El 19 de julio de 1922, el barco que transporta a Gabriela Mistral hasta México, echa anclas en el puerto de Veracruz, donde le espera una destacada delegación del gobierno azteca para recibirla. Días antes había embarcado solitariamente en Valparaíso, acogiendo la invitación de ese país, para colaborar en la gran reforma de educación que ha propuesto el ministro José Vasconcelos. En su patria deja sinsabores, amarguras, rechazos y mezquindades. Pese a su creciente fama, no ha logrado publicar un libro. La crítica es dura con sus versos, se le ha negado, incluso, su derecho a hacer clases, dicho en lenguaje claro, a ganarse la vida. ¿Hay algo que conmemorar al recordar el verdadero exilio al que fue forzada? (Jaime González Colville. Academia Chilena de la Historia)
El año recién pasado, y en días cercanos, se han hecho recuerdos a través de la prensa, de la partida de Chile a México de Gabriela Mistral. Se afirma que es un hecho histórico que honra al país y a su cultura. Pero, la triste verdad es que la ya ilustre poeta, debe dejar su tierra, por cuanto todas las puertas se le han cerrado en su patria. Y de la peor manera.
Recordemos, sin adornos ni inflexiones, los hechos.
Chile, es decir sus autoridades civiles, eclesiásticas, los funcionarios mayores y menores, sus colegas de profesión –profesores, poetas, críticos literarios– los editores, trataron, inexplicablemente, de pésima forma a Gabriela Mistral: se le censuró, injurió, menoscabó e incluso silenció.
Injusticias desde la edad más remota: mientras estudia en la escuela de Vicuña (que hoy conserva el que habría sido su banco) la directora del establecimiento, ante la pérdida de un objeto nimio, la acusó de robo ante el curso. Sus compañeras la apedrearon en la plaza. Huella indeleble en su espíritu adolescente.
A los quince años postula como alumna de la Escuela Normal de La Serena. Ha publicado unos versos con seudónimos en diarios de Coquimbo y La Serena. El director del plantel, el sacerdote Manuel Ignacio Munizaga, le negó la matrícula por profesar “ideas paganas”, agregando que sus escritos “eran algo socialistas que no se compadecían con la orientación pedagógica que se impartía en su escuela”. Además, remata, “eso de escribir versos no es propio de una señorita”.
En consecuencia, no puede ser maestra, que es la vocación de su vida. Obtiene – en 1909- el cargo de secretaria e inspectora del Liceo de Niñas de La Serena. Un día, la directora observa que redacta las notas de los libros de clases “con sus propias palabras”. Es amonestada. Esa trayectoria docente culmina cuando, al efectuar las matrículas, acepta a una chica “demasiado pobre”. Ello expone a las “hijas de familia” del colegio a sentarse junto a alguien de esa categoría. La directora ordena a su personal “no dirigirle la palabra”. Pero el castigo no solo lo cumplieron los subordinados de esa autoridad, sino que, al parecer, lo hizo todo Chile.
Con la ayuda de don Pedro Aguirre Cerda logra que la Escuela Normal de Niñas N° 1 le acepte dar exámenes libres y ser profesora primaria. Obtiene un nombramiento en una escuela rural próxima a Santiago.
En 1911 es designada profesora de biología e higiene del Liceo de Niñas de Traiguén. La directora reclama por no ser titulada del Instituto Pedagógico. Siente el vacío y menoscabo (irónicamente, hoy, ese establecimiento lleva su nombre). Es trasladada a Antofagasta y de aquí, en 1912, nombrada directora del Liceo de Niñas de Los Andes. En todos los colegios ve ceños fruncidos.
En diciembre de 1914 se abren los Juegos Florales de Santiago, organizados por la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile. Es presidente de este organismo Manuel Magallanes Moure y encabeza el jurado del certamen, además de los escritores Miguel Luis Rocuant y el talquino Armando Donoso. El máximo premio era la Flor Natural donada por el Municipio de Santiago y una corona de laurel. Dos poemas se disputaron el galardón: una “Plegaria Poética a la Virgen María” y tres sonetos de extraño contenido: “Los Sonetos de la Muerte”.
Se ha repetido que Gabriela Mistral ganó en forma unánime este concurso. No es así. Al momento de dictarse el fallo, Rocuant se inclinó por la “Plegaria”, mientras que Armando Donoso defendió con vehemencia a los “Sonetos”. Magallanes Moure resolvió la pugna, votando por éstos. Abiertos los sobres, resultó ser Julio Munizaga, serenense, mientras que la ganadora fue, para extrañeza de todos, una mujer, con el seudónimo de Gabriela Mistral, el que usó por primera vez en el periódico “La Constitución” de Ovalle el 10 de junio de 1908.
Lucila Godoy se oculta anónimamente entre el público. No es por timidez (nunca la tuvo) sino que sabe que su temática la seguirá cerrando puertas.
Su paso por la docencia fue amargo ejercicio. En 1918, siendo ministro Aguirre Cerda, se le designa directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas. Poco después es trasladada a Temuco. De una y otra parte emergen críticas por esta maestra nombrada, según se dice, por el favoritismo. Se le considera “intrusa”.
“Intrusos son los que enseñan sin amor y sin belleza -escribe Gabriela- en un automatismo que mata el fervor y traiciona a la ciencia y al arte mismo”.
