Los que leyeron “El Quijote”, se acordaran cuando el caballero de la triste figura le dice a su escudero: “Con todo eso, mira, Sancho lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo a la fuente.., y no te digo más”; sin embargo no es de autoría de Cervantes, lo que queda demostrado en la forma que lo usó. Refrán que traspasó las fronteras de la península ibérica, encontrándolo en otras lenguas, como en el francés y en el alemán.
El refrán admite interpretaciones, tales como, “que quien se expone siempre a situaciones de peligro, mas luego que nunca quedará atrapado en ellas”; “el que insiste en determinadas conductas sufre las consecuencias de aquello”. Se quiere señalar que la paciencia se agota, y como dice un analista “la paciencia tiene límites, después de los cuales está el abismo”.
Como pueden ver, cualquiera de aquellas es aplicable a nuestro país, a nuestra sociedad en todo orden de cosas, a pesar que sólo visualizamos lo que es publicitado, como la política, la seguridad pública y otras materias afines.
En esos aspectos urge reconocer que el problema de la migración “se nos fue de las manos”, se perdió el control; nadie puede desconocer que se cometió una equivocación, un error al abrir las puertas del país a una migración descontrolada, sin reglas, pero a pesar de todo, no se corrige tal situación, continuando el ingreso clandestino; insensatez que de seguro romperá el cántaro.
Equivocarse no es intrínsicamente malo, todos nos equivocamos, pero al mismo tiempo tenemos la oportunidad y la capacidad de corregir.
La falibilidad es consustancial a la naturaleza humana, a lo que no escapan los jueces, por eso el debido proceso considera el derecho al recurso para enmendar los errores judiciales; con mayor razón podemos enmendar los desajustes legales y administrativos.
Me podrán argumentar que lo que hizo el país, fue aplicar las directrices de Naciones Unidas, organización que tampoco es infalible, se puede equivocar y, en el hecho, ha ocurrido más de una vez. Resulta curioso e injusto que se acuse al presidente de no respetar los derechos humanos de los migrantes al expulsarles del país, olvidando y omitiendo que el agravio a los derechos humanos de sus nacionales, ocurre cuando éstos deben abandonar su tierra, por razones políticas y/o por hambre. Y, en ese escenario, ¿dónde esta la Naciones Unidas para sancionar a los estados miembros que permiten el éxodo de sus nacionales?
Otra manifestación del refrán lo encontramos en el retardo de implementar lo pertinente a la función policial, para que ésta pueda combatir con eficiencia y eficacia la escalada delictual, lo que no resulta tan complicado, bastando reponer las facultades inherentes a dicha función.
Recuerdo lo que señalé en una columna anterior, esto es, que hace varios años atrás, a un senador que ya no está en el cargo, le señalé que la delincuencia podía matar a la democracia. Y ahora que veo con que renuencia se toman medida al respecto, es factible que el cantarillo se rompa, habiéndose ya trizado. Estamos viviendo en una verdadera selva, no se internalizan las reglas, total no hay policías en las calles, se asume que hay una impunidad total, se hiere y se mata como si nada; en nuestra ciudad, en las mañanas, los vehículos que transitan de oriente a poniente por Avenida San Miguel, lo hacen temerariamente por la berma, convirtiéndose en una “muerte anunciada” cuando se atropelle a algún o alguna alumna que camina hacia la Universidad Católica, o se produzca un accidente de proporciones.
Debo reconocer que los errores y equivocaciones a que me refiero, sin dejar de mencionar la falta de acuciosidad al dictar resoluciones, no solo es responsabilidad de la autoridad administrativa, lo es de todos los poderes del Estado, de los que proponen y elaboran las leyes, como del judicial que las interpreta. En definitiva, un problema de Estado.
Una de las acepciones de la palabra síndrome es: “Conjunto de fenómenos que concurren unos con otros y que caracterizan una determinada situación.”, no debemos ni podemos extender el legítimo derecho a exigir respeto a los derechos humanos, como un verdadero síndrome que nos haga confundir situaciones vividas, que fueron traumáticas, por cierto, para no tomar -ahora- medidas en favor de las personas, bajo el pretexto que ayer esa institución actuó de una determinada manera. El hoy no es el ayer, ni el ayer es igual a lo que hoy se vive.
Rodrigo Biel Melgarejo
Abogado y profesor universitario