¿Conoce el Lector alguno de los “pueblos fantasmas” que se ubican en el desierto de Atacama? Lugares que alguna vez fueron habitados, donde bullían ilusiones y esperanzas, donde hombres y mujeres, pese al entorno inhóspito, planeaban marchas y soñaban caminos hacia mejores destinos. Lugares hoy deshabitados, observados con nostalgia por quien creía que jamás alguien podría abandonarlos. Pero, la gente se fue. Factores y motivos hubo muchos. Responsabilidad compartida y culpas cruzadas. Lo cierto es que allí donde hubo gente, ya no hay.
Eso mismo, el transformarse en una suerte de “pueblo fantasma”, le ha pasado esta semana a la Lista del Pueblo. Al igual que en la canción de los perritos, de los 27 Convencionistas miembros de la Lista del Pueblo, no queda ni uno. O casi, puesto que la “tía Pikachu” pareciera persistir en la idea de ser parte del referente de extrema izquierda.
Una lista multitudinaria. Llena de ganas y de ganadores. Fue la gran sorpresa de la elección de miembros de la Convención Constitucional. Superó a muchos partidos. A bloques completos. Decían que su energía era imparable. Que habría Lista del Pueblo para rato. Sociólogos serios la analizaron, explicaron y justificaron. Se veía venir, dijeron. Las señales eran claras y bastaba interpretarlas. Cientistas políticos, más serios aún, proyectaron su camino. Los partidos van a morir y las Listas van a remplazarlos, dijeron. Es el futuro, decían. Pero no fue así. La Lista del Pueblo, casi desde el momento mismo de su reconocido éxito electoral del 15 y 16 de mayo, empezó a mermar y a desfondarse, hasta la hoja vacía en que hoy se convirtió.
Primero fueron algunas mujeres, elegidas por la Lista para integrar la Convención, quienes la abandonaron. Diferencias con los directivos que, al parecer, no se tomaban muy en serio eso de la horizontalidad de la Lista en la adopción de las decisiones. Más tarde, el confuso “hackeo” de las redes sociales de la Lista, a través de las que se criticó al recién ungido abanderado de la izquierda más institucionalizada, Gabriel Boric. También gatilló renuncias la justificación de la agresión que ese mismo candidato sufrió durante su intento de visitar a algunos “presos de la revuelta”, que ciertos controladores (para no decir dirigentes) de la Lista avalaron. La fugaz candidatura presidencial que se ofreció al sindicalista Cristián Cuevas, que duró un par de días y luego, confusamente, se le dejó de respaldar, abonó más aún el descontento y los alejamientos. Y la gota que rebalsó el vaso, o que vació la Lista más bien, fue otro caso electoral: La frustrada candidatura presidencial de Diego Ancalao, inscrito con firmas falsificadas en una Notaría inexistente y ante un Notario fallecido.
Así las cosas, la Lista del Pueblo, cuan fantasma, sufre hoy la condena de vagar eternamente en busca de liderazgos, de nombres que respalden y no que disgreguen. Que hagan crecer y no menguar. Mirando fotografías de Santa Laura o Humberstone, uno puede imaginar a sus pobladores viviendo y trabajando bajo el sol inclemente, esforzándose por un destino mejor. Pero, esas gentes se fueron y en el desierto hoy sólo quedan las casas, algunos talleres, máquinas oxidadas y recuerdos. Nostalgia, nada más.
Mientras, en las fotos de la Lista del Pueblo podemos observar, hace poquito, sonrisas triunfales y miradas optimistas. Rostros llenos de planes y designios. Discursos inflamados de palabras grandes y objetivos plagados de metas infinitas. El pueblo, decían, por fin tiene portavoces legítimos, exentos de los vicios y ajenos a los mil artificios de los políticos de siempre. Hoy, anunciaban, el pueblo tiene una Lista que significa cobijo, refugio y sostén a sus sentires y esperanzas. Nunca más los partidos de siempre y los políticos de antes. Nunca más las peleas chicas, las pugnas intestinas y las divisiones debilitantes. Nunca más las pillerías y los trucos indecentes. La Lista del Pueblo sería otra cosa, más sólida y honesta. Pero todo eso se acabó. La Lista devino en una hoja vacía y, si el pueblo creyó en ella, no fue más que un espejismo, un engaño de la mente que le hizo confiar en meras apariencias. En fantasmas.