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VIOLENCIA Y CODICIA VAN DE LA MANO por Rodolfo Schmal S.

Antes de iniciado el partido entre Colo Colo y Huachipato en el Estadio Nacional, se pidió un minuto de silencio para homenajear al expresidente Sebastián Piñera fallecido en un trágico accidente aéreo. Un partido por una supercopa, que no logro entender qué tiene de súper, y donde la figura estelar sería el rey Arturo, luego de su incursión por ligas mundiales de primer orden para volver al club de sus amores. Garra Blanca, la barra brava de Colo Colo no podía estar ausente.

No faltaban los motivos para el minuto de silencio. Mal que mal, Sebastián fue accionista de Blanco y Negro, la sociedad controladora del club hasta el día de hoy, sociedad que ha sacado y puesto presidentes en Colo Colo desde que las sociedades anónimas hicieron su ingreso en el mundo de los negocios futbolísticos. No solo fue accionista, sino que gran accionista dado que estaba en posesión de importantes paquetes accionarios. Paradojalmente no era fanático de Colo Colo, sino que de la Universidad Católica. Es tal como están las cosas hoy.

Al final del día, el protagonismo del evento no fue del partido, ni del rey Arturo, ni el homenaje al expresidente Piñera, sino la Garra Blanca gracias a los graves incidentes desatados a partir de la estruendosa pifiadera y cánticos contra Sebastián a que dio origen el minuto de silencio. No es primera vez que la Garra Blanca entra en acción para dejar una estela de destrucción y desorden a su paso. La pregunta que cabe hacerse es ¿quién financia a estas barras bravas? ¿quiénes les dan las entradas? No es la primera vez que los desmanes tienen lugar. Lo ocurrido me recuerda el refrán “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Sin perjuicio de la responsabilidad que les cabe a quienes originaron la violenta destrucción de parte importante de un estadio recientemente remozado, sería interesante indagar respecto de quién tuvo la ocurrencia de instituir el minuto de silencio en una instancia que podría abrir espacio a reacciones encontradas difíciles de contrarrestar. Me temo que pasará el tiempo y no pasará nada, hasta la próxima destrucción.

En paralelo, por esos mismos días, los ministros de la Corte Suprema resolvieron renovar su flota automotriz que no alcanza a tener 10 años de antigüedad. El Ministro de Hacienda metió la cuchara afirmando que tiene un vehículo del 2015 y que aún le funciona lo más bien. Yo tengo uno del 2008 y también anda tiqui-taca. La resolución parece una tomadura de pelo al país: decidieron comprar 22 vehículos de una marca de alta gama avaluada en más de mil doscientos millones de pesos. O sea, cada vehículo sale por un valor sobre los 50 millones cada uno. ¿En qué país estamos? Después nos quejamos porque la gente está molesta, por la inseguridad, por el terrorismo. Esto es tan impresentable, que al interior de la propia Corte Suprema una minoría se percató que esto iba a generar ronchas. El escándalo fue tal que finalmente los propios supremos tuvieron que echar pie atrás a su codicia.

Desgraciadamente esto no es algo aislado. Se inscribe en una realidad que a la larga le cuesta caro al país: el desencuentro entre las máximas autoridades, tanto civiles como militares, y el pueblo, la gente de a pie. Autoridades que gozan de granjerías que debieran hacerlas sonrojar. Han perdido la vergüenza. Este desencuentro, en vez de reducirse en el tiempo, pareciera crecer, incidiendo en el malestar que recorre al país y que de alguna manera termina desencadenando, estando detrás de una violencia sin sentido como la descrita más arriba en el Estadio Nacional. Después nos agarramos la cabeza a dos manos porque no lo vimos venir.

Rodolfo Schmal S.

Ingeniero Civil Industrial, U. de Chile

Magíster en Informática de la Universidad Politécnica de Madrid, España

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