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Votar o no votar

Tomé una decisión. Voy a votar. Me disculparán los talquinos, pero nunca hice cambio de domicilio. Sigo inscrito en Santiago. Sigo pensando en Lucía, en los niños, en mi departamento que ahora arriendo. En realidad lo administra y arrienda Lucía tras un acuerdo de cinco minutos y cuatro cervezas. 

No tengo idea por quién voy a votar. No me interesa. Además, son tantos candidatos que da lo mismo mi voto, un voto más, un voto menos. Ya no me creo el cuento de cambiar el mundo, de que un voto más otro puede hacer la diferencia. Que estupidez más grande. Nada cambia o, más bien, todo cambia para que todo siga igual. 

Dije que el plebiscito sería mi última participación electoral. Lo dije convencido y aburrido de la palabrería, del diálogo de sordos, de la pelea pequeña, de los proclamadores de la verdad absoluta, de los predicadores encaramados en los púlpitos. 

López intentó convencerme del poder del pueblo, de la conciencia ciudadana, de los beneficios de caminar todos juntos por las grandes alamedas. Sí, López -le dije- pero la gasolina se me acabó a mitad de la alameda, me alcanzó para decir que sí al proceso constituyente. Y listo, nada más.

Tú estás perdido, me regañó López, te dejaste vencer por la desesperanza, por la alienación del neoliberalismo. ¡No podemos dejar que el capitalismo gane!, dijo exaltado en el epílogo de su perorata. 

Ya ganó, López, hace rato. Lo que pasa es que la mitad de los chilenos o quizás un poco más, lo que hace aún más dramático el engaño, quiere quedar libre de pecado, tranquilos con su conciencia cuando van de compras. López hizo lo que siempre hace cuando discutimos y entiende que no me hará cambiar de opinión, se queda callado, me mira con cara de odio y me ofrece un cigarro, aunque sabe perfectamente que no fumo. Funciona. Por algo somos amigos hace tanto tiempo.

Cuando se calmó intentó explicarme el perfil de los cinco candidatos a alcalde de Talca. Partió con las mujeres para demostrar compromiso de género, siguió brevemente con el edil que va a la reelección, luego con el díscolo y terminó con su candidato. 

Lo escuché a medias imaginando lo que me esperaba en Santiago. Ojalá no sean muchos nombres en la papeleta. Pero la verdad no me importa. Mi mayor preocupación es no equivocarme al doblar los votos. Y que Lucía me aloje en su departamento.

 

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