Días antes de jubilarme como ministro de la Corte de Apelaciones de esta ciudad, un muy buen amigo y profesor de derecho procesal de la Universidad de Talca, me regaló un libro titulado “Cómo piensa un juez”, escrito por José Ramón Chaves García, magistrado español; el mencionado título se complementa con un agregado “El reto de la sentencia justa”; es un texto que no basta con leerlo, sino que reflexionarlo. Curiosamente, ahora que me inicio como abogado de libre ejercicio, lo releo y le encuentro más sentido a mucho de lo que en él se expresa.
Como en el último tiempo las noticias judiciales – ninguna novedad- son parte importante del quehacer periodístico, en un país del cual otro ibérico me señalaba, que le resultaba curioso “lo tremendista y exagerado” que somos los chilenos, haciéndome recordar a Gamonal cuando decía “que Chile era un país episódico”, he estimado oportuno compartir con Uds., algunas de las reflexiones de Chaves Ramos.
En especial, cuando analiza treinta cosas que “un juez sensato y sensible debería tener presente al dictar sentencia”, utilizando, además, refranes que califica de castizos, es decir propios del hablar castellano; obviamente no señalaré todas dichas cosas, solo algunas que encuentro interesantes.
Comienza diciendo que el juez no debe olvidar “que es un ser humano, que no es Quijote ni Hércules”, recordándole que en él se deposita la confianza de que, en su tarea, que llama “artesanal”, identificará y aplicará las normas, es decir, la ley y ,en su caso, verificará la realidad de los hechos. Para esta primera recomendación, recuerda el refrán, “Dime que presumes para decirte que careces.”
Mas adelante señala que el juez “no debe esperar el aplauso ni temer a la crítica”, recordando “que el que gana un pleito es ingrato y el que lo pierde te culpa”, para rematar con el refrán “has el bien sin mirar a quien”.
Les dice que no piensen que hay pleitos insolubles, por ende hay que perseverar en la búsqueda de la verdad, porque “quien busca halla”.
Afirma que hay que consultar y estudiar las normas y las jurisprudencia, más allá de las que las partes han expuesto en la causa; es verdad el juez no puede ampararse en su memoria, en cada caso debe releer la norma y, de seguro, le encontrará un sentido que no había observado. El autor a que me refiero, concluye esta recomendación señalando “libro cerrado no saca letrados”.
Prosigue, señalando que no se deben escatimar razones para convencer; lo que responde a la obligación de motivar, de fundamentar las sentencias de tal manera que sea comprensible más allá de estar o no de acuerdo con el fallo. Dice el autor en comento: “lo que más trabajo cuesta, más dulce se muestra”.
Señala que el juez “no debe precipitarse en sentenciar contra reloj”, acotando que “el tiempo y esfuerzo de las partes requiere un mínimo de sosiego y reflexión”. A veces esas exigencias de plazos cortísimos para fallar, no se condicen con la seriedad y mesura que debe tener la resolución judicial. El autor reflexiona que “las prisas son malas consejeras”.
Sin embargo, nos recuerda que el juez “no debe tomárselo con parsimonias y dedicar todo su tiempo y vida para elaborar cada sentencia, dando vueltas y revueltas sobre las posibles respuestas a cada cuestión”, diciendo que “Las sentencia como los melones, si maduran mucho, se pasan”.
Sostiene que los jueces no deben aferrarse a las formas si pueden resolver las cuestiones de fondo”; es decir no dar a la formalidad un valor exagerado, que puede redundar en pérdidas de tiempo, de dinero e ilusiones para las partes, recordando el refrán “para ese viaje no hacían falta alforjas”.
Continúa expresando que no se deben dejar fallos judiciales abiertos que provoquen equívocos, aclaraciones, nulidades, recursos e interminables incidentes de ejecución, refiriendo la maldición gitana de “pleitos tengas y los ganes”.
Concluye el magistrado Chaves Ramos, que cada juez debe tener presente que sus sentencias no pasarán a la historia, que solo serán “una gota de agua en el océano de la base de datos”, recordándoles que para los vencedores “será como el agua que riega sus campos”, y para los perdedores “como el agua que anegó sus campos” y, que los abogados, seguirán sus vidas, toda vez que como en el ajedrez “el rey y el peón van siempre al mismo cajón”.
Rodrigo Biel Melgarejo
Abogado
Profesor de la Universidad de Talca