Al evocar a intrépidas mujeres araucanas, como Fresia, Guacolda y Janaqueo (llamada la valquiria de Arauco), se hace necesario también mencionar a criollas de notable valor que en el período de Guerra de Independencia se la jugaron por la causa patriota. Entre ésas sobresalieron Tomasa Alonso Gamero y Toro, Paula Jaraquemada, Javiera Carrera, Luisa Recabarren, Rosario Rosales y -además de muchas otras- las siguientes tres bizarras de las cuales se presenta una sucinta reseña.
Madre de un prócer
Hija de Simón Riquelme de la Barrera y Goycochea y de María Mercedes de Meza y Ulloa, María Isabel Riquelme de la Barrera Meza y Ulloa nació en Chillán el 7 de noviembre de 1759, recibiendo en su infancia una regular educación: aprender a firmar, a escribir y algunas nociones de cristianismo. Del patrimonio de sus padres, dividido entre sus diez hermanos, le tocó recibir solamente cuatrocientas cuadras de tierra en Papal, predio agrícola ubicado en Chillán. Igualmente, proveniente de una de las familias aristocráticas más importantes de dicha ciudad -su padre era regidor del Cabildo-, no resultaba extraño que los personajes de cierta importancia que viajaban a esas tierras alojaran en casa de don Simón por lo que, desde pequeña, se acostumbró a recibir visitas ilustres que se alojaban en su hogar, situado cerca de la plaza mayor.
Entre ellos fue a hospedarse en una ocasión, en 1777, el coronel irlandés Ambrosio O’Higgins, que tenía en ese entonces 57 años y ella apenas dieciocho cuando se conocieron en la ya mencionada estancia de Papal. Privada de la vigilancia materna, cedió a las instancias del astuto militar. El terco y maduro irlandés, de aspecto agrio y corpulencia deslucida, quedó cautivado por la mirada azul y ardiente y la negra cabellera de Isabel, la que, halagada con promesa formal de matrimonio -que nunca se cumplió- vivió un breve romance que dio como fruto al futuro Libertador de Chile: Bernardo O’Higgins. Al hacerse evidente su embarazo, siguiendo las costumbres de la época, le fueron arrebatados los honores de madre y de esposa, permaneciendo en su casa paterna, pero recluida en uno de los aposentos interiores, afirmando la tradición chillaneja que su hijo nació en la casona de don Simón, situada como se mencionó cercana a la plaza.
Superando las dificultades de ser madre soltera, defendió al hijo que llevaba en sus entrañas en condiciones adversas, preocupándose siempre de brindarle su apoyo. Al dar a luz a Bernardo le concedió su apellido y veló en todo momento por su educación, siendo criado hasta los cuatro años en la casa donde nació, después de lo cual fue enviado por su padre a Talca, a casa de su amigo Juan Albano Pereira y su tercera esposa Bartolina de la Cruz, donde encontró afecto hogareño. Aún más, Albano, comprendiendo la anómala situación en que se encontraba su pupilo, trató de asegurarle por lo menos el porvenir, certificando legalmente su origen. Lo hizo bautizar por el párroco Pedro Pablo de la Carrera “bajo condición”, con el nombre de Bernardo O’Higgins, sirviendo él y su esposa de padrinos. A pesar de que su hijo fue alejado a temprana edad de su lado, el vínculo y la comunicación entre ellos nunca cesó.
Isabel continuó su vida en la hacienda de su padre y dos años después contrajo matrimonio con Félix Rodríguez Rojas, con quien tuvo una hija llamada Rosa, enviudando en 1782 y volviéndose a casar, esa vez con Manuel de Puga y Figueroa, con quien tuvo otra hija llamada Nieves. Asimismo, cuando O’Higgins volvió a Chile en 1802 -nunca le escribió en su ausencia- le encargó “me encomiende a Dios como yo la encomiendo en todas mis oraciones, pues los peligros que tengo que pasar son bien grandes. Los mares están llenos de corsarios y buques de guerra ingleses”. Por ello, una vez en su suelo natal, se la llevó a vivir con él, junto a su media hermana Rosa, a la hacienda Las Canteras. Empero, la tranquilidad fue bruscamente interrumpida por los movimientos independentistas ocurridos a partir de 1810, frente a los cuales en todo momento apoyó la causa de su hijo. Incluso, tras la Reconquista Española huyó junto a él a Argentina donde realizó diferentes oficios para subsistir: costurera o fabricante de cigarros. Con la victoria patriota en Chacabuco -1817-, regresó a Chile y se instaló con su hijo, viviendo momentos de gloria, como su designación como Director Supremo, siguiéndolo también -tras su abdicación en 1823- a su exilio en el Perú y haciéndose cargo de su nieto, Demetrio. Falleció en Lima el 21 de abril de 1839. Sus restos se repatriaron en 1947 y en 1993 se trasladaron definitivamente a Chillán Viejo donde yacen junto a su hija.
Patriota notable
Hija de Ignacio Monasterio y Antonia de Silva, Agueda Monasterio Silva de Latapiat nació en Santiago de Chile en 1772. Mujer de temperamento, se distinguió por su valor y patriotismo en tiempos previos a la Independencia, cuando la patria estaba escindida por una lucha sin términos medios. En aquella convulsionada época -1816-, para que José de San Martín pudiera llevar a cabo exitosamente su campaña de los Andes, se requería de patriotas audaces y valientes que le aseguraran que estaba implementando sus planes en terreno seguro. Para ello contó con agentes secretos que rastreando pasos desconocidos en la cordillera permitieron posteriormente trasponerla de la forma más segura, así como espías que le permitieron conocer claves militares enemigas, las guardias existentes y hasta el estado psicológico de los pueblos que iba a liberar. Entonces, doña Agueda era dueña del fundo La Monja que estaba en Rinconada de Los Andes, y con el fruto de las ganancias de su explotación financiaba actividades en aras de la Independencia de Chile.
Para facilitar la infiltración se implementaban centros de espionaje divididos en células, las cuales se situaban en las casas de patriotas chilenos que gozaban de la confianza de los españoles. Dichos agentes eran emigrados chilenos, la mayoría pertenecientes a familias de clase alta y que ejercían en forma voluntaria esos riesgosos trabajos.
Igualmente, San Martín acostumbraba enviar correspondencia con falsos planes de invasión sobre sus propias informaciones para confundir, bajo la estricta orden de no resistirse ante el enemigo. De esa manera, el jefe español Casimiro Marcó del Pont, dudaba desde dónde llegaría la invasión del Ejército de los Andes, ya que correos capturados informaban que éste se efectuaría en la parte sur de la cordillera.
Pues bien, encubierta por su clase social ejerció activamente el rol de espía, enviando misivas al Ejército Libertador, y ayudada por la colaboración de los lugareños asistió activamente -proporcionando alojamiento y alimentación- a las divisiones de O’Higgins y Soler, cuando pasaron por sus caminos la noche previa a la Batalla de Chacabuco (11 de febrero 1817). Junto a Manuel Rodríguez compartió el terror de los días tenebrosos del siniestro capitán San Bruno llevando despachos confidenciales al Ejército Libertador.
Su entereza y habilidad permitieron esconder a patriotas perseguidos. Sospechosa de colaborar con los “insurgentes”, fue capturada por haberse tragado una carta de San Martín, siendo engrillada y sometida a escarnio para que revelara secretos de importancia. No obstante, jamás declaró nada, por más torturas y tormentos que recibió, hasta fallecer a inicios de 1817, agobiada por los castigos que los talaveras le infligieron.
Una vez muerta, el capitán San Bruno le hizo abrir el estómago para extraer la correspondencia, manteniendo su cadáver insepulto durante tres días, como una manera de intimidar a familiares y sirvientes, obligándolos a declarar secretos y maquinaciones que la valiente mujer se llevó a la tumba. Cuando el General José de San Martín entró triunfante a Santiago al frente de sus tropas -después de la Batalla de Chacabuco-, la primera casa que visitó fue la de esa heroína, con el propósito de consolar a sus dos hijos huérfanos: Francisco y Bruno, quienes años más tarde combatirían el primero en Valdivia y el segundo en el Callao, donde pereció el 18 de septiembre de 1821. No se conoce monumento alguno en memoria de esa espartana chilena.
Magnética feminidad y encanto
Ana María Cotapos nació en Santiago en 1797. Aunque como todas sus congéneres de la época no participó de la lucha armada durante el periodo de la Independencia de Chile, sí le cupo protagonizar un activismo político reconocido.
En el otro bando, las mujeres partidarias al rey de España se organizaron en grupos aportando recursos económicos, difundiendo propaganda y actuando como correos de información en beneficio de la ideología española. Esas polarizaciones arrastraron consigo pobreza, desamparo y persecuciones entre la población femenina capitalina y también de algunas provincias, las que estuvieron exentas de indulgencias, porque su condición de mujeres no inspiró tolerancia ni en uno ni en otro bando. Así, algunas fueron desterradas, recluidas en sus hogares, conventos o encarceladas, y aquéllas que poseían patrimonios significativos les requisaron sus bienes. Además, hubo otras que se convirtieron en intermediarias entre las autoridades, apelando al derecho de súplica para obtener la liberación de sus familiares, así como la devolución de sus bienes. Las más pobres trabajaron como costureras, lavanderas o cocineras para asumir la mantención de sus familias luego que sus padres, maridos o hermanos fueron apresados y/o asesinados.
Esa gran mujer, al ser descubierta participando en una conspiración patriota en 1817, fue recluida en un convento -junto a la madre de su cuñada Mercedes Fontecilla y Luisa Recabarren-, a la par que Javiera Carrera estaba presa en Argentina por su vinculación con su hermano José Miguel, perseguido por apoyar la causa federalista en dicho país. Fue esposa de Juan José Carrera, proveniente de una familia muy ilustre, en el seno de la cual en sus años de niñez y adolescencia adquirió la clásica educación que correspondía a la clase alta a la que pertenecía. De lo poco que se sabe de ella se rescata el que era de una belleza exótica, que con magnética feminidad y encanto atraía todas las simpatías de la sociedad de su tiempo. De ello dio fe la distinguida escritora y viajera británica Mary Graham., quien al visitar Chile junto a Lord Cochrane en 1822, la conoció en el esplendor de su hermosura -25 años-, afirmando que “tenía el más hermoso rostro que hubiese visto jamás”. Genuina revolucionaria, abrazó la causa redentora uniéndose íntimamente a la familia Carrera, con la cual se involucró en peligrosas circunstancias durante la Reconquista Española, lo que testimonió Javiera en su epistolario.
Igualmente, intercambió en forma permanente misivas con Javiera, en calidad de cuñada y fiel patriota, al igual que lo hizo con Mercedes Fontecilla, su otra cuñada, esposa de José Miguel Carrera. Dicha correspondencia ha sido muy valiosa para ilustrar su valeroso rol como intermediaria entre las autoridades y sus familiares condenados, acción que la historia poco ha destacado. Como anfitriona de los salones más frecuentados de la época reunió a grupos políticos e intelectuales, ofreciendo un cálido ambiente para intercambiar ideas, consolidando vínculos y alianzas útiles para el apoyo de las operaciones logísticas y militares de los patriotas. Finalmente, el historiador y diplomático Benjamín Vicuña Mackenna la ensalzó en su obra Ostracismo de los Carrera, diciendo que “era un tipo acabado de belleza, donaire y suave gentileza”. Supo ser la digna compañera y esposa del general Juan José Carrera, sufriendo los contrastes de la vida de aquel valiente y audaz militar -fusilado en Mendoza en 1818-, hasta que cargada de pesares falleció en 1833.
GALERÍA DE FOTOS
Retrato de María Isabel Riquelme de la Barrera Meza y Ulloa (Revista Chile Historia Nª 6), y de su hijo Bernardo O’Higgins Riquelme cuando estuvo en Richmond, Inglaterra (Biografía de Bernardo O’Higgins, de Tomás Fernández y Elena Tamaro, 2004).
Agueda Monasterio Silva de Latapiat compartió, junto a Manuel Rodríguez, el terror de los días tenebrosos del siniestro capitán San Bruno, llevando despachos confidenciales al Ejército Libertador. Al lado, José de San Martín pasa revista en Rancagua, a las tropas que harían la Campaña de Perú (Cuadro de Juan Manuel Blanes, 1872).
La hermosa patricia Ana María Cotapos fue recluida en un convento al ser descubierta participando en una conspiración patriota en 1817. Fue esposa del general Juan José Carrera (Revista Chilehistoria números 6/7).