El nombre de la fundación que desató el vendaval político de estos días es bonito y creativo, hay que reconocerlo. Es que toda construcción política, sea instrumental o fundamental, requiere, cada tanto, ser vivificada, atizada. No hay cosa peor que dormirse en los laureles (cuando se tienen), o autocomplacerse en la rutina. Por eso, “Democracia Viva” puede ser un buen nombre para una fundación, si es que, con su labor, consigue animar la democracia y despabilar a los que confían en que los valores propios de este sistema garantizan su decencia.
Cuando el amigo entrañable del Presidente, el ministro Giorgio Jackson, proclamó que esta nueva generación que conduce el gobierno está dotada de estándares morales superiores respecto de todas las que le antecedieron, muchos reaccionaron. Algunos complacidos porque, al fin, seríamos conducidos por gente impoluta, impecables en su porte y actitud inmaculada. Una generación que jamás había profitado de recursos públicos (la verdad es que nunca habían tenido la oportunidad) y que, por tanto, con propiedad podían erigirse en censores de todos. Situarse por sobre el bien y el mal les quedaba estupendo. Por eso, iban a cambiarlo todo. Otros, escuchamos la declaración de Jackson con un dejo de perspicacia. “De harto cerca viene la recomendación”, decía mi abuelita cuando yo afirmaba ser el mejor. Con más visión, Bonvallet dice en un video que aún circula en redes sociales, que no les cree a estos jóvenes autoerigidos como los nuevos Catones de lo público. La auto donación de Jackson, de parte de su dieta a una fundación propia, descubierta más tarde, resultó decidora. Parece que “el Gurú”, aunque post mortem, acertó una vez más.
Nunca quedó claro si el estándar moral superior del que hablaba Jackson, sólo adornaba a quienes ocupan los más altos cargos de la administración desde 2022, si permeaba hacia abajo a los niveles intermedios, o si llegaba hasta la base, a los operadores políticos que pueblan las abundantes entidades territoriales, tocadas con el favor gubernamental. Hasta ahora.
Hoy nos hemos enterado que aquellas viejas prácticas corruptas, tan denostadas en cuanta campaña electoral hubo desde 2019 en adelante, esas mañas deshonestas que, decían, acompañaron aquellos 30 años de oscuridad, esos ardides viciosos de los políticos tradicionales que nunca más volverían, están de vuelta. O, más bien, nunca se han ido. Puede que, apenas, hayan mudado un poco el pelo, luzcan barba y no corbata. Pero siguen ahí. Amparadas en las ganas del provecho personal y alimentadas de la caja pagadora del Estado, tal parece que, a estas fundaciones, no les llegó el estándar moral del que hablaba el ministro. Esos próceres de la moral, que iban a desterrar las prácticas del amiguismo y el nepotismo, no eran tales. Porque, a la hora de repartir recursos, la supuesta superioridad de sus estándares morales no resistió la tentación.
¿De cuánta plata estamos hablando? Al igual que la caja de Pandora, de la que habló un senador socialista cuando se refirió a este caso, no se sabe todavía cuántos males contiene y cuántos miles le faltan. Al momento de escribir esta Columna, a la Fundación “Democracia Viva” se había transferido $426 millones (entregados de manera fraccionada, para evitar la fiscalización de Contraloría), a la Fundación Urbanismo Social $941,5 millones, a la Fundación ProCultura $554 millones, a la Asociación Campamento de Ideas $797,5 millones y a la Fundación Cultural TomArte otros $400 millones. Sólo en Antofagasta. Y sólo desde la Seremi de Vivienda. Pero regiones hay muchas. Seremis más aún. Y “vivos” todavía más. Por eso me parece acertado el nombre de aquella Fundación que destapó este “nuevo Caval” (lo dijo un senador socialista). Que se llame “Democracia Viva” brinda la ocasión de recordar que la democracia no descansa sólo en el sufragio, sino que también se sostiene en la confianza de los mandantes, los ciudadanos, en sus mandatarios, las autoridades. Si los elegidos administraran con el rigor y cuidado de quien maneja bienes ajenos, la democracia viviría exenta de prejuicios, reparos o aprensiones. Pero si el poder se llena de ladinos, marrulleros y bribones que piensan que los recursos públicos son propios, tendremos un sistema basado en la desconfianza, el recelo y la sospecha, porque sus estándares morales dejan mucho que desear.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho