Don Luis me dice “pase, pase…la fila se ve desde Saturno”. O quizás me dijo Neptuno. No sé. El asunto es que don Luis quería remarcar algo que saltaba a la vista. Afuera de la tienda El Trece, la más tradicional de Talca en la venta de uniformes, en la Uno Sur, la fila casi llegaba a la 11 Oriente. Miro para atrás a la gente que espera como para excusarme, no vaya a ser cosa que crean que me estoy saltando la fila. Nadie reclama. Paso.
Lo de la fila, en todo caso, no es nuevo en El Trece. Ya antes de la pandemia, siempre previo al inicio clases, las mamás, aún con la resaca de las vacaciones en sus rostros, se apostaban a las afueras del local esperando comprar pantalones, camisas, jumper y corbatas.
Pero ahora, dice Gerardo Tarud, uno de los dueños, después de entrevistar a una chica que dejó su currículum, no es lo mismo que antes de la pandemia. Sí, igual hay filas, pero el límite de aforo hace todo más lento. 12 vendedores se mueven sigilosos por el local llevando pantalones, camisas y jumper, atendiendo solícitos las consultas de los clientes. No como en las grandes tiendas y supermercados, advierte Tarud, donde las personas deben arreglárselas solas. Esa es una de las ventajas de El Trece. Otra, acota, la calidad. Y tener uniformes de más de 40 colegios de Talca y San Clemente.
El Trece fabrica sus propios uniformes. Y también compra a terceros cuando lo requiere. Siempre manteniendo la calidad, insiste Gerardo Tarud. Así la tienda se ha convertido en una tradición. Una tradición orgullosamente talquina. Llega la mamá a la que sus padres le compraban el uniforme en la época en que don Emilio Tarud, el patriarca de la familia, papá de Gerardo, atendía el negocio. Y recuerdan y conversan y se mantiene la costumbre de comprar en El Trece.
TIEMPOS COMPLEJOS
Gerardo Tarud saca cuentas y dice que la tienda debe haber comenzado en la década del 30 del siglo XX. Muchos años. Y desde los 70 dedicado a los uniformes.
La pandemia, como a todo el comercio, los ha afectado. Y a ellos por partida doble. Al comienzo, cuando las medidas restrictivas fueron muy fuertes, debieron cerrar durante diez días. Después, se mantuvieron atendiendo por pertenecer a uno de los rubros esenciales. Porque la tienda no solo vende uniformes, también se dedica a la ropa y accesorios de bebés, de adultos, de cama, entre otros productos.
Los clientes disminuyeron. Y más aún con la virtualidad escolar que los dejó durante un año y medio sin vender uniformes. Pero al menos pudieron mantenerse a flote. Nunca pensaron en bajar la cortina definitivamente.
Hasta que este año, tras dos de pandemia, las autoridades deciden que vuelven las clases presenciales. Regresan entonces los apoderados a hacer filas para comprar los uniformes de los hijos.
Annette Cofré también volvió. Aunque ella lo hizo para atender a los clientes. Estuvo 20 años en El Trece y durante un tiempo, exactamente 11 años, trabajó en un jardín infantil. Pero, ya sabemos, el Covid obligó al cierre de estos establecimientos. Decidió entonces volver a su tienda regalona. Y fue como si no se hubiera ido. Recuerda perfectamente los tiempos prepandémicos. Piensa en las antiguas filas y las compara con las actuales y éstas son más largas, asegura. “Antes podían entrar cuatro o cinco familias. Ahora solo un par. Y dos personas por familia. Por eso hoy las filas son más largas, el proceso es más lento”.
Pero la gente viene igual, explica Annette. Prefieren la calidad del producto y también por la atención. Una señora se acerca preguntando por bolsas para llevarse la compra. Se le olvidó llevar la suya. Annette, amable, le pasa una que por casualidad tenía sobre el mesón. “Acá la atención es familiar, más personalizada”, acota. Alcanzó a trabajar con don Emilio antes que falleciera. Y conoce los nombres de todos los hermanos y hermanas Tarud.
ESPERAR Y VOLVER
El movimiento adentro de la tienda no para. Los vendedores siguen atendiendo las solicitudes de los clientes. Pía Garrido busca pantalones para sus hijos Emilio y Martín. El primero vuelve a clases a la Escuela Básica Talca. El segundo al Liceo Marta Donoso Espejo. La mamá cuenta que hace diez años que viene a comprar al Trece. Quería que volvieran las clases, especialmente por el aprendizaje, aunque con precaución por los contagios. Emilio la mira y dice que el también quería volver.
Es lunes y afuera algunas mamás aprovechan que todavía no comienzan las clases y esperan junto a sus hijos. Como Josefina García, sicóloga que trabaja en el área de convivencia escolar de la Escuela José Manuel Balmaceda, que hace la fila junto a su hija Amparo de seis años.
La pandemia hizo que Amparo no pudiera ir al colegio en prekinder ni kinder. Recién ahora tendrá la experiencia de compartir con compañeras y profesores. Mientras come las últimas palomitas de la bolsa, comenta que no está nerviosa y que quiere ir a la escuela. Dos amigas van a ir al mismo curso.
Obviamente Josefina conoce bien el funcionamiento de la escuela. Por eso no tiene dudas de que se tomaron todas las medidas de resguardo para que el regreso a clases sea seguro. Amparo es su primera hija, así es que es principiante en el trámite del uniforme. “Prefiero irme a la segura, además que acá tienen la vestimenta del colegio”, responde ante la consulta de por qué optó por El Trece.
Está de acuerdo con el regreso a la presencialidad. Su carga laboral es mucha y que Amparo asista al colegio le facilita las cosas. Del Covid no tiene grandes temores. Hay que cuidarse, pero sin exagerar.
Don Luis sigue atento a quienes salen y entran del local. Regula eficazmente el flujo de personas. Si bien afuera ya es mediodía, el calor no detiene el serpenteo de quienes esperan entrar.