Me falta un poquito más de voluntad, una cuota más de gracia para tomar el celular y tirarlo al Piduco. Me falta aún más voluntad, una gran cuota de coraje para tomar mi celular y el de mi hijo e ir a tirarlos los dos al río Claro. Yo lo sé, nunca duermo mejor como cuando paso las últimas horas leyendo un libro, ojalá algo liviano que además entusiasme y me dan ganas de que llegue esa hora. Si tuviera más energía podría acostarme a escribir como lo hacía de niño, anotando todo lo acontecido durante el día, ahora solo me basta con registrar en el habituario lo que hice en la jornada. Pero no, sigo aquí avanzando por la vida tal y cual como ella quiere, aunque no como a mí me gustaría.
Es que lo que “yo” quiero es una reflexión siempre atingente, ya que aquello que quiero se enfrenta con lo que realmente quiero, y eso es una distinción muy grande, extendida por la —cada vez más— energía común que embriaga mi deseo de la atmósfera de lo público. Distinguible en nuestros tiempos en lo “políticamente correcto” que se ha llevado hasta el humor. Y si bien la dualidad entre aquello que me hace ser parte de la sociedad, como cuestión política y que adecúa mi modo de ser, se contrasta con mi profunda voluntad personal, con el «conatus» de Spinoza en cuanto a interés real por constituir mi existencia, desarrollar mi aura particular para entenderme como una singularidad. Esta condición que tenemos por descubrir cuáles son nuestros verdaderos anhelos, desapegados de toda moral u mainstream global, es un acto de verdadera liberación para conducirnos por una intuición propia en un mundo que produce normas de formas de ser que resultan hegemónicas y obstruyen la antorcha molecular, la micropolítica. Es lo que Kafka decía “no edites tu alma de acuerdo a la moda”. Esto es lo que deberían atender los liberales que tu deseo ya no te pertenece, es simple biopolítica, pero eso es otro tema.
Ir a tirar el celular al río claramente sería algo mucho más radical que sencillamente desligarme de la moda conductual, intelectual o sensorial de nuestros tiempos, sino más bien sería una renuncia a globalizarse, una liberación para salirse del mundo, y “descontaminarse”. ¿Cómo sería volver a los inicios de la cibernética y decir “me voy a conectar” en vez de ser parte del 76% dependiente del celular (nomophobia estudio) que nos tiene conectado de antemano? Recuerdo cuando tenía 21 años escribí en un blog el acto de rebeldía que sería sacar la tele de la pieza. En esos años escribí:
“Y ahora que tenemos tantos libros, por qué no mejor perder el tiempo en ellos y no en la televisión. En realidad, es un acto de gran valentía porque el temor existe. El temor a convertirme en un ser opaco y desligado de la realidad y ya no diría “filete” sino “impecable”. Bueno debe ser una tontera, no creo que eso ocurra”
Increíble que haya sucedido tal cual como predije. Ese año saqué la tele. No sé si me volví un ser opaco, pero sí que dejé de decir “filete” y cambié a “impecable” o “estupendo”. Es que tampoco nunca he entendido ese gusto de ser tan descuidado con todo lo que uno puede manejar, y sobre todo decir. O pensar. Lo importante es que sí saqué la tele aquella vez, fue un acontecimiento ahora que lo recuerdo, no había celulares tan demandantes en ese entonces por lo que me absorbí por la visión de las cosas no tecnológicas, excepto el equipo de música con un parlante en cada lado de la cama que me envolvían en una conexión musical que una vez hizo que se me saliera el corazón por el hombro. Fue tan real esa sensación. Y claro, para conectarme prendía el computador. Eso anhelo ahora, el detox digital.
Vuelvo a sentir el llamado, solo que hoy en día es mucho más radical, más difícil, pero a diferencia de mis 21 no siento ningún temor por lo que me pueda convertir, más bien siento entusiasmo, alegría, esperanza por volver a vivir como era antes cuando la noche envolvía tan lentamente el patio como una once en casa de mis abuelos. El problema soy yo, lo sé, porque podría controlar el uso del aparato como exige mi papá. Pero no, yo no soy así, prefiero actuar a pesar de mí mismo, condicionado por mi persona, anticipado a mi propia falsa voluntad.
Franco Caballero Vásquez