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REPORTAJE: La reinvención de la Biblioteca La Florida de Talca

¿Cómo hacer frente a la tecnología, a Internet, a las redes sociales? ¿Cómo callar a los agoreros del fin del libro? María Isabel Gavilán, directora de la Biblioteca La Florida, superó el impacto inicial y optó por reinventarse y decretar: “No, el libro no ha muerto” (Texto y fotos: Rodrigo Contreras Vergara)

María Isabel Gavilán lleva toda una vida enamorada de los libros.

En algún momento de 2012, después de soñar toda su vida con el aroma de los libros, de golpear puertas para estar detrás del mesón de una biblioteca, María Isabel Gavilán dudó. A esas alturas la tecnología era un universo en expansión. Pensó, tal vez el libro tiene sus días contados. Fue un momento de debilidad.

Recordó sus días en la escuela de la Villa El Culenar y al profesor que la dejaba entrar a la biblioteca. Después, ya adolescente, descubrió los libros del Liceo Marta Donoso Espejo. Se acuerda que le compraba El Mercurio los domingo a su abuela y se lo iba leyendo en la semana.

Quizás esas lecturas. Tal vez el tesoro de las bibliotecas. En una de esas el diario cuando era diario. El asunto es que el hábito de pasar página tras página se le quedó para siempre.

Fue tanta la pasión por los libros que, siendo administrativa, a inicios de los 80, pidió trabajar en la biblioteca del Liceo Abate Molina. De ahí, siempre inquieta, pasó a la Biblioteca Municipal Armando del Solar. En esa misma época leyó un aviso en un diario que anunciaba un curso para bibliotecarios. En 1984 el municipio decide la creación de una biblioteca. En principio se pensó en la Población Independencia. Pero el proyecto no encontró mucho interés. Entonces, aparece la opción de la Junta de Vecinos de La Florida, un sector bien organizado que contaba, además, con la presencia de una sede de la Universidad Técnica, donde hoy funciona la Seremi de Educación. Había presencia de jóvenes y familias que le daban un ambiente ideal para la apertura de una biblioteca.

Maria Isabel, con 22 años, es parte de ese inicio. Una época sin celulares y todo lo que eso implica. Años analógicos donde el papel y sus distintos soportes ocupaban todavía un sitial relevante.

LA EMOCIÓN DEL QUIJOTE

Fue la confirmación de una ruta que encontró en el Quijote un enamoramiento, un sueño, una locura, un ideal que recorrer. Se topó con Francisco Coloane y sus detalles confirmádole el camino. Se puede viajar sin hacer maletas. Se puede amar como ama Martín Rivas, como Corín Tellado, como Jazmín.

“Hay libros con los que lloro, me emocionan, tan bien contados… viajo, respiro, vuelo…todo…”. Hay testigos. La escuchan niños y abuelos y se emocionan. Pero no es solo leer. Hay que tener imaginación. Una sobrina universitaria le decía, ‘tía, no entiendo este libro’. María Isabel le respondía que no leyera como papagayo, que imaginara, que soñara incluso, que si el texto describía el pasado, la prehistoria, ella la pensara con todos sus detalles, con la primera fogata y los primeros dibujos y el primer asombro. “Usted me enseñó a leer, a estudiar”, le agradecía después la sobrina.

Encontró el lugar perfecto. “Me encanta…es un privilegio de Dios estar en este trabajo…es mi cable a tierra…La vida trae dificultades, pero esto es como un templo”. Con esa claridad ya no tuvo dudas. Pensó, está bien, no soy una nativa digital, pero amo los libros, la lectura…entonces me adapto, me reinvento, me actualizo. Uso la computadora, me meto en las redes sociales, hago cursos, me va a costar, pero aquí estoy, me gusta lo que hago. Valiente María Isabel.

El 2012 no fue el fin, no se acabaron los libros. El 2012 fue el año del renacimiento. “Yo tenía mucho miedo…pero uno tiene que reinventarse…”.

MÁS QUE LIBROS

La Biblioteca La Florida funciona gracias a un convenio entre la Municipalidad de Talca, que gestiona el inmueble y el personal, y el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, ex Dibam, que aporta el material bibliográfico y el programa Biblioredes. El 2008 la Fundación Coopeuch realizó una importante donación que permitió ampliar y mejorar sus instalaciones, además de material biblográfico.

Eso en lo formal. Porque en la práctica la biblioteca, al igual que María Isabel, se ha tenido que adaptar a los tiempos. No basta con los más de 10 mil libros que gestiona. Ahora las redes sociales complementan, apoyan; se realizan talleres, como el de escritura que se interrumpió por la pandemia, pero que esperan retomar proximamente, o el de alfabetización digital para adultos mayores; se coordinan visitas de escritores y cuentacuentos a colegios; y se presentan obras de teatro o lanzamientos de libros en el salón de la biblioteca. Es decir, mucho más que libros, pero siempre protagonistas porque todo parte y se expande desde esas páginas que marcan el camino.

La Biblioteca La Florida cuenta con más de 450 socios inscritos, entre adultos mayores, profesionales, jóvenes y niños. María Isabel Gavilán destaca que muchos de quienes accedieron a la biblioteca en sus inicios ochenteros, hoy traen a sus hijos como parte de un círculo virtuoso que tiene al libro como protagonista. La gran diferencia con los tiempos analógicos, acota, es que antes los usuarios se quedaban a leer en la biblioteca, en cambio en la actualidad la mayoría se lleva los libros a la casa. Se prestan una semana, con la opción de renovar por una más. Están los que sacan hasta cinco libros y después de 15 días los devuelven y vuelven a llevar otros cinco. Están los niños que buscan los textos que les piden en el colegio. Están los poetas, los novelistas, los románticos, los viajeros, los vecinos y los afuerinos. Todos caben en la Biblioteca La Florida.

Así es que no, el libro no muere. “Se corta la luz, se cae internet…¿y qué hacemos?”, se pregunta María Isabel como si escondiera el mayor secreto del mundo.

TRADICIÓN FAMILIAR

El primer libro que recuerda Rolando Bravo es “El último grumete de La Baquedano”, de Francisco Coloane. Un libro que lo lleva inmediatamente a mediados de los 80 cuando visitaba la biblioteca, ubicada a unos pocos pasos de la casa de sus padres en La Florida.

Hoy, pasado el mediodía, trabaja en un pequeño taller donde hace joyas, ubicado en la misma casa de su niñez. Su papá le recuerda que tiene que ir a buscar a uno de sus hijos al colegio.

Sus hermanas mayores, Rosa María y Carmen Gloria, también visitaron la biblioteca. Al igual que sus dos hijos, Maite, que estudia odontología, y Diego que va al Liceo Abate Molina. Hasta su esposa, que estudió en la Universidad Católica del Maule, sacó libros para sus trabajos. Pura tradición.

Rolando Bravo es parte de un círculo virtuoso familiar en torno a la Biblioteca La Florida.
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