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VALORES Y VALORACIONES por Horacio Hernández Anguita

 

Las discusiones “valóricas” son ahora frecuentes. Variados grupos esgrimen razones a favor o en contra de asuntos complejos. A menudo costumbres y apreciaciones sin vigencia en la actualidad reciben juicios diferentes. El discurso, a veces, sólo se orienta a los “propios valores”. Según esto, los valores serían fruto de meras decisiones, gustos y tendencias personalísimas. Por eso se alega el derecho a la “diversidad en los valores”. Que cada cual haga lo que quiera…, pues toda opinión es válida…

¿Pero qué son los valores?

El valor está en algo o en alguien que recibe por nosotros la estimación, el afecto, comprometiendo la vida. Esto ocurre porque en sí lo valioso pide de mí el respeto y la honra que de suyo posee, solicita mi adhesión. Me inclino, entonces, ante el valor que trasciende a prejuicios e intereses de un determinado círculo. Ahora bien, si en el orden material, el oro es valioso, por ser un metal cuyo precio es de alto costo… no obstante, el valor humano es más noble y trascendente, puesto que se trata de la realidad personal y de sus acciones. La persona, en efecto, posee dignidad y no tiene precio…, según advierte Kant con lucidez. Las cosas útiles tienen precio; la persona, en cambio, es un “fin en sí misma”, y posee “dignidad”. Su valor no es de cosa. La dignidad es la cualidad del valor radicado en la persona. Por eso la persona no puede usarse jamás como medio o instrumento útil. Eso es manipulación.

Con lo dicho, creo que es necesario distinguir lo siguiente. Los valores son; se tienen o no se tienen; se cultivan o se descuidan. Ellos constituyen, pues, la dignidad de la vida humana, su sentido más profundo; en su ámbito vale la pena conformar la conducta. Ahí están la honradez, la veracidad, la justicia, el respeto, el amor, el bien común, etc. Es que los valores se hacen patentes en las acciones con las que el hombre imprime su sello. Así relucen y se manifiestan. Son el soporte del convivir social. Los valores inspiran y expresan las obras de la cultura y las creaciones históricas.

Pero la valoración es lo que el sujeto aprecia según su punto de vista, agrado u opinión, la que puede ser más o menos acertada. Habrá valoraciones mayores o menores de la vida, del arte, del deporte; de la justicia o de los derechos humanos. Hay valoraciones políticas y también en el mercado financiero: “estos son mis valores”. Ahora bien, no siempre las valoraciones mías o las de un grupo determinado hacen justicia a los valores y al hombre mismo. La paradoja existe y es patente: hay valoraciones que pueden estar muy alejadas de los valores… El racismo, por ejemplo.

Es que los valores asemejan al comprender. Consigo comprender más o menos un enigma de la naturaleza, pero en la compresión puedo equivocar. La apropiación subjetiva del conocimiento es un proceso abierto y dinámico hacia la verdad, donde hay errores. También ocurre en el descubrimiento, adquisición y entrega a los valores, cuyo foco último es el bien sin más. Aquí nos jugamos la vida. Pues apreciar en su real valor la honestidad, la cortesía, el derecho al trabajo y a los bienes básicos, es una marcha que nunca cesa, en gradual clarificación de la conciencia. Esto implica discernimiento por el valor como un bien querido, opciones y sacrificios, por lo que vale la pena vivir…

El realce de valoraciones momentáneas es estéril. La vida fecunda se realiza en la búsqueda y obrar del bien honesto, el bien que perdura. En cada tiempo el hombre está llamado a honrar los valores que dimanan del bien. Allí la existencia alcanza su plenitud y belleza. Pues las valoraciones no son criterio de vida, sino los valores.

La persona valerosa y fuerte se hace más libre cuando escoge el bien mayor, por encima de intereses y las contiendas de poder.

Horacio Hernández Anguita

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