nadie se equivoque. Maniqueísmo le llaman también.
El Presidente Boric nunca ha ocultado su admiración a Allende. Cita sus discursos, comenta su trayectoria y homenajea su figura. Para él, es un ejemplo. Y a los ejemplos se intenta seguirlos (¿sería por eso los indultos a la “primera línea”, como los de los “jóvenes idealistas” que indultó Allende?). Seguramente soñó con hacer de su gobierno una nueva oportunidad de lograr los objetivos fundamentales del gobierno de Allende (¿será por eso que pretende que el litio sea el nuevo “sueldo de Chile”?). Por eso los libros, los documentales, las series de televisión y los actos conmemorativos que intentarán revivir hechos, personas y situaciones completamente ajenos a la inmensa mayoría de chilenos que aún no nacían para aquellos días. La idea, creo yo, era mostrarse al mundo entero como los “nietos” de Allende, que toman sus banderas y las llevan a lo alto. Emocionante. La idea, también, era situar los mil días de Allende como años luminosos, tras los cuales sobrevino la oscuridad, la miseria y el desamparo popular. Y más tarde, además, no olvidemos que vinieron los vilipendiados “treinta años”.
Sin embargo, quiso el destino que, faltando 80 días para la fecha conmemorativa, las cosas se desordenaran un poquito. O harto. Porque esta generación gubernamental, la de los estándares morales superiores, está en problemas. La corrupción que inunda oficinas, fundaciones y quién sabe qué otros espacios copados por aquellos que se presentaron como jóvenes puros, plenos de ideales y valores, está recién apareciendo. Pareciera que el anhelo de superar la “vieja política”, dejando atrás sus vicios y corruptelas, les duró lo que tardaron en situarse en las altas esferas del poder y presupuestos transferibles a sola firma. Ante este panorama de desoladora corrupción, es probable que el “abuelo” no estuviera muy contento con la conducta de sus “nietos”.
Cuando nos aproximamos a la conmemoración de este hito histórico, convendría más el análisis sereno de aquel hecho y visualizarlo como el dramático desenlace de un gobierno que no entendió que los cambios sociales forzados, a contrapelo del sentir ciudadano y de las grandes mayorías, nunca terminan bien. El Presidente Boric perderá la oportunidad histórica de situarse, esta vez sí, en el sitial superior de quien entiende la necesidad de la unión, por sobre la discordia. El Primer Mandatario debiera convocar, acoger e invitar a todos a superar, de una vez por todas, esa fecha. No profundizar las diferencias ni revivir los resquemores. Si así lo hiciera, tal vez podría, en parte, superar el mal momento que transita. Si no lo hace e insiste en relevar una visión sesgada, parcial y sectaria de aquel día, lo más probable es que deba conformarse con representar a la escasa minoría que aún cree que Boric está destinado a “cambiarlo todo”.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho