En el Aniversario 282 de la otrora Villa San Agustín de Talca, en verdad queda muy poco -casi nada- de aquel pasado esplendoroso del que hablan cronistas, historiadores y escritores; de ése que quedó plasmado en unos cuantos cuadros, fotografías y dibujos; ése que también puede evocarse en construcciones, monumentos y plazoletas actuales… en fin, poquísimas -pero valiosísimas- evidencias que aún podrían cosquillear los sentidos e imaginación de quienes se tomen el trabajo de “encontrarlas” y disfrutarla (por Jorge Valderrama Gutiérrez)

En ocasiones un/a historiador/a puede ser considerado/a “latoso/a” por los nombres, fechas y acontecimientos que cita, imprescindibles para narrar sucesos que se produjeron y desaparecieron mucho antes que naciera. Empero, quizás exista una manera diferente de “ver” la historia; una más entretenida, ¿más trivial…? Cotidiana, tal vez. Así es, porque parte de ella está allí, en el centro y entorno urbano, en algunas calles, plazas, y una que otra edificación y/o monumento que sobrevivió a terremotos y a la depredación del impersonal “progreso” (eufemismo que oculta la desidia de autoridades y vecinos).
Cierto, porque perdidos en la noche de los tiempos se encuentran partes del idioma, una vasta diversidad de carromatos, pasatiempos, costumbres y personajes, algunos de los cuales sólo emergen como curiosidades un tanto excéntricas. Arcón de recuerdos que atesoran los más viejos, y de los que emanan calesas, berlinas, rechinantes tranvías, tertulias, trompos, palitroques, fiestas primaverales y pregoneros extintos. En ese contexto: una fecha, un rostro, una palabra formarán -con ayuda de la imaginación- un escenario que, al ensamblarse con otros, recrearán imágenes, recuerdos y vivencias que han moldeado parte de la historia de Talca; y quienes transitan a diario por el núcleo fundacional podrán saber que aconteció allí tal o cual hito, o se irguió una vivienda patrimonial… como las seis siguientes.
Casona de un comerciante portugués
Juan Albano Pereira y Márquez era oriundo de la Colonia de Sacramento -posesión portuguesa extendida en las márgenes del Río de la Plata-, donde había nacido en 1728. Hijo de Luis Pereira Vásquez y de Josefa Márquez (nacida en Oporto, Portugal), ambos vecinos de la isla La Palma en el archipiélago de Las Canarias, está considerado el tronco de una de las más importantes familias coloniales chilenas. Establecido con factorías en Indias el año 1753 -cuando era un joven-, por disposición y venia de don José Antonio Manso de Velasco, Conde de Superunda, obtuvo permiso del Virrey del Perú para comerciar en América, donde se dirigió a Lima para establecerse como comerciante, extendiendo sus actividades a Potosí, Paraguay y Tucumán.
Cuando llegó a Chile se estableció en Talca, donde fue un próspero y respetado comerciante. No obstante, debió experimentar difíciles momentos, ya que el 17 de abril de 1760 se publicaron en la capital dos bandos, uno para que se expulsase a todos los extranjeros que hubiese en el Reino y otro para que los casados que tenían sus mujeres fuera del país marchasen a reunirse con ellas. En aquel entonces, don Juan Albano Pereira pidió que se le permitiese permanecer en Santiago (donde tenía una tienda situada al lado de la de su amigo irlandés Ambrosio O’Higgins), por cuanto tenía su caudal muy esparcido en créditos comerciales, y porque estaba en vías de naturalizarse en Chile, según la correspondiente petición que había elevado a Su Majestad.
Después de interminables altibajos retornó a la Villa San Agustín de Talca en 1771, fecha en que se radicó definitivamente, cerrando su tienda de Santiago y comprando a doña Francisca Zambrano -el 27 de junio de 1772- un sitio en el cual edificaría su casa, proyecto que se vio frustrado al morir su segunda esposa (se había casado por poder con María Mercedes de la Cruz y Bahamonde). Hasta que en abril de 1776 se casó por tercera vez, en esta ocasión con la hermana de su primera mujer: Bartolina de la Cruz (con quien tuvo 7 hijos).
De esa manera, en noviembre de 1782 acogió al hijo natural de Ambrosio O’Higgins -su amigo con quien había compartido como comerciante parte de su juventud-, Bernardo, entonces un niño de 4 años de edad, nacido el 20 de agosto de 1778 en el Obispado de Nuestra Señora de la Concepción, Chillán. Don Domingo Tirapegui, hombre de confianza del entonces Gobernador de Concepción, cumplió esa misión entregándoselo a Albano, junto a una carta de don Ambrosio en la cual le pedía que tuviera a ese hijo suyo, le cuidara y le diera una educación cristiana. Su casona se situó en el sitio que hoy ocupa la Municipalidad.
Museo O´Higginiano y de Bellas Artes
En 1 Norte esquina 2 Oriente se yergue esa antigua casona, la que debido a versiones orales transmitidas por generaciones, se creyó que habría pertenecido a don Juan Albano Pereira, donde se habría criado el niño Bernardo. Sin embargo, investigaciones posteriores demostraron que la propiedad habría sido construida hacia 1791 por Juan Francisco Prieto Espiella, casado con Mercedes Vargas. Posteriormente tuvo otros propietarios, como Domingo de Opazo y Artigas y sus hijos, siendo su último habitante don Andrés Mazorriaga.
Y no fue sino en 1945, bajo el Gobierno de don Juan Antonio Ríos, que mediante Ley Nº 8.167 se creó el Museo O’Higginiano y de Bellas Artes de Talca, estableciéndose la expropiación de casa y sitio, y la creación de Museo; y a don Jorge Alessandri Rodríguez le correspondió otorgar el título y carácter de Monumento Nacional a la casona, inaugurada el 20 de agosto de 1964 por el ministro del Interior, Sótero del Río Gundián. Su primer conservador fue el historiador y director de Bibliotecas, Archivos y Museos, Guillermo Feliú Cruz. Sintetizando: Bernardo O’Higgins vivió en Talca, pero no en la casa del Museo O’Higginiano. Ésa, sin embargo, es ciertamente un edificio colonial, uno de los pocos que quedan en la ciudad.

Teatro Municipal
Ya en la era de la Colonia, en la Villa San Agustín de Talca se realizaron, a la vera de sus árboles y techumbres de paja o teja, representaciones histriónicas. Basta recordar que en 1760, a sólo dieciocho años de su fundación, fueron representadas dos comedias para honrar la subida al trono del heredero de la corona de España. De igual forma, en el devenir republicano existió en el patio del Cabildo un tablado construido en 1796, para conmemorar y celebrar los títulos obtenidos de parte del Rey de España de “Ciudad” y de “Muy Noble”, y de “Muy Leal”.
Existe constancia escrita que se exhibieron tres comedias, con sus entremeses, sainetes y loas, en dicho patio del Cabido, a cargo de don Nicolás Cienfuegos y Arteaga. Empero, a inicios de la segunda mitad del siglo XIX, la ciudad reconocida años antes como la tercera de Chile en cuanto a población -superada por Santiago y Valparaíso-, y cuarta en generación económica, no poseía un teatro, excepto uno precario erigido por don Genaro Silva en 1860, el que después de doce años de funcionamiento fue demolido en 1872.
Posterior a incipientes iniciativas, el liderazgo y gestiones del intendente Ursicinio Opazo Silva logró recolectar dinero -a través de colectas y empréstitos- para hacer realidad la obra de construir un teatro. Así, utilizando planos del teatro de Quillota, el arquitecto Ricardo Brown levantó una infraestructura de cal y ladrillo, teniendo en su centro una lámpara de gas y aposentadurías adquiridas en Europa.
La inauguración del Teatro Municipal de Talca el 15 de agosto de 1874, tuvo una relevancia social y artística trascendental para la ciudad, legítima, por cierto, considerando que era el tercero que existía en el país (los otros estaban en Santiago y Quillota), por tanto el orgullo de los talquinos fue “bombardeado” por afirmaciones mordaces y descalificatorias de otras ciudades del país: Valparaíso exigía que dicho coliseo lo entregasen a los ratones para que “den cuenta de sus decoraciones” (europeas), y Chillán y Concepción motejaban a los talquinos -a través de la prensa- de ignorantes en materia artística. En ese tenor, con una capacidad para 1.800 espectadores (700 personas en palcos, 400 en platea y 700 en galería), la noche de su estreno tenía colmadas sus aposentadurías.
Don José Luis Borgoño regaló el telón de boca; y don Santiago Laughton una lámpara que instaló al centro de la platea (poseía 133 luces a gas de fino cristal al estilo de la ópera de París); en tanto, don Epaminondas Donoso trajo a la compañía Jacques y Mateos, a don Diego de la Cruz y varios más. Igualmente, la noche del estreno -además de entregar pergaminos y medallas recordatorias- el intendente de Santiago y representante del Gobierno, don Benjamín Vicuña Mackenna (cómodamente arrellanado en el palco), pronunció un entusiasta discurso.
Así nació a la vida el Teatro Municipal con el estreno de la obra “Conquista de Madrid”, además del lujo de los asistentes en sus vestimentas y accesorios, llamativos peinados, así como las conversaciones y comentarios en sus pasillos, parte del glamour de la época. En sus tablas se lucirían posteriormente la actriz dramática francesa -y diva de aquel entonces- Sara Bernhardt, 1886; la incomparable Pavlova en 1918, la española Marcelina Cuarenta, Sarita Montiel y un sinnúmero de personajes célebres. Con el tiempo, quedó abandonado como cine de barrio, dando su última función en 1963.

Esplendor del Teatro Oriente
Más contemporáneo, el año 1947 se terminó la armazón arquitectónica del que otrora fue flamante cine-teatro orgullo del Barrio Oriente. Al respecto, se debe recordar que en 1946 la ciudad poseía 52 mil 306 habitantes y se encontraba estancada en su desarrollo, por lo cual el Teatro Oriente fue un delta social en el que se daban cita una comunidad conformada por trabajadores y empleados, contribuyendo a satisfacer el apetito de entretención de un cine diferente al existente en el público del área céntrica de Talca.
Ese dispar gusto se expresó con fuerza en la preferencia masificada por la vasta producción cinematográfica del cine mexicano, gusto que elevó a la categoría de obras de arte a varias de las películas exhibidas en los primeros tiempos de cine. Una entre ellas: “Allá en el Rancho Grande”, hoy un clásico del cine azteca. Así, el éxito de taquilla -que posteriormente lograría en el Barrio Norte el cine del Colegio Santa Ana– lo constituían las películas seriadas cuyos finales eran sólo parciales, puesto que dejaban en suspenso al espectador hasta la próxima proyección donde verían cómo el “jovencito” o héroe se libraba de una muerte a todas luces “inevitable”.
Sin embargo, en dicha sala no sólo se derramaron lagrimones con filmes conmovedores, sino que también se tenía la ocasión de ahogarse en llanto con la presentación de obras del radioteatro que hacían prestigiosas compañías del rubro: Luchita Botto y Doroteo Martí, entre otras, que llenaban platea y galería en los días de actuación, con un fiel público compuesto por dueñas de casa, nanas, comadres, tías, abuelas y vecindario en general disponible para el evento.
Las tablas de ese hoy desconocido teatro, sintieron las firmes pisadas de notables compañías teatrales, como la del icono chileno Lucho Córdova, al que se le identifica con su personaje de su película “Tonto Pillo”; y el inolvidable Eugenio Retes (padre de Eugenio Retes humorista), lumbrera en las películas de la serie Verdejo y en su multifacético papel del “Circo Chamorro”.
Asimismo, “Residencial la Pichanga” encarnó un humor futbolizado, puesto en escena por actores de notable versatilidad que representaban, cada uno, a un club de la entonces Primera Serie del fútbol profesional y donde el huaso que caracterizaba al Rangers entraba al escenario cantando: Tumbamelamelá… mamita soy talquino… por la gente chupalla… ¡Mamita soy ranguerino… Andáte pa’ Los Andes, allá va que soy del Rangers!”. Versos que son historia”. La edificación fue demolida en 2012 para implementar un estacionamiento de una línea de buses.

