En el Diario Talca del pasado 25 de diciembre, don Mario Rodríguez Órdenes entrevista al novelista don Carlos Tromben, quien, según nuestros datos, tiene una quincena de títulos con temas históricos entremezclados con la ficción, terreno en el que ya incursionaron Liborio Brieva y Ramón Pacheco en el siglo XIX y Jorge Inostroza en la centuria pasada.
De sus juicios, nos deja reflexionando la frase con la que se abre la crónica: “Cada cien años queda una escoba grande en Chile”. Hemos releído varias veces sus respuestas y también revisado los recortes de diversos artículos sobre el pensamiento del señor Tromben en nuestra base de datos ¿Es tan así como lo plantea este autor? Porque si lo fuera, significaría que nuestro país gozaría de al menos un siglo de admirable paz social y cívica. La verdad, a nuestro entender no es concordante con la realidad.
Por Jaime González Colville, Academia Chilena de la Historia
REVISA AQÚI LA ENTREVISTA DE MARIO RODRÍGUEZ A CARLOS TROMBEN:
Carlos Tromben: “Cada cien años queda una escoba grande en Chile”
Mario Rodríguez Órdenes es un buen entrevistador y varios de sus trabajos del DT están digitalizados en nuestros archivos. Pero tiende a empatizar con su interlocutor y no lo “aprieta”, como lo hacía magistralmente la recordada Raquel Correa. Ello, sin embargo, no resta mérito a su labor.
Pero, centrándonos en el punto de reflexión que nos convoca en este tema, varias veces, en artículos publicados en diarios, en el Boletín de la Academia de la Historia y en conferencias a las que se nos ha invitado, hemos precisado que Chile tiene un triste record de guerras civiles durante el siglo XIX: cuatro episodios a contar de 1810. Todas ellas marcaron dolorosamente a las generaciones venideras y en nuestra niñez, escuchamos con asombro a octogenarios caballeros, discutir duramente en defensa de una u otra opción.
PRIMERA GUERRA CIVIL: 1813 – 1817
Decimos esto por cuanto el primer enfrentamiento bélico de nuestra sociedad, de carácter fratricida, fue la lucha de la Independencia (1813-1817). Jaime Eyzaguirre, olvidado y a la vez recordado historiador, fallecido trágicamente frente a Linares en septiembre de 1968, analizó con extraordinaria intuición esa contienda que, tradicionalmente la historiografía (Barros Arana incluido) atribuye a una guerra entre españoles y chilenos o, mejor dicho, realistas y patriotas, toda vez que los que defendían al Rey amaban tanto a su tierra como los nuestros. Sobre ello, es necesario precisar que la mayor parte de las fuerzas del brigadier Antonio Pareja, llegado a Chile en 1813 para “meter en cintura” a los súbditos chilenos, se formaron con chilotes que tomaron sin vacilar las armas, no en contra de los defensores de la autonomía gubernamental que encabezaron Carrera y O’Higgins, sino como un rechazo al abandono en que los mantenía el poder central, desde la dominación hispana adelante. El desastre de Yerbas Buenas obligó a retroceder al jefe invasor, pero a partir de ese hecho, muchos españoles reconocieron filas junto a las fuerzas chilenas y otro tanto hicieron criollos en las huestes de Osorio. Carlos Spano, nacido en Málaga, España, muere al pie de la bandera chilena en la plaza de Talca y un chileno, chillanejo, Clemente Lantaño, compañero de banco de O’Higgins en la escuela de naturales de Chillan, combate al mando de los realistas en Rancagua. El ministro de hacienda de O’Higgins, José Antonio Rodríguez Aldea, fue consejero de Osorio y llevó las banderas chilenas cogidas en Rancagua para que el Virrey del Perú las pisoteara en señal de sumisión. Podemos citar varios casos, pero la esencia analítica de la lucha de la independencia está, a nuestro juicio, definida.
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: 1829-1930
La Guerra Civil surgida entre 1829 y 1830, se encendió cuando el Congreso designó como Presidente de la República a José Joaquín Vicuña, quien resultó cuarto en las elecciones efectuadas (el triunfo fue de Francisco Antonio Pinto), por lo que el bando pelucón (conservador) dio un golpe de estado con fuerzas al mando de Joaquín Prieto y Manuel Bulnes. Se llegó a una acefalía del poder ejecutivo entre el 7 y 24 de diciembre de 1829, por cuanto no hubo un gobierno que pudiese ser reconocido como tal: existía una junta, integrada por Freire, Juan Agustín Alcalde y Francisco Ruiz-Tagle y otro poder lo conformaba el Presidente Vicuña y tres ministros. No se logró acuerdo. Tras varios hechos de armas, la situación de dirimió en los campos de Lircay, donde hoy está la U. de Talca, el 17 de abril de 1830. Fue una batalla brutal y sangrienta donde triunfó el bando conservador. Tras algunos interinatos, asumió la presidencia Joaquín Prieto entre 1831 a 1836 y 1836 a 1841. Pero los motines siguieron y uno ocurrido en Quillota en julio de 1837 terminó con la vida de Portales, férreo ministro a quien se debe el fortalecimiento de la era conservadora y la Constitución de 1833, que incubó el germen de la Revolución de 1891.
TERCERA GUERRA CIVIL: 1851
Sólo doce años más tarde, el fantasma de la guerra civil volvió a ensombrecer a Chile. Los líderes liberales, encabezados por jóvenes como Bilbao, Carrera Fontecilla (hijo del prócer) Vicuña Mackenna y otros, desconocieron la elección de Manuel Montt y estimularon al candidato derrotado, el general José María de la Cruz, para alzar las fuerzas de Concepción y avanzar sobre Santiago. El general Bulnes, que acababa de dejar el mando, salió de la capital para enfrentar al militar rebelde que además era su primo. La situación se dirimió de nuevo en el Maule, en los campos de Barros Negros (Villa Alegre de hoy) el 8 y 9 de diciembre de 1851. De la Cruz fue derrotado en una de las contiendas más sangrientas de que se tenga memoria. Bulnes y De la Cruz firmaron el tratado de Purapel y Montt tomó el férreo mando de Chile, exiliando a casi todos los protagonistas de la intentona. Si cabe la expresión, “volvió la paz” al país, ésta fue sobre más de tres mil muertos.
Inspirado en este episodio Alberto Blest Gana escribió “Martín Rivas” en 1862 y Daniel Riquelme “La Revolución del 20 de abril de 1851” en 1893.
CUARTA GUERRA CIVIL: 1891
La revolución de 1891, surgida cuarenta años más tarde, marca el cuarto episodio de ese siglo incendiado por enfrentamientos entre hermanos: el Presidente Balmaceda tuvo enfrentamientos con el Congreso durante 1890. La gota que rebalsó el vaso fue la negativa de los parlamentarios para aprobar el presupuesto de 1891. Balmaceda, determinó seguir gobernando con el de 1890. El Congreso resolvió que el Mandatario estaba fuera de la ley, a lo que éste respondió con el cierre de ese poder del estado a contar del 1 de enero de 1891, asumiendo él todas las funciones públicas. Ante esto, la Armada respaldó al Congreso y el Ejército al Presidente. La tormenta política perfecta.
Se constituyó una Junta de Gobierno integrada por los Presidentes del Senado Ramón Barros Luco, y de Diputados, Waldo Silva. Estos se trasladaron al norte con la escuadra, donde se designó al mando de la Marina y de la Junta al capitán de navío Jorge Montt Álvarez, instalándose en Iquique.
Balmaceda puso todo el control del país en manos del Ministro del Interior Domingo Godoy. Hubo fusilamientos, azotes, allanamientos y exilios. El episodio más penoso y que impactó a la sociedad chilena, fue la matanza de Lo Cañas, el 18 y 19 de agosto de 1891, donde 84 jóvenes de influyentes familias de la capital se reunieron para un ilusorio complot, pero descubiertos por fuerzas al mando del Coronel Ramón Vidaurre y el Teniente Coronel Alejo San Martin, fueron asesinados y 9 sobrevivientes fusilados, tras un consejo de guerra y previa orden del General Orozimbo Barbosa.
Entre los jefes militares que actuaron en esta contienda junto al gobierno estuvieron los generales Orozimbo Barbosa y José Miguel Alcerreca, quienes fueron derrotados en la cruenta batalla de Placilla el 21 de agosto de 1891. Ambos murieron en la contienda, incluso pese a estar heridos y bajo la protección de la Cruz Roja. En Putagan, Villa Alegre, se fusiló a cuatro campesinos acusados de intentar volar el puente ferroviario de ese sector, donde actuaron por orden de sus patrones, el padre del Cardenal Silva Henríquez entre ellos.
