El próximo domingo nos corresponderá votar en medio de una vorágine política marcada por la aprobación de la acusación constitucional al presidente de la república de una maratónica sesión, y el rechazo al cuarto retiro del 10% de los fondos disponibles por parte de los trabajadores en las AFP. Ambas resoluciones fueron adoptadas en la Cámara de Diputados, por lo que no son definitivas. Ahora deberán pasar al Senado, instancia de la cual saldrá la resolución definitiva.
Los ánimos se encuentran un tanto exacerbados por la crítica situación socioeconómica que se está viviendo y estar ad portas de las elecciones presidencial, de diputadores, senadores y consejeros regionales. Las redes sociales como instancia de comunicación están contribuyendo muy lastimosamente, no a informar más y mejor, sino que a amplificar, confundir y desparramar como reguero de pólvora falsedades al por mayor desde comandos centrales creados exprofeso con el propósito de enlodar a los rivales en carrera. Lo expuesto no hace sino multiplicar las dificultades que encierra la decisión de por quién votar.
Dificultades que se explican por cinco factores: desprestigio de la política. La gran cantidad de candidatos en carrera, la existencia de muchos candidatos desconocidos, la ausencia de propuestas por parte de los candidatos, y la aparición de candidatos que ocultan su filiación política.
La política está viviendo días difíciles, sin duda alguna, y no solo en Chile, sino que en todo el mundo, lo que se explica porque ella ha sido capturada por intereses económicos inconfesables y porque la vocación de servicio político está por los suelos. Cuando se ingresa a la política para hacer negocios o ganar plata, se la está prostituyendo.
Lo ideal sería que la gran cantidad de candidatos en carrera se debiera a una extendida vocación de servicio por parte de ellos. Desafortunadamente, las señales existentes en torno a los escándalos que giran en torno a quienes ejercen altas funciones públicas, inducen a pensar que es el interés económico el gran impulsor de muchas candidaturas.
También invita a la sospecha la proliferación de candidatos desconocidos, sin mayores antecedentes, o con antecedentes más que discutibles. De la lista de candidatos a diputado, senador o consejero regional, intente hacer el ejercicio de identificarlos, saber qué hacen, si los conocían hace 5 o 10 años atrás. Con suerte quizás sepamos algo del 50% de los candidatos.
Por estos días vemos nuestras calles y parques inundados de carteles publicitarios y grupos distribuyendo volantes dando a conocer las características de los candidatos. En general solo contienen palabras vacías que se lleva el viento, sin mayor respaldo y sin propuestas factibles de implementar. Pura voluntad sin base alguna.
Por último, para rematarla, los candidatos se presentan ocultando su filiación política, como si fuesen independientes de toda una vida. Y quienes lo hacen dentro de la lista de algún partido, lo hacen como independientes. Este ocultamiento si bien se explica por el desprestigio de la política, delata un engaño. A ello agréguese que en la papeleta de votación encontrará candidatos que en elecciones anteriores postularon por una tienda y hoy lo hacen por otra, como quien se cambia de camisa.
Todo lo señalado de los párrafos anteriores invita a pensar si vale la pena votar. Y no es para menos. El problema reside en que está comprobado que mientras menos sea el universo de votantes, mayor es la incidencia de posturas extremas, las de quienes juegan al todo o nada, debilitándose la democracia. El fanatismo se apropia de la democracia, mientras una mayoría silenciosa toma palco con los consiguientes perjuicios para sí misma. En democracia, por más limitaciones que esta tenga, y que por cierto las tiene, el cauce de las inquietudes ciudadanas es a través del voto, votando, no quemando ni lanzando piedras ni destruyendo bienes públicos y/o privados. La democracia va más allá de votar cada número de años, exige organización, vigilancia, análisis de las distintas opciones en juego, votar responsable e informadamente. No podemos eludir nuestra responsabilidad. Cuantas veces nos quejamos de los políticos y no obstante ello, los reelegimos una y otra vez.
Todo candidato requiere ser elegido no solo por una mayoría de votos contundente a su favor para concretar lo que promete, sino que, de una gran mayoría del universo electoral, esto es, de una baja abstención. De esta forma los ganadores emergen bien empoderados. Por lo señalado, no obstante, el pobre escenario en que nos encontramos, estimo que la peor decisión que podemos tomar sería la de no votar.
Y para saber por quién votar, cada uno de nosotros deberá darse el trabajo de desentrañar lo que hay tras cada candidato, su trayectoria, su vocación de servicio, su filiación partidaria. En democracia, si no queremos que nos metan el dedo en la boca una y otra vez, este trabajo es inevitable.