Un poquito avergonzada, pero sobre todo sorprendida y medio muerta de la risa, me encontró una tarde de jueves en la “catedral” del maquillaje.
¿Sabían que hay tiendas enteras dedicadas al tema? Pues yo no. Pero resulta que sacarse los lentes ha sido para mí sinónimo de ver y de mirarme en el espejo por primera vez en la vida…
Verá… Hija mayor de una familia pequeña, Jane creció sin mucho ejemplo respecto de algunas cosas. Como esas que hablan del comportamiento de las “señoritas”.
Hija de madre profesional y padre lejano, conocía de la importancia del trabajo, el estudio y la formación. Sabía también que cartera y zapatos deben combinar y que, aunque suene buena idea que el proveedor esté poco en casa y sólo cuando trae dinero, es mejor que no trabaje fuera de la ciudad en turnos de 15 x 5.
Había oído respecto del bien y el mal según las múltiples religiones en las que la tía abuela que la crio circuló buscando la verdad de la vida.
Un par de veces tuvo piojos, compartiendo la peineta con alguna de las múltiples nanas que acompañaron su niñez.
Muchas veces escuchó que no solo había que ser sino también parecer, pero esta teoría última solía chocar con la irreverencia en persona que veía en la tía abuela, mujer culta, bella, “señorita y enterita”, bellamente vestida, peinada y pintada que armó su propio destino desde un apellido vinoso de esos que tuvieron mucho, pero que los matrimonios sucesivos y los enredos testamentarios dejaron con una mano por delante y una por detrás.
Con demasiados espacios de libertad y sin mucho control parental, su infancia transcurrió leyendo libre sobre un árbol en la 2 Norte. Más niñito que niñita, se entretuvo matando caracoles, tirando semillas a los peatones, saltando del segundo piso a un cerro de cojines con su amiga Cochi y corriendo todo el verano a pata pelá.
Demasiado alta para su edad, no vio el desarrollo en ella hasta el día en que los hombres comenzaron a mirarla con ojos libidinosos. Pronto descubrió el poder de su par de piernas y comenzó a usar vestido. Pero su naturaleza salvaje nunca supo de base de maquillaje, pinches en el pelo, chasquilla ochentera o moda, como la que veía con mezcla de envidia, sorpresa y risa en sus compañeras.
Por eso, un jueves cualquiera (aprovechando los últimos días de su licencia) fue la delicia de la vendedora de maquillaje, la sonrisa incrédula de jovencitas sobre producidas y la base de esta honesta columna, de una mujer que a los 47 se ve por primera vez en el espejo, mira y admira sus pecas, se sorprende con sus ojeras, ama las arrugas que se le hacen al sonreír y hará lo posible por aprender a usar: primer, bb cream, cubre ojeras, base de maquillaje, polvos traslúcidos, delineador de ojos, máscara de pestañas, sombras, delineador de labios, labial y el pack de brochas y esponjas, que ya olvidé dónde y cómo se usan y que estoy segura, no podrán cubrir jamás a la niña salvaje que aún habita dentro mío, que se quiere tal y como es, pero: empezará a maquillarse
Jane Doe