Por esos días, aparece un artículo en un diario de Madrid, firmado por Federico de Onís: “A este lugar del mundo, los chilenos han relegado a su más ilustre poetisa”. Como se dice ahora, las autoridades “miran para el techo”.
Al crearse el Liceo N° 6 de Niñas de Santiago el 14 de mayo de 1921, se abre concurso para nombrar directora. Gabriela postula y es designada (con la ayuda del ministro Aguirre Cerda) por sobre otra docente que cumplía con los requisitos legales. Hay escozor. La combativa revista “Claridad” de la Federación de Estudiantes de Chile, en su edición del 4 de junio de 1921, publica una dura nota firmada por Fernando García Oldini, donde, sin tapujos, le enrostra que “Ud. no tiene merecimientos para aspirar a la dirección de un Liceo…”, para finalizar con la expresión, “no se ha hecho justicia”.
Las presiones de los pedagogos, hacen que un funcionario del Ministerio de Educación -“un miserable” diría Gabriela en su regreso a Chile en 1954- le ordene dejar el cargo.
A principios de 1922 asume como secretario de Instrucción de México el eminente intelectual José Vasconcelos. Es la época de la post revolución y se desea dar una estructura a la educación de ese país. Convoca a diversos intelectuales. En el caso de Chile no serán catedráticos ni rectores de universidades: la elegida para esa alta tarea es Gabriela Mistral. Asombro. Estupefacción. ¿Estará bien informado el gobierno azteca?
Gabriela Mistral se va de Chile –para siempre– en 1922. Su primera estación es Veracruz, México. Aquí se le asigna una residencia, automóvil y chofer e incluso avión para desplazarse por el país. Tiene recién treinta y un años.
Revisa los planes de estudio, mejora los métodos, reitera que el estado es el primer educador. Refuerza las escuelas rurales con planes que luego se extenderán por toda Latinoamérica. Elabora y logra que se promulgue la ley de Jubilaciones de los Maestros Rurales, también adoptada por varios países.
Se le levanta una estatua en México –antes que en Chile, huelga decirlo– y editoriales norteamericanas editan su libro “Desolación” (1922) y en España se publican sus “Lecturas para Mujeres Destinadas a la Enseñanza del Lenguaje” (1922) y “Ternura” en Montevideo, en 1924. En Argentina se lanza “Tala”…Todas estas obras tuvieron editor en nuestro país años después.
La noticia de la súbita fama de la poetisa inquieta a las autoridades chilenas. En 1923 el Rector de la Universidad de Chile Gregorio Amunátegui, a petición del Consejo de Instrucción Primaria, le concede el título de Profesora de Estado. Pero ya era tarde.
La noticia, sin embargo, indigna a la educadora y aristócrata intelectual doña Amanda Labarca: ¿Así se “regalaban” los títulos universitarios?
Sigue su vida errante como cónsul en diversos países. No le atrae regresar a su patria. “A Chile le sirvo tanto o más fuera que dentro”, diría. Algo internamente le hace predecir que morirá “en tierra extraña, de muerte callada y extranjera”. En 1933 es cónsul en Madrid, pero Neruda, junto a García Lorca, tienen gestos despectivos con ella y debe abandonar España. Esto lo refirió Gabriela en carta de 1952 dirigida a García Oldini, su antiguo detractor, digitalizada en nuestro archivo. Sin embargo, dijo no sentir rencor con el poeta chileno. Este episodio lo han ocultado los biógrafos de Neruda y Gabriela.
Varias veces se intenta eliminar su consulado. En 1935, para vergüenza nacional, un grupo de connotados intelectuales europeos, entre los que están Miguel de Unamuno y Romain Rolland, piden al gobierno de Arturo Alessandri que se le designe cónsul vitalicio con derecho a elegir destinación. Se le dice al Mandatario que su nombre es una honra donde desee instalarse. El Presidente accede de inmediato, y el Congreso le concede el rango pedido mediante ley del 17 de septiembre de 1935. Varios honorables votaron en contra.
Viene su postulación al Premio Nobel. El Gobierno radical de González Videla le ayuda. Lo obtiene en 1945, en medio del asombro de los chilenos y el silencio de otros. Casi de inmediato se dan cuenta que no ha obtenido el Premio Nacional de Literatura, pero los jurados de los cinco años siguientes ni siquiera la incluyen en la terna. De pronto alguien observa que debía repararse esta “injusticia” y se le otorga en 1951.
Vuelve al país en 1954. Gobierna Ibáñez. La recibe en La Moneda y es aplaudida en las calles por una multitud. Conversa con la prensa y nombra sin dudas ni vacilaciones a sus enemigos. Dice que Raúl Silva Castro, crítico de El Mercurio es una “mala persona” y recuerda al “miserable” que la hizo salir del Liceo N° 6 de Niñas.
Cuando muere, sus restos llegan a Chile. La majestad del instante no la deja inmune a las mezquindades de nuestro país. Se discute sobre los honores que se le rendirán. El ministro de Relaciones Exteriores, Osvaldo Saint Marie, asesorado por el Jefe de Protocolo, rechaza de plano los equivalente a Presidente de la Republica. Se busca una alternativa. Pero el Comandante en Jefe del Ejército, General Luis Vidal Vargas salva noblemente la situación: se le homenajeará con el rango de General de División.
En junio de 1922, poco antes de partir a México, en entrevista a El Diario Ilustrado, a una pregunta sobre sus decepciones, respondió: “¿Desengaños de las gentes? Ya han rebosado mi vaso de amarguras”.
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