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¿Qué hacer frente al incumplimiento de lo prometido?

Cada vez que hay elecciones presidenciales surge el tema de los programas presidenciales, los cuales se asume que contienen las políticas y acciones que se proponen implementar los candidatos.

En algunos casos no son sino grandes ideas gruesas, donde todo cabe, así como en otros serían un listado de medidas concretas a adoptar, también están quienes incluyen o combinan acciones con un alto nivel de abstracción junto con acciones físicas concretas. Un ejemplo paradigmático de esto último fueron las primeras 40 medidas que en 1970 Allende comprometió implementar una vez instalado en el gobierno.

No solo permiten que la población se informe respecto de lo que harían los candidatos en caso de ganar, sino que también sirven como ayuda memoria, una suerte de torpedo para los propios candidatos allí donde deban exponer lo que piensan hacer si llegaran a contar con la voluntad mayoritaria de la población para acceder a la presidencia.

En uno de los últimos estudios previos las recientes primarias presidenciales sobre los programas de los candidatos en carrera, un mapa lexicográfico reveló que los programas de los candidatos de un mismo pacto no eran tan similares entre sí, como cabría esperarse. Este mismo estudio también reveló que entre algunos candidatos de distintos pactos no había tantas diferencias como uno se habría imaginado.  El papel aguanta todo.

En concreto, los programas presidenciales, se asume que deben iluminarnos respecto del país que se quiere y los caminos para alcanzarlo. Sin embargo, ese objetivo suele no cumplirse, o solo se satisface muy parcialmente. Claro, otra cosa es con guitarra. El problema reside en que no se hace alusión a las restricciones de tiempo y recursos con que se habrá de gobernar. Como consecuencia de ello, las frustraciones, las rabias, los enojos y los reclamos se abren paso. Cuántos gobiernos no han iniciado su quehacer oficial bajo determinadas banderas abandonándolas a medio camino por los más diversos motivos. Ya sea por no tener la voluntad o capacidad suficiente, por la necesidad de adaptarse a la medida de lo posible, porque los poderes fácticos no se lo permitieron, o sencillamente porque el programa fue diseñado como herramienta publicitaria para que no se diga que no hay programa. De hecho, son contados con los dedos de la mano quienes los leen.

No obstante, todo lo señalado, no existe candidato alguno que se haya planteado no disponer de un programa de gobierno. Se asume que algo dicen. Sin embargo, debieran ir más allá, no solo deben decirnos algo, sino que deben ser compromisos a cumplir de verdad. No puede ser que los programas sean meras palabras que se lleve el viento y aquí no pase nada sin el más mínimo respeto a los electores. Éstos no pueden pasar por alto que se diga una cosa y se haga otra.

La única manera de que no se nos tome el pelo es exigiendo. Es necesario dar un paso hacia una mayor responsabilidad por respeto a los electores. No puede un gobernante incumplir su propio programa sacándose el pillo como si nada. Los electores deben exigir que quien los conduce se haga responsable del cumplimiento del programa prometido. De otra forma ocurre lo que estamos viendo, ausencia de credibilidad, desconfianza que se expresa por la vía de la abstención, de la marginación, porque al final del día daría lo mismo votar o no votar. Todo esto no hace sino debilitar la democracia y al país.

A propósito del tema, un primo me hizo recordar una expresión que se imputa a quien fuera presidente de los EE. UU., Franklin Delano Roosevelt, quien consciente de la necesidad y responsabilidad de cumplir con lo prometido, afirmó “make me do it” que traducido literalmente significa “háganmelo hacer”. Es así como en una manifestación de protesta, los dirigentes sindicales le solicitaron que cumpliera lo que había prometido en su campaña en relación a abolir la disposición por la cual los negros no podían ser admitidos en las empresas de los contratistas que trabajaban con del Departamento de Defensa. Ante la solicitud, Roosevelt les consultó qué pasaba si no hacía nada.  La respuesta fue tajante: si no hace nada haremos una marcha multitudinaria, de 100,000 personas. Al otro día Roosevelt firmó el decreto que obligaba a la contratación de personas de color.

Con su conducta, Roosevelt no hizo otra cosa que pedir que lo presionaran, que lo forzaran a cumplir con lo que en su momento había prometido, que no dejaran de recordárselo, que lo ayudaran a cumplir lo prometido porque al otro lado había grupos fácticos, subterráneos estaban remando en sentido contrario.

En síntesis, para que se cumpla lo que se promete, debe exigirse sin ambagues su cumplimiento, puesto que de lo contrario se nos seguirá vendiendo humo.

 

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