Parafraseando el nombre de una teleserie española larguísima, analicemos lo que se nos viene este año y el próximo, en materia electoral.
Dejando de lado las elecciones primarias, que importan a pocos y apenas unos cuantos acuden a las urnas, las otras, las elecciones de verdad, esas que nos convocarán de manera obligatoria, serán las siguientes: Por de pronto en octubre tendremos que elegir Alcaldes, Concejales, Consejeros Regionales y Gobernador Regional. Todos en un día (o dos, porque aún no está decidido). Y más aún, porque en algunas regiones es posible que deba efectuarse una segunda vuelta en noviembre para escoger al Gobernador. De estos comicios, el Lector lo sabe, el que logra concitar un poquito el interés ciudadano es la elección municipal, particularmente la de Alcalde. La otra, la regional, escasamente provoca alguna atención. Sea porque los candidatos a Consejeros son perfectos desconocidos para la mayoría de los votantes, sea porque el Gobernador Regional continúa siendo una autoridad bastante artificial, que no ha logrado hasta ahora posicionarse lo suficiente en el conocimiento de la comunidad.
Pero las elecciones de mayor trascendencia e impacto ciudadano serán las que se efectuarán el año que viene. La parlamentaria, a fines de noviembre de 2025 y que en la Región del Maule contempla la elección de senadores, amén de los diputados, y, por cierto, la presidencial, sin duda la de mayor atractivo e interés, por sobre cualquier otra. Esta última, de no mediar alguna sorpresa política mayúscula, contemplará la realización de una segunda vuelta en diciembre, a pocos días de la navidad.
Esas son las elecciones a que seremos convocados en el mediano plazo. Ya están previstas las fechas, ya han florecido variados pactos y candidaturas y poco a poco comenzaremos a vivir, una vez más, el ambiente electoral. Es por eso que conviene comparar el contexto en que se han dado otros periodos electorales, dentro de la abundancia sufragista que nuestro país ha experimentado en los últimos años, contrastándolo con el del tiempo electoral que se nos viene.
¿Cuántas elecciones presidenciales, parlamentarias, municipales y regionales hemos tenido, desde que volvieron a realizarse, tras el interregno autoritario que concluyó en 1990? Una respuesta exacta, además de ardua, seguramente sería un tanto latosa. Baste decir que han sido muchas y en contextos diferentes. Hubo procesos electorales rodeados de un ambiente económicamente crítico, en los que la principal discusión electoral fue la mejor forma de reactivar la producción y elevar el empleo. Elecciones en que todos los candidatos decían saber de economía y poseer la clave de la prosperidad. Hubo otras, también, en que el tema electoral no fue la economía, sino la justicia, la equidad en la distribución y la mejor manera de arribar a una sociedad más justa y equilibrada. En estos comicios, los candidatos se perfilaban a sí mismos como ecuánimes repartidores, precisos en eso de dar a cada uno lo suyo, comprensivos y serenos. Y, también, tuvimos elecciones efectuadas sobre un fondo de integridad cuestionada, corrupción develada y honestidad a mal traer. En ese momento, fueran personas, fueran partidos, casi todos parecían haber sido contagiados con la infección de las facturas ideológicamente falsas y otros virus semejantes. Por supuesto, los candidatos de aquel momento se presentaban como vacunados contra la corrupción e inmunizados contra a todas las malas artes de la política. Verdaderas fortalezas, inexpugnables frente a la disolución o el descarrío.
Hoy, cuando el contexto de las elecciones próximas es la inseguridad y el delito desatado, cuando el crimen organizado pareciera ser el único emprendimiento que consigue números azules, cuando hemos normalizado la violencia por encargo y asesinato por naturaleza, convendría recordar que alguna vez no fue así. Que hubo otros tiempos menos revueltos y más felices. Una época en que los candidatos prometían plazas y no cárceles; prometían trabajo y no alarmas, prometían premios y no castigos. Y la gente votaba con ilusión, no con temor. Con más esperanzas y mucho menos desconsuelo. ¡O tempora, o mores! decía Cicerón hace dos mil años.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho