En estos últimos tiempos se puede observar que muchos liderazgos proclaman, con vehemencia, la defensa de ciertos principios, a la vez que señalan, enfáticos, su frontal lucha contra determinados flagelos. Pero también se observa que esas frases, furibundas, quedan sólo en el papel. La porfiada realidad les contradice y convierte, apenas, en unos “tigres de papel”.
Comencemos por Luiz Inácio da Silva, el actual Mandatario de Brasil. Lula predica por lo menos un par de veces por semana acerca de la democracia, sus valores y sus beneficios. Se auto-sitúa como uno de los defensores más acérrimos de la voluntad popular y el respeto que a ella debe prodigarse. Sin embargo, al momento de criticar a Maduro y a la pantomima de su elección reciente, se muestra temeroso de calificarlo como lo que es, un dictador, y prefiere insistir en llamar al diálogo e, incluso, a una absurda repetición de las elecciones, como si en un nuevo comicio el régimen haría algo diferente al fraude que ya hizo. El presidente brasileño gusta de mostrarse como un fiero defensor de la democracia, pero frente al claro comportamiento antidemocrático del dictador venezolano, se le advierte timorato.
Sigamos con otro Mandatario, esta vez de más al norte. López Obrador, en México, construyó su imagen política como un implacable defensor de las libertades y de los derechos humanos. En su mandato se ha permitido aconsejar a muchos cómo ha de comportarse un demócrata de verdad. Pero, en la hora actual, frente a su homólogo caribeño, se le advierte indeciso y pusilánime. López se ha mostrado demasiado cauteloso y, como el brasileño, rehúye calificar a Maduro de dictador, prefiriendo solicitar las actas de la elección fraudulenta antes de reconocer o repudiar su régimen. El Mandatario mexicano, tal como Da Silva, es otro más de esos “tigres de papel”, que gustan exhibir arrestos de energía democrática, excepto cuando debieran.
En un asunto diferente, el ex presidente de Argentina, Alberto Fernández, ha demostrado ser otra de estas figuras en que advertimos una inconsistencia severa entre lo que dice y lo que hace. Puede que el Lector recuerde parte de su propaganda o de sus discursos cada 8 de marzo, cuando se erigía como “el primer feminista” de Argentina y señalaba, orgulloso, estar presidiendo el fin del patriarcado y el machismo ¿Le recuerda? Fernández decía ser el defensor de las mujeres y quien les llevaría, por fin, a la anhelada época de una plena igualdad con los hombres. Hoy, todos sabemos que aquellos discursos no eran más que palabras escritas en un papel sin más valor que sus escasas convicciones feministas. Hoy sabemos que su conducta privada era la negación misma de su discurso público. Y que el ardoroso y resuelto feminista no era sino un arrogante bravucón que golpeaba a su mujer. Otro más de estos titanes de papel.
Por último, no quisiera, en un tiempo más, tener que agregar un ejemplo local al listado reseñado. Pienso que el Presidente Boric está, todavía, a tiempo para zafar de la nómina. Su mayor adversario, la delincuencia y el clima de inseguridad que asola al país, le ha llevado a pronunciar frecuentes admoniciones y advertencias que, el Mandatario debiera cautelar, no queden sólo en eso, meras palabras. Dijo el Presidente, en sus palabras iniciales, que su administración no descansaría, ni de noche ni de día, en velar por la seguridad de todos. Meses más tarde señaló que “vamos a ser unos perros en la persecución de la delincuencia”. Y todos escuchamos cuando, hace apenas unos días declaró que “El Estado no va a bajar los brazos y no se arrodillará ante la delincuencia”, palabras que se agregan a otras en que dijo que sus “enemigos son los delincuentes” a quienes prometió capturar, enjuiciar y encarcelar.
Todas las anteriores, y otras más, son palabras fuertes y bravías. Pero palabras, al fin y al cabo. A la ciudadanía chilena que sufre el flagelo delictual, al igual que a los venezolanos que padecen la dictadura, no interesan las palabras ni los discursos ni las promesas, sino los resultados, los logros, los hechos. Los líderes políticos perdurables no se construyen con discursos insustanciales ni palabras baladíes, sino con consecuencia política y coherencia real. Los otros, no pasan de ser “tigres de papel”. Y el papel, ya lo sabemos, aguanta todo.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho