Sé, al igual que el lector, que los conceptos del título no son lo mismo. No obstante, pareciera que ambos se acercan bastante a la sensación que embarga a muchos chilenos por estos días en que esperamos el inicio de la Convención Constitucional.
Para algunos, estamos volviendo a vivir una época pasada. Como que vuelven a estar en boga actitudes, conceptos y discursos que hace tiempo dejamos atrás y no imaginábamos que, otra vez, los veríamos en la discusión pública. Es el “revival” de las propuestas y recetas estatistas, de los discursos inundados de resentimiento y de las descalificaciones tan exaltadas como intolerantes. Es el mesianismo irresponsable de aquellos que proponen remediar todo a punta de demolición. Es la aversión a lo establecido y la desconfianza de lo institucional. Sólo falta que leamos en los muros, nuevamente, aquello de “…pidamos lo imposible”, “Avanzar sin transar” o “Todo tiene que cambiar”. Volvieron los años ’70. Que 50 años no es nada.
Para otros, mucho de lo que ocurre nos provoca esa extraña sensación de haberlo vivido antes. Escuchamos entrevistas y leemos programas de hipotéticos gobiernos y sentimos un rotundo “déjà vu”. Es como situarse, otra vez, en un Chile traspasado por el sectarismo y la polarización. Las consignas de los años ’60 se mezclan con reivindicaciones utópicas y propuestas ingenuas. La irresponsabilidad de las promesas rivaliza con la intransigencia de los diagnósticos. Y sentimos que todo eso ya lo vivimos. Más bien lo padecimos. Esta percepción es tan nítida y concreta, que nos parece que hasta podríamos aventurar cuáles serán los siguientes pasos en el devenir del país. Sentimos que Chile ya vivió todo esto. Puede que las generaciones más recientes no lo sepan (su fuerte no es la historia), pero la ignorancia no cambia la verdad. Ni justifica los errores.
¿Volveremos a septiembre de 1964, cuando la derecha, en crisis, entró en pánico tras el “naranjazo” en Curicó y, ante el temor de que Allende fuera electo, votó por Frei Montalva? ¿Será que hoy, casi 60 años más tarde, ese sector político optará por el mal menor y, sin ganas pero con las cuentas en la mano, apoyará una candidatura de centro izquierda para detener a la izquierda extrema? Para decirlo más claro todavía: ¿será Yasna Provoste la nueva Frei Montalva? Si al Lector no le gusta esta suerte de déjà vu, no se preocupe ni se enoje. Sigue otra opción.
¿Volveremos, acaso, a aquel septiembre de 1970, cuando los chilenos debían escoger su futuro mandatario? Entonces, sabrá el Lector, los candidatos fueron tres, como los tercios que dividían la política chilena: Derecha, Centro-izquierda e Izquierda. Y, dado el sistema electoral de la época, fue precisamente el apoyo de la centro-izquierda el que hizo posible el triunfo de Allende. Más claro: cuando aquel año los parlamentarios demócrata cristianos debieron optar, eligieron la izquierda y, con ello, desencadenaron la crisis política chilena más profunda de la segunda mitad del siglo XX. En noviembre de este año, cuando sean los candidatos de la derecha y la izquierda los que pasen a la segunda vuelta, ¿qué harán, esta vez, los demócrata cristianos?
Para seguir con los conceptos extranjeros: ¿será que estamos condenados a repetir un “loop” eterno? Ya se sabe que los pueblos que no aprenden de su historia son condenados a repetirla. Nuestra Historia ya nos hizo vivir las dos opciones ya descritas. Hoy, cuando empezamos observar los esfuerzos electorales de las primarias presidenciales, convendría tener claro que nuestro devenir político es cíclico. Y que sólo un ejercicio de lúcido discernimiento, de madurez cívica y de responsabilidad histórica, nos permitiría aprovechar la oportunidad y, por fin, salir de él. De lo contrario, el castigo por no haber aprendido la lección será repetir una Historia dolorosa, trágica y fatal.