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¿SE TERMINÓ LA GLOBALIZACIÓN? por Juan Carlos Pérez de La Maza

El 02 de abril último podría marcar una suerte de punto de inflexión en el devenir de la Historia económica mundial. Ese día, que el Mandatario norteamericano Donald Trump denominó “Día de la Liberación”, su gobierno informó al orbe que Estados Unidos comenzaría a gravar con tasas arancelarias mucho mayores que las existentes hasta entonces, a las importaciones que ese país realiza desde gran parte del mundo. Luego, se iniciaron rondas de intensas negociaciones en las que, algunos países, consiguieron reducir las inusitadas alzas a tasas un poco menos excesivas. Aunque la medida afectó a todo el planeta, el foco geopolítico de Trump pareciera ser China, país al que amenazó con un arancel de 130% y, tras negociar, quedó en “sólo” 30%. Sin embargo, hay que considerar que esta “guerra” no sólo es arancelaria y comercial, porque también tiene una dimensión tecnológica, informática y militar en que Estados Unidos no quiere quedar atrás de la potencia oriental.

El impacto de la decisión de alzar unilateralmente los aranceles podría considerarse, sin lugar a dudas, como el término de un fructífero capítulo en la Historia del comercio mundial. Junto con ello, se inauguró una era que, a falta de un nombre definitivo, habría que llamar preliminarmente como “post-globalización”.    Desde su primer mandato, cuando Trump promovió el eslogan “America First”, rechazando acuerdos internacionales y cuestionando la globalización como paradigma, muchos analistas observaron que, de mantenerse tal postura, la globalización estaría bajo amenaza. Hoy, avanzado su segundo mandato, el giro post-globalizador impulsado por Trump, del cual la cuestión arancelaria es sólo una arista, genera ciertas interrogantes sobre el poder, la soberanía y las relaciones internacionales, que conviene tener en cuenta para entender el mundo que viene.

Primero, habría que preguntarse ¿es ético que un país priorice su autonomía, aunque eso implique dañar a otros? En el mundo globalizado, la interdependencia y el multilateralismo eran vistos como virtudes: la cooperación entre países, los acuerdos comerciales, la movilidad de personas, producción y capitales, eran fenómenos causales, a la vez que consecuencias deseadas de tal integración mundial. Pero el giro de Trump plantea que la soberanía nacional debe estar por encima de todo, incluso si eso rompe tratados, perjudica economías ajenas o desarma entidades internacionales. Por ello, nuevamente la interrogante es: ¿es moralmente aceptable que un país, por soberano que sea, blinde su economía si, a la vez, provoca crisis en los demás?  Trump ha usado el poder de EE.UU. para redibujar las reglas del comercio y la diplomacia. Su deseo más profundo es configurar un orden mundial a su medida. Pero esto plantea una pregunta profunda: ¿el poder debe servir para proteger intereses propios o para sostener un orden justo?  En un mundo regido por valores morales que inspiran la diplomacia y las relaciones económicas internacionales, los Estados deberían actuar según principios universales, no intereses particulares. En ese contexto, el “America First” colisiona con dicha aspiración.

Por otra parte, las decisiones adoptadas por el gobierno norteamericano parecieran poner fin al universalismo moral que avanzó durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, impulsado por el propio EE.UU.  Así: ¿se podría seguir hablando de derechos humanos universales si cada país se repliega en sí mismo?  La globalización promovía una ética cosmopolita: todos los seres humanos tienen derechos, sin importar fronteras y debieran ser tratados como ciudadanos de una comunidad universal. Pero la exacerbación nacionalista que las decisiones de Trump representa, colisiona con esa idea. Las crisis migratorias, las guerras comerciales y el desmantelamiento de organismos multilaterales han vulnerado la idea de una comunidad humana compartida, que no es solo una idea jurídica, sino una disposición moral universal: actuar según principios que respeten la dignidad de todo ser humano, sin importar su nacionalidad.

Así, tras la decisión arancelaria de EE.UU. se abren interrogantes más allá del mero intercambio comercial. La idea de que un país puede adoptar decisiones soberanas que impacten negativamente a los otros, podría echar por tierra muchos de los principios civilizatorios en los que se basaba aquel mundo integrado y globalizado que se nos fue.

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

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