Como me gusta decir, aunque tengo claro que no se dice así: he volvido.
He volvido, aunque capaz que Usted, mi querido lector, ni siquiera haya advertido que me había ido. ¡¡Pero acá estoy!! Después de que mi cuerpo tuviera una semana extraña, difícilmente descriptible, profundamente recordable y estadísticamente improbable.
Primero veo necesario hacerles una advertencia. Esta Columna incluirá escenas febriles, literalmente, y algunas pudieran dañar su sensible sensibilidad.
Por eso, si no se siente preparado para hablar de cucharas, cuchillos y aspiradoras, puede dejar de leerme o pasar a mis colegas del frente que de seguro hablarán del panorama nacional o de la guerra en Ucrania. Temas no sé si más gratos, pero sin duda menos freaks que mi última semana.
Bueno, resulta que me operé.
Contra toda mi naturaleza que plantea la perfección de esta creación, rompí el chanchito y me puse en manos del galeno que me ofreció olvidar para siempre los lentes.
Así que ahí estaba yo, la mañana de un jueves, clínicamente disfrazada y de espaldita boca arriba en manos de dos doctores y una enfermera.
Ignorante como la ignorancia, me maravillaba de la tecnología que iluminaba con lucecitas verdes y rojas mis bellos ojos, pensando equivocadamente que podía ser operada con los ojos cerrados. Después de todo es taaaaaaan pro la tecnología, que habría jurado que no era necesario ni abrirlos para pasar de ser piti a tener visión 20 x 20.
Pero mi ignorancia chocó con el recuerdo de la Naranja Mecánica. Y ahí estaba yo, abriendo mis grandes ojos y dejándome poner un adminiculo que mágicamente me impedía cerrarlos. Manitos atrás, cabeza firme, ojos bien abiertos. Bien. Puedo resistirlo.
Pero, dígame, ¿Qué nos ha enseñado la naturaleza, la vida y la historia a hacer cuando se acerca un peligro a nuestros ojos? Cerrarlos ¿verdad?… Pues bien, yo no podía… OK, tengo 47, yo misma me puse en esta situación, pagué por ella. Pongámosle el pecho…
Pero, díganme otra vez, ¿Qué nos ha enseñado la naturaleza, la vida y la historia a hacer cuando se nos acerca un hombre con un cuchillo? Cerrar los ojos no se podía, arrancar era poco digno y maduro. OK, tengo 47, yo misma me puse en esta situación, pagué por ella. Pongámosle el pecho… de nuevo.
No duele, no les voy a mentir. Pero es raaaaaaro. Porque Usted ve con sus propios ojos como viene el cuchillo y corta la córnea y la dejan de lado y ve lucecitas y está llena de suero y le limpian el área y toman su córnea y la pegan de vuelta y besito en la frente para la casa. Y le sacan el disfraz operatorio, le ponen lentes de sol con los que no ve nada porque los ojos le lloran sin pausa y Usted espera en la calle que le vengan a buscar y se siente como Feliciano pero sin talento. Y esto aún no parte, porque recién el viernes después de dos días y noches feroces y febriles, en los que sueña con sacarse los ojos primero con una cuchara y después con la aspiradora, comprenderá la razón del delirio, tiene Covid.
Jane Doe