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THE TIMES THEY ARE A-CHANGING por Juan Carlos Pérez de la Maza

En 1963 Bob Dylan escribió “Los tiempos están cambiando” y desde entonces, cada vez que observamos una evolución más acelerada de lo habitual, cada vez que vemos que el orden social muestra señas de cambios, cada vez que aparecen brotes y renuevos inesperados, recordamos esta canción, una de las que le valió el Nobel a Dylan. Y, si bien cada enero a los humanos nos da por hacer recuentos e intentar percibir cuál es el rumbo que llevamos, la enumeración y el arqueo de esta ocasión nos demuestra, innegablemente, que ahora sí que los tiempos están cambiando.

Asumo que este no es el espacio, ni el momento, para intentar definir cada cambio que el mundo está viviendo. Baste decir que la pandemia ya ha hecho lo suyo. Y la pertinacia con que insiste en devastarnos, amenaza con hacer permanente todo lo que hemos tenido que cambiar por su culpa. Baste, también, decir que el planeta entero, el clima y sus manifestaciones, se están encargando de demostrar cuán fugaces podemos ser y hasta qué punto nuestra permanencia es, realmente, transitoria.  Baste decir, por último, que la infinita insensatez humana continúa impulsando conflictos armados desquiciados, competencias económicas irracionales y discusiones políticas absurdas, mientras se enfrenta a la pandemia y el cambio climático. La orquesta del Titanic no lo podría hacer mejor.

Todo lo anterior visto desde una perspectiva global, mirando el ancho mundo que nos rodea, allá afuera.  Por una cuestión de distancia y aislamiento, esos cambios son apenas perceptibles por nosotros y se requiere de un análisis fino para apreciar el sutil movimiento transformador. Pero acá dentro, en esta copia feliz del Edén que habitamos, los cambios son más próximos y se advierten más claros y fuertes. Por ejemplo, ciertos valores, principios y virtudes, antaño fundamentales, hoy devienen en accesorios, secundarios y más bien subjetivos. El derecho a la vida, la tolerancia, el respeto institucional o el emprendimiento individual, crecientemente son objeto de impugnación, sospecha, restricción o rechazo. Estructuras institucionales, familiares o sociales de profundo arraigo, paulatinamente pierden vigencia y se diluyen en medio de cuestionamientos, tachas o censuras. Surgen nuevas formas de relacionamiento social, más horizontales y comprensivas, más radiales que piramidales, menos autoritarias y más democráticas, se usa decir.

Pero en el área en que los cambios se visualizan con mayor nitidez es la política. Particularmente lo que está cambiando es el perfil de aquellos que hacen de la política su quehacer principal. Pocas veces se tiene la oportunidad de ver, “con los propios ojos”, cómo una generación desplaza, completamente, a varias que le antecedían. Porque hoy, si observamos la fecha de nacimiento de quienes ya ocupan espacios de poder (la Convención Constitucional, por ejemplo) o quienes están próximos a asumirlos (a contar del 11 de marzo, particularmente), casi todos tienen menos de 50 años y, la mayoría, menos de 40. A contar de ahora, la elite política del país habrá nacido a mediados de los años ’80, partiendo por el nuevo Mandatario y, probablemente, por quienes integren el Gabinete que designe por estos días, de los cuales la mayor parte estaba en el Jardín Infantil, mientras Aylwin llegaba a La Moneda. Con esto no quiero decir que la renovación generacional sea, en sí misma, negativa. El reemplazo de una generación, por otra nueva, es habitual y deseable. La “fosilización” del poder, a la usanza de la gerontocracia de la Unión Soviética (que desapareció cuando Boric ingresaba a pre-kinder), impide el recambio, la renovación y el aire nuevo. Las nuevas generaciones actualizan procedimientos, protocolos y esquemas de ejercicio de la autoridad. Ponen al día y evitan el anquilosamiento institucional, todo lo cual es positivo y debiera ser bien recibido.

Lo que no es tan bueno y nunca bienvenido es la soberbia o la arrogancia de creer ser los nuevos dueños de la verdad, porque, como dice Dylan en su canción: “Y el presente ahora / será pasado después. / El orden se está / rápidamente desvaneciendo. / Y los primeros ahora / serán los últimos después. / Porque los tiempos están cambiando.”

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

 

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