Lujosa residencia talquina
En pleno centro de Talca, 1 Norte esquina 3 Oriente, se alzó hasta febrero de 2007 una antigua edificación que fue construida por José Antonio del Solar en 1832, que en su interior atesoró todo el esplendor y lujo de un pasado que aglutinó parte importante de la historia local. José Antonio del Solar era abanderado de la Guardia Directorial de Bernardo O’Higgins Riquelme, y años más tarde se casó con Rosalía de la Cruz Donoso, una conocida dama talquina y aquí se quedó a echar raíces.
Verdadera pieza de colección cultural no existía en la urbe otra casona como ésa, levantada con vigas y adobes en un sitio que tenía 35 varas de frente por 80 varas de fondo. En ese entonces aún poseía más de mil metros techados con cuatro patios llenos de lo que antaño fue una exuberante flora, los cuales albergaron en buenas condiciones la mayoría de las monumentales habitaciones, pasillos y muebles próximos a cumplir dos siglos.
El oropel dentro de sus muros era sorprendente: su sobria arquitectura de arcos ojivales se abría para dar paso a corredores columnados, con amplios umbrales y rejas de fierro forjado; sus espaciosos salones lucían braseros de plata y bronce de extinguidas llamas, cuadros y retratos por doquier, trincheros con base de mármol, espejos biselados enmarcados lujosamente, mesas de arrimo de finas maderas; lámparas de muebles, pie y cielo decoradas con figuras mitológicas -sólo una de ellas se tasó en más de cinco millones de pesos-, cristalería, porcelanas, colecciones de mates, decenas de obras de arte, vetustos manuscritos, refulgentes candelabros de diversos materiales preciosos, biombos, cientos de libros de suntuosa encuadernación y, lo más importante: puertas y ventanas originales.
Además, su lujoso alhajamiento también contemplaba: lámparas de cielo a carburo (que con sus caños ocultos en el entretecho cubrían todas las dependencias); lujoso piso de ladrillo sobre el cual se extendía un grueso tapiz de caña para amortiguar la dureza del piso, y sobre ese las alfombras europeas; sus muros luciendo su tapiz original que jamás había sido cambiado y que lucía muy bien; jarrones isabelinos; finos muebles estilo Luis XVI; escupitinas de cristal e impresionantes cortinajes de macramé, cuya limpieza de por sí constituía un desafío, puesto que si se lavaban el agua las podía deshacer, por lo que hasta poco antes de ser derribada la vivienda eran limpiadas con un polvo especial, obsequio de una arqueóloga y que es el mismo que le echan a las momias para mantenerlas en buen estado. Entre sus últimos habitantes destacaron César Cuadrado Merino, su esposa Blanca Mandiola Riquelme y sus dos hijos. En su interior nada había cambiado en 174 años.
Antigua casona erigida en 1832 por don José Antonio del Solar -abanderado de la Guardia Directorial de O’Higgins- y vista de una de sus salas.
El Palacio del Obispo Cienfuegos
Ya nada queda de El Palacio, lujosa morada del cura patriota José Ignacio Cienfuegos, que se situaba en el ingreso sur de la Villa San Agustín de Talca, actual avenida Carlos Schorr, agazapada tras muros de inspiración morisca. En ese contexto, hacia 1840 su clásica arquitectura era parte del paisaje talquino de la época, presentándose a la vista de los parroquianos en su ir y venir de todos los días. Ahí estaba, con su floresta y agua fresca al paso del viajero consuetudinario que visitaba la urbe; o que pernoctaba en ella para continuar viaje.
Mandada erigir por el sacerdote José Ignacio Cienfuegos como su residencia, desde comienzos de aquella década fue un vértice social importante, igualado sólo por la mansión de la familia Gutike-Arriagada y la de José Antonio del Solar. Hasta pocos años atrás existió un letrero metálico que la identificaba como la morada del pastor, quien en sus inicios la dotó de todos los adelantos y confort europeos imperantes, preocupándose personalmente de las vidrieras en colores de sus ventanales, de las pinturas que colgaban de sus muros, de los tomos de su biblioteca y de muchos otros detalles decorativos. Finalmente, la nombradía y fama de esa mansión de campo otorgó el nombre a la antaño Avenida del Palacio, hoy Carlos Schorr.
