No concibo un poema escrito originalmente en Word. Yo creo que cuando se revela el género lírico derriba todas las capas de la máquina como cuerpo, y extiende el ser hacia las hojas blancas del cuaderno que reciben el gesto poético. Un poema es siempre escrito a mano, y más aún con lápiz mina, por tanto, goma y sacapuntas, los mejores amigos del estudiante junto con el estuche y el lápiz de pasta azul, verde, rojo y negro. Es parte de las herramientas esenciales con las que trabaja el que estudia. La relevancia del lápiz de mina recae en el valor de la rectificación, por ende, sirve para lo dudoso, ya sean pensamientos propios o críticos respecto a la materia; a diferencia del lápiz de pasta azul que escribe el contenido. Así, el estudiante que se hace digno —o en vías de hacerse— se da cuenta que todo avance lo retorna a los orígenes, a los primeros años de la enseñanza básica.
Lo mismo sucede cuando escribimos con manuscrita, las añoranzas del pasado escolar se nos vienen a la mente, más todavía cuando observamos la caligrafía expuesta ante nuestros ojos con una letra tan infantil como la manuscrita, sobre todo cuando no es la letra de costumbre. Pero por qué habría una persona transitar de la imprenta, la letra más comúnmente utilizada, la letra que nos pidieron al pasar a enseñanza media, me dijo una estudiante, una letra impuesta que nos condujo hacia una adultez, a la letra manuscrita. Lo mismo ocurrió con el lápiz de pasta azul, una especie de pasaporte para la escritura mayor, solicitado por los mismos docentes. Es parte de la vida diremos, observando los procesos, no obstante, la manuscrita es un tesoro que se debiera descubrir.
El espíritu del estudiante autodidacta como corazón del aprendizaje se torna esencial cuando la voluntad arroja semillas en las tendencias auténticas de quienes simbolizan el contenido con sus propias imaginaciones o complementan con dibujos el caudal del contenido. Todo ello es artístico podríamos decir, sin embargo, se vuelve algo más que artístico cuando comprendemos que el cerebro activa diversas partes de su musculatura cuando complementamos al significante del contenido. Y digo significante para referir a la materia que se entrega y significado al entendimiento de quien lo recibe, por tanto, un significado auténtico, diferente, artístico, es un significado que se ha desarrollado cognitivamente, entonces, corresponde a un desarrollo de la inteligencia. Esta es la relevancia del Arte en el aprendizaje. Ahora bien, su fundamento trasciende la barrera de los dibujos y los símbolos cuando se traslada a la escritura. Digamos que cuando lo artístico trasciende el significado y alcanza al significante. La manuscrita es el Arte de la escritura.
Con el retorno a la manuscrita entendí por qué mi abuelito me corregía con la toma del lápiz, puesto que lo tomaba muy abajo, casi en el grafito, pero así, me decía él, no se puede mover bien la muñeca. La muñeca es la que le entrega el ritmo necesario a la manuscrita. La manuscrita es el dibujo de las letras, donde la «a» es un círculo al igual que muchas letras de formas circulares y contornos que se unen entre sí, tan diferente a la imprenta que carece de la composición unitaria que requiere una palabra y termina siendo, más que nada, un conjunto de palitos separados que reflejan la emulación de la máquina por parte del ser humano. La manuscrita activa el cerebro, y si bien no tiene la rapidez y la hegemonía con la que carga la imprenta, ayuda a la calma, al proceso y la armonía. Incluso al rito. La manuscrita es el Tai Chi de la escritura.
En un curso de neurociencia se mencionaba que las letras manuscritas que salían hacia arriba del centro de la letra como la «ele» o la «té» usaban una parte diferente del cerebro a las letras que bajaban de la centralidad como la «pé» o la «zeta».
En el fondo de todo, la escritura a mano, sobrevive en el estudiante, imprenta y manuscrita son mucho más artísticas que la caligrafía del teclado. Por eso es tan pacífico el ejercicio de la copia, traspasando algún contenido de valor al papel como meseta y amigo de una pluma equilibrada y muchas veces elevada como cuando los y las poetas derraman un verso, pero que más espíritu convoca cuando es un verso manuscriteado.
Franco Caballero Vásquez