Escribo esto sin una bola mágica que me permitiera saber, anticipadamente, cómo votamos los millones de chilenos convocados a este nuevo plebiscito. Pero, pese a la carencia de artilugios adivinatorios, la experiencia, que ya sabemos que es la madre de la sabiduría, me permite decir que, esta noche, todos se presentarán como ganadores.
Y no se trata del espítiru navideño que, súbitamente, insufló en el pecho de los votantes el deseo de dar a cada político un obsequio anticipado. Tampoco se trata de que por una vez, el anhelado consenso hizo que todos nos pusiéramos de acuerdo y se lograra la magia de que los extremos se aproximen, como alguna vez lo predijo Parra (“la izquierda y la derecha unida, jamás serán vencidas”). Nada de eso. Lo que esta noche presenciaremos será otra cosa. Será una nueva versión de la vieja costumbre de que, a la luz de los fríos datos cuantitativos, se inicia el desfile de argucias, sofismas y variadas contorsiones, con las que se trata de maquillar la verdad y demostrar que el triunfo adversario no es tal y que la derrota propia tampoco lo es.
Pero insisto en la pregunta del título: luego del escrutinio y después de saber la opción con mayoría, ¿quién ganará?
Si llegase a ganar el “A Favor”, el país tendrá una nueva Constitución. ¿Cómo se le llamaría? Dependiendo del proceso de calificación y de lo expedito del decreto promulgatorio, habría de ser conocida como la Constitución de 2023 o de 2024. Pero, de acuerdo a los apelativos que le han asignado detractores y partidarios, también podría ser conocida como “la Constitución de Kast” o “la Constitución de la seguridad”. Sería más moderna, más larga, con mayor énfasis en políticas públicas y, por sobre todo, más democrática. Fruto de un largo y tormentoso trayecto constituyente, con redactores elegidos y con refrendo ciudadano. Con ella daríamos término a unos tiempos de inquietud, que se alargaron mucho más allá de lo conveniente.
Y si llegara a triunfar la otra opción, “En Contra”, mantendremos la Constitución actual. Con su carga de críticas, pero con su validación en el ejercicio de múltiples gobiernos democráticos, con la firma de Ricardo Lagos, pero con el recuerdo de su origen. La Constitución de 1980, según algunos, la de 2005, según otros. La “Constitución de la libertad” o la “Constitución de los cuatro generales”. Una Carta Fundamental que, a fuerza de ella misma, permitió la restauración democrática, amparó un desarrollo económico espectacular y la consolidación de una sociedad cuyas aspiraciones fueron más allá de lo posible. No obstante, temo, con esta opción no habrán de apaciguarse las ansias refundacionales que inflamaron la Convención de triste recuerdo.
Y ¿quién perderá? Esta respuesta la tengo más clara.
En cualquiera de los escenarios posibles, el gran perdedor será el oficialismo, particularmente el Primer Mandatario quien, de triunfar el “A Favor” tendría que promulgar, con pocas ganas y muchas reticencias, una Carta Magna que no sería, ni cerca, la que imaginaba cuando llegó a La Moneda. En todo caso, ya debe estar acostumbrado a que nada salga como él soñó. Y, si llegara a ganar la opción “En Contra”, tampoco sería una ocasión muy feliz para el Presidente, que tendría que conformarse con seguir ajustando su gobierno al marco institucional del que tanto abominó (que prometió guardar y hacer guardar) y resistir las ganas de iniciar un inaudito tercer proceso constituyente. Ambos escenarios configurarían un ambiente de derrota, apenas disimulado por las ambigüedades, circunloquios y maromas verbales con que la ministra vocera tratará, con dientes apretados, de explicar que esta tercera derrota oficialista no es tal.
Por mi parte, me adelanto a interpretar el resultado que conoceremos esta noche, señalando que hoy el gran ganador será el sistema democrático que, puesto a prueba por la ciudadanía, le ha dado al país una Constitución como la que los chilenos quieren. ¿No les parece?
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho