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CUANDO SE ACABA UN DOCENTE por Franco Caballero Vásquez

“Los patos, los patos en la laguna y luz en, y luz en la tempestad”. El parque está hermoso, a orillas del lago los niños duermen la siesta sobre cobijas sesenteras mientras los padres reposan en un césped bucólico. Los colores de los vestidos, la iluminación del sol sobre cada objeto que compone esta imagen de día domingo en algún campo familiar en la Francia de esa época contrastan con la mujer que se ha acabado en las aguas como Virginia Wolf o Alfonsina Storni. Es la escena final de la película “La felicidad” de Agnes Varda (1965). Título irónico para el dolor de la esposa y madre que ante la infidelidad declarada tan honesta de su marido, no soporta la traición y acciona contra su existencia. Los conejitos siguieron saltarines su rumbo, los gorriones parisinos avivaron su vuelo, los árboles y los arbustos continuaron su meneo tibio de la tarde junto a los colores amarillos, verdes, azules y rojos que presentan las frutas del paisaje fantástico que encubre lo siniestro.

Menos sol hubo en la plaza de armas de Molina, más bien caía la tupida lluvia de este año; los árboles, las bancas y los faroles silenciaron el crujir de sus partículas al carecer de estudiantes, señoras y jubilados que reposaban las palabras en conversaciones esporádicas para nutrir la inmanencia de los sentidos. La plaza desierta se sumergía en una lágrima este pasado 18 de junio, extendiendo el duelo del 7 de marzo en Antofagasta e inscribiendo un verso como réquiem en el largo y estrecho mapa nacional: “¿Qué os parece mi cara abofeteada?”. Es la pregunta del poema Autorretrato de Nicanor Parra como docente.

«Cuando se acaba el amor, da lo mismo día o noche”. La luna no brilla en las ventanas y las estrellas se pierden sin reflejo en la arenilla del patio, mientras descansan las almas luminosas de los profesores en la soledad de los liceos por la noche, me los imagino acomodando las sillas de sus preferidos estudiantes como Lucy Salgado en el final de La torre 10 (1984) mullendo el dormir de sus hijos. Cuando se acaba un profesor, da lo mismo día o noche, se recogen los libros y se contraen las páginas. Cuando se acaba una profesora se oscurece una pizarra, se enfría el pupitre. Cuando se acaban los profesores se acaba el amor.

“¿Qué es parece mi cara abofeteada?” La procesión va por dentro, no asoma tan evidente el delirio agobiante que hacen las pocas fuerzas al levantar el pesado cuerpo de la cama sino hasta cuando te ven los ojos de la empatía, pero la desidia inhumana de los sistemas que convierten a la gente en reproductores no dan cuenta de la noche oscura del alma y martillan contra ti como un dictado macabro palabra por palabra, jornada tras jornada, “detrás de un mesón inconfortable, embrutecido por el sonsonete de las quinientas horas semanales”.

Cuando se suicida un profesor no queda más que el silencio de las aves que buscan hacienda, vuelan, desvarían y escapan de la incomprensible causa humana. Albano era profesor de filosofía, tenía dos hijos y soñaba con «fundir el cobre y limar las caras del diamante», sus 32 combustibles años cargaron el valor de su cometido. Katherine, profesora de inglés, también de 31 años efímeros sucumbió ante amenazas y el enjuto programa de acoso escolar. Dos profesores este año, atenuados por la angustia de las aporías. Dos profesores que pasan a decorar el jardín del cielo, dos mariposas que frágiles en su vuelo han silenciado la tarde en medio de la rutina cotidiana de los patos en la laguna y la luz, la luz en la tempestad.

Cuando un trabajador renuncia a su vida, agobiado por la explotación de su labor, se hace honor a la etimología de «trabajo» que proviene de «tripalium», tablón de tres hoyitos usado como dispositivo de tortura. Un trabajo no debe ser explotado, no debemos imitar la lógica del capital, mucho menos en la instrucción pública (y privada), que como decía José de San Martín, es la primera necesidad de los pueblos, esa y atender el sentido cuidado de los ánimos. Ya no estamos en edad de restarle humanismo a la vida cotidiana.

Franco Caballero Vásquez

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