A propósito del Día del Consumidor, escucharemos y leeremos diversas recetas sobre cómo ser un “buen consumidor”. En las condiciones y ritmos de nuestra sociedad actual siempre estamos practicando el consumo, ya sea adquiriendo, usando o simplemente apreciando algo. Tiene todo el sentido que pensemos un poco hasta qué punto podemos hacernos “responsables” de lo que pasa con nuestros consumos.
Sin duda, la necesidad de un consumo más sostenible ronda los modelos de desarrollo vigentes y los modos de vida que aquello involucra. Existe consenso respecto a que los patrones de consumo actuales son insostenibles, y que el crecimiento económico incuestionable basado en un consumo sin límites tiende a producir situaciones más exasperantes que satisfactorias. Entonces, si queremos hacernos cargo, debemos mirar al consumo desde varios ángulos.
Efectivamente, algunas ideas tales como “consumo responsable” o “consumo ecológico”, se presentan como caminos alternativos al consumismo, al del consumo irracional que atenta contra el medio ambiente, al de las compras más allá de nuestros medios. En suma, serían invitaciones a consumir de manera “responsable”, esto es, a ejecutar una serie de acciones con nuestro consumo que tenderían a proteger nuestro entorno socioambiental, pero sin mirar los contextos ni “fuera de la caja”.
El uso de las redes sociales y el fácil acceso a la información sobre los procesos productivos, impacto de los bienes consumidos, y las prácticas empresariales es un factor importante en el desarrollo de consumidores sustentables, quienes se presentan cada vez más críticos ante la experiencia de consumir. Por otra parte, las empresas han debido optar por estrategias y procesos coherentes con las demandas de los consumidores responsables, estos procesos de evolución y adaptación empresarial ha abierto nuevos nichos de mercado dirigido a este tipo de consumidor a través de herramientas como el marketing cultural. Este concepto se relaciona en la práctica con el discurso del marketing ecofriendly, disociando el proceso de consumo del resto de procesos económicos y sociales que son importantes a la hora de, por ejemplo, concluir si la fabricación de un producto implica una amenaza ecológica, perjuicios a la salud o la explotación laboral de los trabajadores en la fase de producción o distribución.
Sin embargo, esta suerte de prescripción del “consumo responsable” no tiene sentido, cuando se entiende como una dirigida única y exclusivamente a nosotros en nuestro rol de consumidores. Así propuesto, resulta ser una suerte de estrategia de otros grandes actores cuyo objetivo es responsabilizarnos, culpabilizarnos y penalizarnos por cuestiones que van más allá de nuestros afanes.
Al centrarnos en consumidores responsables (“de salvar al planeta”, a estas alturas), olvidamos que no somos individuos atomizados que prescindimos de un contexto, léase instituciones, grupos sociales y comunitarios, culturas y que estamos situados en un territorio. Esto implica distintas maneras de hacer las cosas, reglas formales e informales, junto con las características socioeconómicas y geográficas de nuestras sociedades que nos llevan o no a consumir de cierta forma. La soberanía del consumidor es tan mitológica como la meritocracia. Esto habla tanto de las privaciones asociadas a ciertas situaciones socioeconómicas, pero también de la situación de poder asimétrica que enfrentan todos los consumidores frente las empresas y Estados ¿Cómo se puede ser “libremente responsable”?
Se puede pensar a los consumidores desde dos dimensiones, una “promocional” que apunta a fomentar prácticas de consumo más conscientes y críticas, y otra que apunta a la regulación y a la protección de los consumidores. En la dimensión “promocional” se fomentan acciones y prácticas que se entienden como favorables al colectivo de la sociedad. Una de las primeras premisas de la sociedad de consumo es la existencia de ciertas condiciones para que los consumidores, pero también los pequeños productores y otros actores puedan participar.
La dimensión “regulatoria”, quizás la que más tenemos presente los chilenos por el rol protagónico de los monopolios en el capitalismo de cartel que existe en el país -léase colusiones- que nos ha enseñado que el mercado “autorregulado” no se regula, sino que más bien tiende a la concentración y desde ahí a la consolidación de posiciones desmedidamente favorable para quienes logran concentrar más. De ahí al abuso -percepción muy patente en los hechos que nos llevaron a este proceso constitucional. Por ello, son necesarios organismos que equilibren la relación asimétrica entre empresas y consumidores organismos que protejan realmente a los primeros, tal como ocurre en las sociedades capitalistas avanzadas. Un Sernac fuerte y soberano.
¿Tenemos que ser irresponsables entonces? En general, no es bueno ser irresponsable en la vida y en el consumo, menos. Apuntamos entonces, a formas de discutir y practica el consumo que tienen que ver más bien con pavimentar el camino a iniciativas de transición o de transformación, rescatando dos vías posibles y no excluyentes entre sí: la de la politización del consumo, como estrategia de presión hacia las grandes estructuras productoras del consumo y la del des-escalamiento del consumo.
Podemos hacernos “responsables”, pero todos deben serlo y también podemos escapar de lo individual del consumo, de la mera crítica consumista por un lado y de la exaltación de la ideología de la supuesta soberanía del consumidor, y tiende a confluir nuestros roles de consumidores y ciudadanos de manera realista y colectiva. En nuestra sociedad de consumo precaria no somos ni tan consumistas ni tampoco tenemos tanta capacidad de escoger. Es relevante, entonces, rescatar aquellas prácticas que a través del consumo permitan las condiciones de justicia social y bienestar, y brindar las estructuras institucionales que permitan su crecimiento.
Alejandro Marambio Tapia
Investigador Fondecyt “Consumo Crítico”
Académico de la Escuela de Sociología
Universidad Católica del Maule