Ese es el nombre del estudio realizado en Chile entre ONU Mujeres, la UC y el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género para medir el nivel de participación de los hombres en labores de cuidado, crianza y trabajo doméstico, en plena pandemia.
En ese estudio se señala que el 57% del total de los chilenos dedicó 0 horas a las tareas de cuidado, un 71% dedicó 0 horas al acompañamiento de sus hijxs en tareas escolares, y un 38% dedicó 0 horas a las labores del hogar. Entonces, como los hombres no colaboran en estas cuestiones básicas de la vida, la participación laboral femenina retrocedió 10 años en sólo 3 meses.
Con estos indicadores de casi nula participación masculina en labores de reproducción de la vida, el 90% de las chilenas debe dedicar 44 horas semanales al cuidado, crianza y trabajo doméstico. Por eso las reflexiones sobre la importancia de los cuidados otorgados a infancias, personas mayores, enfermas o en situación de discapacidad, cobran más relevancia que nunca.
La semana pasada conversaba con estudiantes sobre estas cuestiones e inmediatamente varixs señalaron que las nuevas generaciones tienen otras concepciones sobre la distribución de los supuestos roles de género. Pero bastó que preguntara cuántas horas dedicaban los jóvenes a las labores del hogar, para que un par dijera que como están estudiando, sus madres les han liberado de dichas responsabilidades. Inmediatamente las compañeras reaccionaron señalando que ellas también estudian, algunas son madres o cuidan a hermanxs pequeños, y no por ello están liberadas. En esa pequeña platica, en la que lxs estudiantes intentaban convencerme de que las nuevas generaciones traen otro chip, no pasaron ni diez minutos para que quedara al descubierto que incluso entre lxs más jóvenes, las labores domésticas siguen siendo asumidas por mujeres.
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto visibilizar que el peso del cuidado sigue recayendo en nosotras?
En unas entrevistas que realicé para analizar el impacto de la pandemia en las dinámicas de las mujeres, varias comentaron que se separaron de sus parejas debido a la imposibilidad de éstas de entender la complejidad que implica trabajar remuneradamente desde casa, 44 horas a la semana, y, además, trabajar sin sueldo entre 44 y 50 horas apoyando a hijxs en estudios, reuniones de curso, lavado de loza, cocción de alimentos, limpieza de áreas comunes y un largo etcétera. Otras se enemistaron con hermanos porque les exigían el cuidado de sus padres o madres sin ellos asumir ninguna cuota de responsabilidad. Recuerdo a una mujer de 55 que fue diagnosticada con cáncer y que expresó a sus hermanos que no podría seguir cuidando a la madre porque debía concentrarse en su recuperación, buscando entre todxs formas de pagar a una cuidadora. Las reacciones fueron espantosas: la trataron de despreocupada y “egoísta”, como si ella, en medio de quimioterapias no tuviese derecho a priorizar su propia salud. Por supuesto, ninguno asumió el cuidado de la madre y es una de sus hijas la que cuida de ambas, además estudia telemáticamente. ¿De verdad alguien cree que esta joven podrá rendir lo mismo que el resto?
También recuerdo a una secretaria de la U. Siempre enviaba correos de madrugada, también me envío varios WhatsApp después de las once de la noche, disculpándose primero por la hora y solicitando información después. Un día le pregunté cómo llevaba el teletrabjo: me contó que al ser madre de tres hijos y estar a cargo de su padre enfermo, enciende el computador a las diez de la noche y de ahí no para hasta las 4 AM. Eso sin considerar las llamadas de sus jefes pidiendo cosas en los horarios más insólitos durante todo el día, todos los días. La vi en diciembre; me pareció que envejeció al menos diez años.
Entonces yo me pregunto ¿cuántos pandemias más debemos pasar para entender que el cuidado es labor de todxs?