Dos conceptos que se repelen, pero a mi juicio aquello es factible revertirlo.
Los españoles suelen decir que “es estúpido no ser rebelde cuando se es joven, pero que más lo es si sigues siéndolo cuando eres viejo”.
Podríamos decir entonces que la rebeldía es consustancial a la juventud. No lo creo tanto, quizás en la adolescencia temprana, pero luego viene la edad de los cuestionamientos, del querer cambios, de las utopías, que debe encauzarse para que nunca se relacione con la destrucción de todo. Es bueno entonces ser rebelde, en mis tiempos de joven se nos daba el mote de “coléricos”.
Como docente universitario busco que los alumnos y alumnas cuestionen lo que les enseño, que razonen y entiendan el sentido de las instituciones, como también qué justificaría modificarlas y las consecuencias de dichas mutaciones.
Recuerdo que en el colegio en que estudié, en los últimos cursos de humanidades, el ramo de religión -era un colegio católico- mutaba su nombre a Apologética, buscando explicar las razones de la fe y conocer de los errores con el fin de proteger su integridad. Cuestionando, cuestionándonos y dando respuestas a esos cuestionamientos. Lo que se pretendía era que fuéramos capaces de defender racional e históricamente los dogmas de la fe cristiana.
Así las cosas, el cuestionamiento per se no es malo, es productivo; algo similar ocurre, con lo que Mario Yela llama “rebeldía progresiva”, diciendo que ayuda a crecer, a superar las crisis y las dificultades. Sin embargo, debemos reconocer que hay personas que no crecen y arrastran su rebeldía carcomiéndole la vida.
Hace pocos días se llamaba a los simpatizantes de un conglomerado político a seguir siendo rebeldes, lo que ha sido criticado por muchas personas, entre ellos, columnistas como el profesor Carlos Peña, contraponiéndolo al concepto de deber, a lo que debería haber llamado esa autoridad.
Como he señalado, los jóvenes deben ser rebeldes, pero en el entendido que esa rebeldía es aquella que critica, pero al mismo tiempo reflexiona, buscando mejores condiciones de vida; en definitiva, pensada. El ser humano está hecho para pensar, necesitamos seres pensantes, creativos y constructores de destinos.
Si quien hizo el llamado a continuar siendo rebelde, lo hizo para que preguntaran, cuestionaran, criticaran y propusieran cosas, fue un buen llamado. Pero si por el contrario, llamó a seguir siendo portadores de un exceso de rebelión sin dirección, estamos mal.
Albert Camus dice: “La mesura no es lo contrario de la rebelión. La rebelión es la mesura y ella la ordena, la defiende y la recrea a través de la historia y sus desórdenes”, agregando que el exceso -de rebeldía- “ha sido lo que ha justificado el asesinato a lo largo de todas las religiones e ideologías de la historia”.
En ocasiones, puede ser necesario cambiarlo todo, pero ni siquiera eso justifica destruirlo todo, nunca será razonable destruir. Si miramos la historia, ninguna de las revoluciones violentas que han ocurrido en el orbe han conseguido éxito ni han sido duraderas y, si han durado, es porque han devenido en dictaduras.
Entonces entendemos, y no puede ser otra la interpretación toda vez que el llamado lo hace la primera magistratura, que la rebeldía a la que se convoca es la progresiva, momento en el cual engarzamos con el concepto del deber.
Si nos atenemos a lo que se lee en el preámbulo de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, “el cumplimiento del deber de cada uno es exigencia del derecho de todos…Si los derechos exaltan la libertad individual, los deberes expresan la dignidad de esa libertad”.
Las personas en el orden general, estamos siempre obligadas a realizar o cumplir algo; por ende si conseguimos lo anhelado, nuestra primera obligación es encauzar la rebeldía que dio frutos, al cumplimiento del deber, como se ha entendido desde Aristóteles hasta nuestros días, sea dando énfasis a lo moral, a lo ético, a lo práctico o a lo racional. En alguna parte leí que “Hace falta empezar a construir desde lo pequeño, desde el hombre, para que con el tiempo se vaya llegando a lo grande en la medida que cada vez se sumen más rebeldes dispuestos a mejorarse a sí mismos.”. Puede motejárseme de ingenuo, pero creo que a esa rebeldía progresiva y al deber consiguiente de trabajar por el bien del país se refería el presidente. Si es así es una buena señal, lo contrario sería lamentable.
Rodrigo Biel Melgarejo
Abogado
Profesor Universidad de Talca