Probablemente porque lo he repetido demasiado, mis hijos se ríen cuando digo “la mayoría de los chilenos no sabe lo que es vivir con inflación”. Pero, a riesgo de seguir provocándoles risa,debo señalar que lo dicho es una rigurosa verdad. Y prefiero ser fastidioso que “cómplice pasivo”.
El perfil demográfico de nuestro país indica que más del 70% de los chilenos nació cuando estábamos superando la severa crisis inflacionaria de la segunda mitad de los años ’70. O sea, cuando la mayor parte de los chilenos adquirió una relativa conciencia económica (supongamos que en la adolescencia), la inflación y sus secuelas no eran la principal preocupación económica. Había muchas otras, por cierto, pero aquella no era la más relevante. Así, insisto en que la mayor parte de los chilenos de hoy no vivió con índices inflacionarios de 2 (y hasta 3) dígitos. Hasta hoy.
Las recientes cifras dadas a conocer por el Instituto Nacional de Estadísticas y la reacción del Banco Central ante ellas, dan cuenta de una amenaza inminente. Lo más probable es que lleguemos a diciembre con una inflación que supere el 10%, dicen los expertos. Y yo, que no lo soy, temo que la cifra sea un poco mayor. Unos dos puntos mayor. ¿Y eso, se nota? Por supuesto que se nota. Cualquiera puede advertirlo, tenga o no alguna formación económica. La “Sra. Juanita” tal vez no tuvo educación financiera, pero sabe perfectamente que el kilo de pan, hace un año, costaba aproximadamente $1.000. Y que hoy ha debido pagar, casi, $2.000. Cualquier dueño de automóvil sabe de la angustia con que miramos el visor de la bomba bencinera. O el pasaje en colectivo. O la suma de las compras de verduras. O la cuenta bancaria, que hace meses que no termina el mes con saldo favorable.
Dicen los economistas que la inflación genera un alza desmedida, constante y generalizada de los precios. Desmedida, porque en un lapso muy breve los precios se multiplican hasta cifras de no creer. Constante, porque no se trata de aumentos circunstanciales o episódicos, sino persistentes y repetidos sin cesar. Y generalizada, porque no es un alza del precio de los limones o de los cuadernos, solamente, sino que de la mayor parte de las compras habituales.
Los matinales de televisión, con la perspicacia que les caracteriza, “descubrieron” el tema y ya han comenzado a darnos estrategias para compras convenientes, así como los académicos que, con similar agudeza, nos entregan consejos para hacer rendir el presupuesto. Cómo si las familias necesitaran de esa ayuda retórica para hacer frente a la notable disminución del poder adquisitivo. Por su parte, las autoridades parecieran agruparse en dos: Por un lado, aquellos que, basados en su formación y experiencia, no cesan de advertir y prevenir acerca del futuro negro que podría sobrevenirnos, de no adoptar prontamente medidas de control inflacionario. El Banco Central, con gran responsabilidad, ha hecho lo correcto. El Ministro de Hacienda ha intentado hacerlo, pero con harto menos éxito. Y en el otro extremo, las nóveles autoridades económicas, que se empeñan en cambiar la realidad a fuerza de su sola voluntad, insisten en considerar que la gente no vive en la macroeconomía y que la inflación no es tan perversa como la pintan. Para gente como el Ministro de Economía, por ejemplo, la “Sra. Juanita” podrá sobrellevar esta inflación pasajera con más ayudas y bonos estatales. Se nota que, algunos, conocen la inflación por algún libro que, tal vez, hojearon.
Porque vivir con inflación es acostumbrarse a observar, con sobresalto, las pizarras de los precios y buscar gastar unos pocos pesos menos, unos pocos pasos más allá. Vivir con inflación es percatarse que, cada mes, el dividendo sube tanto como el temor a no alcanzar a pagarlo. Vivir con inflación es mirar el carro de las compras tan vacío como la billetera o la Cuenta RUT. Vivir con inflación es constatar que aquello que consumíamos hace un par de años, ya no lo podemos financiar. Vivir con inflación es darse cuenta que, si te aumentan el sueldo en 5% y la inflación ya va en el 10%, te están bajando el sueldo. Vivir con inflación es, en fin, sobrevivir a duras penas y reconocer, amargamente, que las advertencias y las prevenciones que repetimos con obstinación, no fueron escuchadas. Porque, a veces, tener la razón y señalar “se los dije”, no conforma ni contenta.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho