Estos días han estado convulsionados internacionalmente y las mujeres nuevamente estamos en el centro del huracán.
El sábado pasado me desperté con la noticia del terremoto 7,2 en Haití; rápidamente me contacté con mis amistades para saber si sus familias estaban bien. La mayoría me dijo que sí, pero tristemente una de mis mejores amigas se llevó la peor parte, su familia quedó en la calle luego de que la antigua casa familiar se derrumbara por completo.
El presidente Sebastián Piñera no demoró en aparecer en los medios señalando el envío de un cargamento de ayuda humanitaria para Haití; cargamento saturado de racismo e hipocresía, pues es su mismo gobierno el que ha negado sistemáticamente durante estos casi cuatro años, las visas de residencia definitiva para mis amigas/os y sus familias. El mismo que ha forzado, por esta situación, un éxodo de personas haitianas hacia México, Estados Unidos y Canadá, por tierra, en una travesía no sólo cansadora de más de 30 días, sino terriblemente peligrosa. Varias de mis amigas ya están en tránsito.
Cherline emprendió rumbo desde Santiago de Chile a Canadá el mismo día que la tierra sacudió a Haití. Un viaje en el que debe sortear la región más intransitable y peligrosa de América Latina: El tapón del Darién, en medio de la frontera entre Colombia y Panamá, justo ahí donde la Panamericana es devorada por la selva.
Cruzar esta zona no sólo reviste peligro porque es una jungla impenetrable de casi 600.000 hectáreas y cualquiera puede ser blanco de serpientes o jaguares. En esta selva sobreviven los sigilosos y organizados carteles de drogas y tráfico de personas que ponen en peligro a cualquiera que se cruce y cuyos dividendos son prácticamente imposibles de dimensionar. No obstante, les invito a sacar cuentas:
Hasta 400 dólares cobran los coyotes por cruzar ilegalmente a los migrantes de una frontera a otra. La semana pasada casi 12.000 migrantes estaban varados en Necoclí, un pequeño pueblo al que todxs deben llegar, para cruzar en barcazas que terminan hundidas en el mar, hacia la selva del Darién; un paisaje brutal de esperanza o muerte. Así que calcule: son más de 3.500 millones de pesos por cruzar solamente a esas 12.000 personas, sin asegurarles ni siquiera llegar salvas al otro lado.
En este momento, mi amiga y su esposo deben estar llegando a Necoclí; cuando atraviesen, deberán caminar al menos 4 días por esa selva y confiar en no ser asaltados por los traficantes. No van solos, miles de personas avanzan en la conquista de una vida digna, esa que no les dimos en Chile por el racismo que nos ciega y nos maldice; el mismo racismo que impidió que mi amiga obtuviera la visa después de casi cinco años de pagar sus impuestos, cotizar en Fonasa y pagar previsión en una AFP que se quedará con todos sus ahorros.
Otra de mis amigas partió en la misma ruta hace un mes; hace dos semanas que no sabemos nada de ella; su WhatsApp no contesta y su foto de perfil parece ser de Necoclí, un paisaje idílico de selva y mar que ahora me parece abominable.
Y con toda esa angustia en el corazón, el domingo vi como los Talibán tomaron Kabul, capital de Afganistán. Los grupos de apoyo a mujeres que ahí trabajan nos envían vídeos desoladores; probablemente usted también los vio: hombres aferrándose a aviones en movimiento que luego cayeron al no poder sostenerse más; mujeres con carteles intentando hacer frente a un futuro que se viene incierto y monstruoso. El periodista chileno Jorge Said señaló a BBC de Londres que mujeres con quienes habló le dijeron que preferían suicidase antes de caer en manos de los Talibán; varias de ellas esta semana no pudieron ingresar a sus universidades, otras dejaron sus trabajos; miles están intentando desesperadamente migrar a cualquier otro territorio.
El racismo y la misoginia están en todas partes. Porque en ese éxodo desesperado, las mujeres afganas encontrarán los mismos peligros que mis amigas haitianas: estarán expuestas al abuso y al tráfico, al dolor, al cansancio y a la desolación.
Yo por ahora ruego a todas las divinidades en las que creo y en las que no, que las acompañen en sus tránsitos y puedan encontrar esa vida digna que tanto anhelan y que les negamos. También esperaré que mi celular suene con el mensaje de que todas han llegado bien y que finalmente todo este dolor valió la pena.