¿No les parece que el discurrir de la política estos últimos días se parece demasiado a una de aquellas teleseries que, antaño, veían nuestras madres? Porque este devenir político tiene todos los ingredientes con que Moya Grau en Chile o Valentín Pimstein en México sazonaban las “comedias” que tantos veíamos (admitan que también las veían). La semana que termina desmintió, rotundamente, a quienes dicen que la política es aburrida, predecible o insensible. No, la política ha demostrado en estos días que es completamente al revés: es animada, sorprendente y pasional, casi como una telenovela.
Ha habido triunfos inesperados, fracasos sorpresivos, rencores mal disimulados y atracciones fatales. La política de estos días ha ofrecido a nuestros ojos gestos triunfales, discursos con muchas frases para la galería, ingratitudes, deslealtades y amores no correspondidos. Las infidelidades han sido casi la tónica en las alianzas y los pactos. Compromisos rotos de improviso, esperas ansiosas fuera del Servel, impaciencias, declaraciones de madrugada, carreras locas contra el tiempo, desencanto, abandonos y miradas hacia un mañana de esperanzas y promesas. Igualito que en la “novela” de la tarde.
Observemos las escenas que protagonizaron la DC y el PS en el capítulo del miércoles. ¿Cómo alguien se habría de aburrir cuando observa que una alianza de 30 años se rompe en un minuto y, tras un par de horas, el protagonista de ojos claros retorna y pide que “todo vuelva a ser como antes fue”? Y la señora, siempre digna, le dice que ya no. Que el daño ya está hecho y esa alianza, cuan fina copa de cristal, se ha roto en mil pedazos. Por supuesto que el rating se dispara ante algo así. Y el honorable (público) queda a la espera de una reconciliación, la que podría venir en los próximos capítulos.
No me acuerdo cómo se llamaba la teleserie en que un novio, vestido para la ocasión, se quedaba esperando fuera de la iglesia a quien nunca llegó. Puede que el Lector se haya acordado del nombre de la teleserie cuando vio al presidente de los radicales esperando solo, fuera del Servel, a quienes le habían prometido una alianza que nunca fue. Escenas como esas hubo muchas durante la semana. Con ellas se podría armar una teleserie de abundantes capítulos, de esas casi eternas, en que algún protagonista enfermaba, quedaba ciego, era desahuciado y más tarde recuperaba la salud, la vista y la herencia (y los votos). U otra, como aquella en que la bella protagonista se desvela pensando la mejor forma de apartar a la advenediza que irrumpió en su camino hacia la propiedad de la hacienda, que lleva años ambicionando.
¿Se acuerdan de los que perdían la memoria? De esos hemos visto muchos estos días, quemando lo que antes adoraron y adorando lo que antes quemaron. Lo que no he visto es un par de hermanos gemelos, de esos separados al nacer y que después se encontraban, uno rico y otro pobre. ¿Habrá en el Frente Amplio, tan numeroso en grupos que lo integran, algún hermano perdido? Madrastras perversas hay, pero de eso no quiero escribir. Tampoco de la loca del pueblo, que en varias teleseries aparecía. Porque el reparto que observamos es enorme y variopinto. Vemos galanes maduros, a quienes se está pasando su cuarto de hora y deberían despedirse mientras caminan hacia el ocaso, a la vez que abundantes jóvenes que quieren figurar robando cámara, estrellitas en ciernes que parecen disfrutar de su éxito repentino y muchos de esos que llaman “roles de carácter” que hacen payasadas y representan el folclor popular y que matizan, dan sabor e invitan a seguir viendo los capítulos que vienen, llenos de intrigas y artimañas, componendas y acomodos.
Todo sea por la sintonía (votos le podríamos decir) y por el público, que sabemos es tremendamente veleidoso. Y que un día favorece a unos y, más tarde, se cambia de canal. Y de “comedia”, dejando sin empleo al reparto completo.