Hay una edad en que los cabros chicos dejan de subirse al triciclo. Es la misma edad cuando dejan de creer en el viejo pascuero. La misma cuando comienzan a sentir vergüenza, cuando dejan de bailar en la plaza una noche de domingo al ritmo de Juanes y su camisa negra.
La última vez que me subí a un triciclo fue en la casa de mi abuela, en enero, por cierto, en esas vacaciones eternas de chapuzones en el río, pan amasado caliente chorreando mantequilla y mermelada de mora enterita quemándome los labios.
Hacíamos carreras con partida debajo del parrón de la abuela, superando una curva cerrada alrededor de unas frutillas pintosas, traspasando el portón hacia la casa de mi tía Carmen, acelerando en la recta frente a los membrillos, esquivando apenas la acequia, con llegada justo frente al garaje donde el abuelo guardaba una camiioneta vieja y destartalada.
Terminábamos tan cansados como contentos. Me caí varias veces. Choque otras tantas. Me ensangrenté, me enojé, me embarré, me peleé. Lo recuerdo, lo cuento y me emociono.
El triciclo era rojo, con manillas de gomas azules, un sillón maltrecho que apenas aguantaba, una pisadera que servía para los desempates con cronómetro en mano, un reloj digital que le sacábamos a escondidas a mi hermano mayor.
Nos alcanzaba el desayuno de huevos revueltos y leche para unas cinco vueltas en la mañana, y la once de galletas y pan amasado para otras cinco y una yapa de ultima vuelta gana todo.
Todo bien hasta que me empecé a demorar entre las sábanas. Hasta que las tardes en el río se alargaron por culpa de las trenzas de Marina. Hasta que un día ya no le pregunté a la abuela por el triciclo.
Me gustaría volver a subirme, volver a creer que todo se resuelve con una carrera y un triunfo celebrado con una guerra de uvas. Todo era tan simple. No importaba el precio de la bencina, ni el IPC, ni la positividad, ni los contagios.
Pero no. Ya no me puedo subir a un triciclo. Se me olvidó la ruta. Dejé de hacer cosas por el simple placer de hacerlas. Hace rato que no manejo mi vida. Irremediablemente, crecí.