Seguramente a Ud. le ocurrió, igual que a mí y a muchos otros, percibir la admiración, mezclada con un poquito de envidia, que muchos extranjeros sentían por la sociedad chilena, hace algunas décadas. Viajando a países vecinos y un poco más allá, uno podía apreciar que la imagen que se tenía de nuestro país era envidiable. Decían que Chile era un país económicamente progresista, que crecía a un ritmo acelerado, todo lo cual atraía cuantiosas inversiones; que el sistema educacional tenía un nivel destacado, lo que motivaba el interés de muchos por hacer estudios superiores en Chile; que nuestras ciudades eran limpias, seguras y ordenadas, lo cual nos convertía en un destino turístico tremendamente atractivo; que la administración pública era eficiente y con alta probidad, que en Chile no existía la corrupción endémica que se observaba en otros países latinoamericanos. También motivaba admiración y un poco de la ¿sana? envidia que yo refería, el que en Chile los niveles de delincuencia estuvieran acotados, que las policías brindaran seguridad y confianza y que el sistema de justicia, aunque lento, fuera ejemplo de rectitud y firmeza. Y, por último, en el contexto latinoamericano, que nuestros gobiernos, especialmente tras la restauración plena de la democracia, fueran ejemplo de probidad, eficiencia y altura de miras, cuando, allende Los Andes, campeaba la corrupción, el escándalo, la crisis económica y la inseguridad.
Todo lo anterior nos lo decían continuamente los latinoamericanos, cada vez que se tenía la ocasión de visitarles o recibirles por acá. Yo lo viví y, probablemente, el Lector también tuvo esa experiencia. Por eso, y parafraseando a Vargas Llosa, yo me pregunto ¿cuándo se jodió Chile? ¿Cuándo dejamos de ser una sociedad progresista, emprendedora, honesta, eficiente, limpia, decente y segura, cuándo dejamos de ser aquel país que motivaba admiración y anhelos?
Porque de los comentarios admirativos que recibíamos habitualmente poco queda hoy. Casi nada. ¿Nos envidian nuestra seguridad ciudadana o escasez de delincuencia? ¿Admiran nuestro (de)crecimiento económico? ¿Chile es, hoy, ejemplo de probidad, honestidad y escasa corrupción? ¿Los turistas pueden pasear por nuestras calles con la confianza y seguridad con que lo hacían hace décadas? ¿Son nuestras ciudades el ejemplo del orden y limpieza de hace algunos años? (¿Ha viajado Ud. en el Metro santiaguino hace poco?) ¿Exhibe Chile bajos índices de corrupción, ausencia de malas prácticas, y transparencia administrativa? ¿Nuestras escuelas y liceos, son ejemplo de alta calidad, rendimientos óptimos y ejemplo de valores cívicos? Nuestros hombres (y mujeres, por cierto) públicos, ¿son el paradigma de la dignidad, integridad y rectitud de figuras como Frei Montalva, Aylwin y otros cuantos?
Si sus respuestas, igual que la mía, nos sumergen en la desazón y el desencanto, es que la pregunta de Vargas llosa es válida, especialmente para el Chile actual. No se trata de buscar y cazar culpables. En los procesos sociales de decadencia nunca hay un sólo factor de deterioro. La culpa, si queremos llamarle así a la multiplicidad de factores que inciden en el declive señalado, es compartida. Con mayor o menor participación, pero compartida. Sea por acción directa, que la ha habido, sea por omisión, que también ha existido, sea por desidia, las más de las veces, lo cierto es que el progresivo declinar social al que aludo nos involucra a todos. Al empresario que ofrece una coima y al burócrata que la acepta; al profesor que no quiere hacer la clase y al alumno que no quiere asistir; al sagaz abogado que busca el resquicio más ladino y al magistrado que mecánicamente la acepta; a la autoridad que decide según la encuesta y al ciudadano que vota según la propaganda.
Las sociedades progresan lenta y laboriosamente, sumando voluntades y generando una conciencia colectiva de emprendimiento, esfuerzo y perfección. La Historia nos muestra, a lo largo y ancho del tiempo y de la geografía, ejemplo de grupos humanos ambiciosos y dispuestos. Pero, a la vez, sabemos que la decadencia, el retroceso y la involución social es, muchas veces, imperceptible e irrefrenable. ¿Volveremos a ser el país admirado y envidiado de Latinoamérica? ¿Aún estaremos a tiempo?
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho