Diecisiete homicidios consumados en 4 días, una criminalidad que sube casi tanto como la boleta del supermercado, el anuncio de una cárcel de máxima seguridad… para dentro de una década, un feto humano de 5 meses botado en la calle, portonazos que comienzan a invadir las provincias, menores de edad como principales víctimas y victimarios de delitos, extranjeros indocumentados que agreden a carabineros, narcotraficantes exhibiendo una riqueza tan impune como insolente. Este listado de “incivilidades”, como inventaron decir ahora, puede seguir hasta el espanto. O el hastío.
No se puede negar que Chile cambió. Aquel eslogan, que presidió la asonada de octubre de 2019, resultó ser casi lo único cierto de las tantas cosas que se dijeron y otras tantas que se prometieron entonces. “Boric lo va a cambiar todo”, decía entre lágrimas gozosas una señora hace casi tres años. Tenía razón, Chile cambió. Pero no mejoró, sino al contrario.
¿Podremos, esta es una plegaria esperanzada, revertir algún día estos cambios que nos angustian? Suponiendo que los ciudadanos (y los inmigrantes que votan) volvieran a la racionalidad y en el futuro próximo se alejen de quienes, sin ninguna experiencia ni preparación, pero sí con mucha soberbia y arrogancia, prometieron cambiar Chile desde sus raíces, ¿habría esperanzas para volver a la sociedad imperfecta, pero perfectible, que teníamos hasta hace poco? ¿Podrá nuestro país volver a caminar hacia el desarrollo, sin prisa, pero sin pausa, como hacíamos antes de la actual década? Los indicadores de crecimiento económico (que tanto aborrecen los que pasaron de la mesada paterna a la dieta parlamentaria) ¿podrán volver a sustentar las esperanzas de la clase media, de los emprendedores modestos y de tantos emergentes que han visto cortadas sus alas estos últimos años? ¿Logrará nuestro país reducir sus índices de riesgo y ser de nuevo un foco atractivo para la inversión? ¿Volverán las oportunidades laborales, la factibilidad inmobiliaria, la confianza en el futuro, para tantos jóvenes que anhelan su proyección personal, profesional y familiar?
Entre tantos cambios, ¿podrá nuestra sociedad volver a ser estable, a no vivir en la zozobra del asalto, del despido, del cambio en las reglas? La incertidumbre es, por lejos, la sensación más relevante de los últimos años. Las otras son la pesadumbre y la angustia. Muchos de aquellos que tenemos memoria histórica nos preguntamos ¿cómo es que nuestra sociedad, otrora admirada, devino tan rápido en una de aquellas que observábamos de lejos y con espanto? Todavía no somos El Salvador ni Venezuela, pareciera habernos dicho una ministra hace poco, pretendiendo con ello tranquilizar la inquietud ciudadana. Sin embargo, lejos de aplacar la ansiedad o el temor, esas palabras nos sobresaltan aún más, porque intuimos que ese es el rumbo que llevamos. Y no nos gusta.
Repito la pregunta ¿puede una sociedad desandar un camino que constató equivocado? Aunque tardíamente, ¿podremos retractarnos? Ya lo hicimos, justo a tiempo, cuando se nos quiso imponer aquel nefasto proyecto constitucional maximalista y refundacional. Entonces, demostramos que, ante el peligro, nos sobreponemos dejando de lado legítimas diferencias ideológicas, en aras de la esencia de nuestra sociedad. ¿No será la hora de hacerlo nuevamente y, con respeto a las normas democráticas, reversemos el rumbo? ¿Será que hemos cruzado el punto de inflexión y, tras la oleada delictual de estos últimos días, comencemos a pensar la mejor manera de volver a una sociedad respetuosa de la ley, menos corrupta, dirigida con la seriedad y responsabilidad que merecemos?
Así como en aquel octubre, hace casi 5 años, algunos vociferaban que “Chile cambió” y ahora padecemos las consecuencias nefastas de aquello, hoy habría que decir, sin histeria ni arrebato, que “Chile volvió”, que estos años permitieron apreciar el aciago paisaje en el que no queremos estar y, todos, preferimos volver a vivir en el Chile de los “30 años”. ¿O no?
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho