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UT SEMENTEM FECERIS, ITA METES por Rodrigo Biel Melgarejo

Cicerón, uno de los oradores más grande que ha tenido la humanidad, abogado y filósofo, maestro de la retórica, creador de la ciencia del derecho y, para los abogados, un referente importante en el acervo de conocimientos necesarios para entender el derecho a la prueba y la producción de las probanzas, dejó para el bronce frases muy significativas, una de esas es justamente, ut sementem feceris, ita metes, que significa “que todo los que siembras es lo que recoges”.

Digo lo anterior, cuando reiteradamente escucho y leo las quejas que se realizan a diario sobre el incremento de la delincuencia juvenil; miro hacia atrás y observo que ninguno hace o hacemos alguna reflexión sobre qué se hizo mal, qué ocurrió para que la gente se queje; volvemos a Cicerón cuando dice: “De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error”, actualicémoslo y digamos que es de humanos equivocarse.

En lo personal, cada día estoy más convencido que la Ley N° 20.084, llamada de Responsabilidad Penal Juvenil, ha sido funesta para los y las jóvenes, los ha convertido en irresponsables, se ha traducido en una carta blanca a la impunidad de los adolescentes. Recordemos que dicha norma legal se ufana de tener como objetivo la reinserción en la sociedad a través de programas especiales; ¿cuáles?, ¿quién ha calificado esos programas y analizado sus éxitos o fracasos?

Los y las críticas de la opinión pública, no las escuchamos, o bien las calificamos de exageradas, sin embargo, son ciertas, en especial es indesmentible que cada vez más jóvenes menores de 18 años, incluso de 13 años son actores involucrados en delitos graves, justificando que la gente se sienta vulnerada y vulnerable a esos hechos.

¿Quién es responsable?, ¿los jueces, los fiscales?, me atrevo a decir que ninguno de los dos, quizás la legislación que en su construcción solo escucha a los doctrinarios y a los organismo internacionales, generalmente alejados de la realidad, puede que tampoco sean los responsables; pero, cualquiera que revise lo que acontece en tribunales, habiendo sido testigo privilegiado, constatará que los jóvenes infractores tienen largas listas de condenas o de comparecencia al sistema, en veces más de 50 condenas, las que no pueden tomarse en cuenta como reincidencia; entonces la pretendida reinserción social ha sido nula y los infractores siguen infraccionando la ley, percibiendo que el sistema los protege y avala sus comportamientos.

No lo digo yo, varios analistas sostienen que para que la ley cumpla con el objetivo enunciado al inicio de esta columna debe ponerse el “foco en el individuo adolescente y su desarrollo, considerar su compromiso delictual, sus características socioculturales y sus potencialidades, de modo que el sistema sea capaz de decir NO al joven frente a su conducta infractora.”

¿Qué falta entonces?, lo que me imagino hacen los legisladores en sus casas, poner límites, expresión que posibilitará cumplir con la reinserción social, preservar la propia seguridad del joven, quien debe aprender a respetar y no traspasar los derechos de los demás ciudadanos. Como eso no ocurre el joven infractor, dándose cuenta que no recibe una sanción proporcional al delito cometido, persiste en cometer el mismo delito u otros de mayor gravedad.

No hace mucho concurrí a un supermercado, estacioné el auto, pero al volver no pude abrir la puerta y menos ingresar, ya que una camioneta que se estacionó al lado me lo impedía; no me quedó más remedio que esperar, cuando llegó el conductor, un joven que no creo que tuviera 18 años, le señalé que no podía subirme a mi vehículo atendido a que me había encerrado y me contestó “ viejo tal por cual no te podís subir por la otra puerta”, al recriminarle que podía ser su abuelo y que no tenía la agilidad para realizar la acción que me sugería, me volvió a decir un garabato y con gesto amenazante se me acercó, afortunadamente apareció su madre y lo retuvo.

Entonces, ¿quién es el culpable? La respuesta parece simple, el sistema al no establecer límites; de consiguiente estamos recogiendo lo que sembramos y, parece conveniente, volver a escuchar a Cicerón, corrigiendo los errores, quizás todavía estamos a tiempo.

Rodrigo Biel Melgarejo

Abogado

Profesor de la Universidad de Talca

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