La noche del 29 de agosto, Balmaceda salió de La Moneda y se dirigió a la legación argentina, dejando el poder en manos del General Baquedano. Pero éste, por razones nunca aclaradas, llegó a asumir sus funciones a la una de la tarde del día siguiente, dando lugar a los saqueos y otros atropellos que sufrieron los partidarios del Presidente caído.
Balmaceda, como es sabido, se suicidó en la embajada mencionada el 18 de septiembre de 1891, dejando un testamento político que más tarde impulsó a sus seguidores a formar un partido político.
ALESSANDRI EN 1920, UN PRESIDENTE OPORTUNO
Ahora bien, dice el señor Tromben que Alessandri del año 20 fue un Presidente “que hoy llamaríamos populista”. Sobre ello estamos ciertos que el autor consultó las legendarias revistas “Juventud” (17 números entre 1918 y 1922) y la valiosa “Claridad” (fundada el 12 de octubre de 1920 y que circuló en una primera etapa en 135 números hasta noviembre de 1926), fundadas por la Federación de Estudiantes de Chile y donde tuvieron cabida los adversarios más enconados del conservadurismo de esa época, como Santiago Labarca, Arturo Bianchi, Juan Gandulfo, Humberto Meza Fuentes, Oscar Schnake e incluso Fernando, hermano de Arturo Alessandri. En esas páginas se difundían los escritos de Carlos Marx, se exaltaba la revolución rusa (“¡Mirad hacia el oriente, en Rusia brilla un nuevo sol”!, decía el editorial del 14 de mayo de 1921). Se fomentó la organización de los sindicatos de obreros y se atacó de palabra y a pedradas a la Universidad de Chile, el Congreso y el Poder Judicial. Se lanzaron virulentos dardos contra la jerarquía eclesiástica. Se llamaba sin rodeos a la revolución total…”. L<os goces materiales -decía el número 6 de Claridad de julio agosto de 1919- morales e intelectuales aumentan cada día y no cesan jamás de aumentar; mas, por desgracia, en nuestra sociedad autoritaria, son acaparados por algunos privilegiados”.
En el número del 22 de agosto de 1921 aparece por primera vez una fotografía de Neruda, vestido de frac y, por esa fecha, se critica duramente a Gabriela Mistral por haber sido nombrada directora de un liceo sin tener título de profesora de estado, postergando a otra que sí lo acreditaba, y si de transparencia hablamos hoy, se publican cartas de diversos políticos (Aguirre Cerda entre ellos) donde piden al rector de la U. de Chile aceptar en medicina a alumnos que no reunían los requisitos en desmedro de otros que sí los cumplían.
A la luz de esa situación, el estallido social del 18 de octubre del 2019, a nuestro juicio, tuvo mucha menor trascendencia.
En este contexto, la aparición de Arturo Alessandri en la escena política de los años 20, logró aflojar el vapor de la caldera. Su primer gobierno tuvo como ministro del interior al radical Pedro Aguirre Cerda. Se enviaron al congreso leyes sociales inéditas y alarmantes para la derecha de la época. Alessandri sí supo leer a los militares y tras reunirse con la joven oficialidad a principios de septiembre de 1924, prefirió ausentarse del país antes de aceptar un disimulado auto golpe castrense. A su regreso, en marzo de 1925, puso como prioridad dictar una Constitución reconociendo derechos básicos a los ciudadanos. Como dijo un historiador norteamericano al incluir su nombre entre los forjadores del mundo moderno, “pudo ser dictador, pero eligió la democracia”.
Nuestro último trabajo publicado en el Boletín 129 del 2020 de la Academia Chilena de la Historia es un análisis de estas revistas, en especial “Claridad”, (digitalizada íntegra en nuestro archivo) la cual, estimamos, debiese ser leída con detención por quienes hoy sostienen las llamadas “ideas progresistas” y también por sus adversarios.
Sin embargo, medio siglo después de la promulgación de la Constitución de 1925, Chile estaba ad-portas de otro conflicto institucional, el 11 de septiembre de 1973, sin detenernos a considerar las asonadas que afectaron al segundo gobierno de Alessandri (1932-1938) y a los presidentes radicales.
En todo caso, en entrevista del diario La Tercera, del 16 de mayo del 2015, el señor Tromben da una clave de su quehacer, entre ficción y realidad. Expresa allí, “el historiador trabaja sobre evidencia dura, el novelista no”.
Tomando la afirmación del señor Tromben, estamos de acierto con su expresión de Chile y la “escoba grande”, pero estimamos que deben acortarse los plazos de ocurrencia.
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