En los próximos días la compañía La Maulina, dirigida por la actriz y directora Soledad Cruz Court estrenará en la región la obra teatral, «ACEVEDO: Con parafina alcanzo el nirvana».
La producción, inspirada en el trágico acto de Sebastián Acevedo en 1983, ofrecerá funciones gratuitas el 29 de agosto a las 10 de la mañana en el Teatro Municipal de San Javier y el 4 de septiembre a las 11:00 y a las 19:30 horas, en el Centro de Extensión de la Universidad Católica del Maule; todas funciones gratuitas, financiadas por el Fondo de Circulación del Ministerio de las Artes, las Culturas y el Patrimonio.
El drama entrelaza la historia de Acevedo con la de Magdalena, una joven chilena adoptada por monjes tibetanos que regresa a su país para cumplir una misión espiritual que la llevará a cuestionar su pasado.
En esta entrevista, la actriz, directora teatral, gestora y productora cultural oriunda de Talca, Soledad Cruz, quien ha desarrollado una trayectoria destacada con más de 30 trabajos en teatro y televisión, nos cuenta más sobre este montaje que la trae de vuelta a la región.
¿Qué encontraron como equipo en la historia de Sebastián Acevedo, que les impulsó a hacer una obra de teatro teniendo su historia como punto de partida?
«La historia de Sebastián Acevedo nos conmovió profundamente por su fuerza y radicalidad de su acto: inmolarse públicamente para exigir la liberación de sus hijos detenidos por la CNI. En ese gesto hay dolor, desesperación, amor y una convicción ética que atraviesa generaciones. Como equipo, vimos ahí un punto de encuentro entre memoria y contingencia: un hecho real que interpela sobre la violencia política, los derechos humanos y las formas de resistencia. En ese momento estábamos en pleno post estallido social, el cual nos dejó más preguntas y reflexiones que respuestas.
No queríamos hacer un retrato literal ni documental, sino abrir un espacio de ficción poética que dialogara con ese acontecimiento y lo resignificara, cruzándolo con otros imaginarios: el budismo, los viajes, la cordillera, el Himalaya, para pensar el sacrificio, la iluminación y el sentido de comunidad. La obra se convirtió en un punto de partida que nos permitió preguntarnos cómo se heredan las luchas, cómo se nombra el dolor y cómo podemos, desde el teatro, transformarlo en una experiencia estética y de reflexión colectiva».
¿Cómo se relaciona el budismo con una historia tan dramática y potente como lo es la inmolación de Acevedo?
«En el budismo, el acto de inmolarse tiene un sentido político y espiritual: es un sacrificio extremo que busca iluminar una injusticia, un gesto que entrega el propio cuerpo como llamado de conciencia colectiva. Sebastián Acevedo, sin ser budista, realizó un acto que dialoga con esa tradición: su cuerpo convertido en mensaje urgente frente a la represión. En la obra, el budismo aparece como un prisma que nos permite ampliar la lectura del hecho. Desde la figura de una joven chilena, huacha, que viene del Tíbet y que conoce las enseñanzas sobre el desapego y el noble camino óctuple, cruzamos dos geografías y dos memorias: la espiritualidad oriental y la violencia política y social en Chile. Ese cruce nos permite preguntarnos cómo un mismo gesto, quemarse a lo bonzo, puede ser leído como protesta, como ritual, como ofrenda, y cómo, más allá de la religión, se convierte en un acto de amor y resistencia, o incluso simplemente una vía para terminar con el dolor».
¿Cuál es la propuesta de dirección que quisiste darle a este montaje?
«La propuesta parte de entender que esta obra debía habitar dos dimensiones a la vez: la memoria histórica y la ficción poética. Me interesó trabajar con un dispositivo escénico que permitiera cruzar tiempos y territorios: Chile y el Tíbet, los Andes y el Himalaya, para que el público transitara por un viaje visual y sensorial que dialogara con el texto, guiado por el viaje que hace la protagonista.
En lo actoral, buscamos una interpretación que sostuviera la intensidad del relato, pero sin caer en el naturalismo, privilegiando la palabra como detonante de imágenes y la corporalidad como vehículo de estados internos. La puesta en escena utiliza elementos que funcionan como signos abiertos, invitando al espectador a completar sentidos. La dirección, en ese sentido, se planteó como un puente entre la crudeza del acontecimiento y la belleza de la metáfora».
¿Cómo ha sido la respuesta del público con Acevedo y qué esperan para esta circulación por el Maule?
«La respuesta del público ha sido muy emotiva. En Santiago, muchas personas se acercaron a compartir sus recuerdos y emociones. En México fue otra experiencia, primero porque nadie conocía el hecho histórico y segundo porque al lugar donde fuimos convocaba a un público que escasamente veía teatro, por lo tanto, ese público quedo encantado por la belleza, la puesta en escena, y si bien no alcanzaba a entender del todo, les provocaba curiosidad de saber más. Regresar a la región del Maule, que es el lugar de origen de la compañía, significa encontrarnos con un público con el que tenemos una relación cercana y de varios años. Estamos expectantes y esperanzados de seguir construyendo, desde el teatro, un espacio de encuentro y reflexión en torno a nuestra historia».