Así como Milli y Molly, como Rachel y Mónica, o qué decir de Thelma y Louise, quisiera hablar acerca de una amistad incondicional que se abraza en la ternura de la confianza, la colaboración e incluso podría ser, del compromiso de una con otra. Juntas viven en un campo sereno tan abstracto para nosotros que no podemos apreciar la delimitación de sus formas, solo podemos estipularlas. Como se torna complejo poder verlas a simple vista, comenzaré, osadamente, por referenciar a la que más se aproxima.
Ella está en nosotros. Surge al despejarse. Al desprenderse. Al quitarse algo. Logra suceder involuntariamente, tras desprendimientos previos. Es la intuición. En la línea de Henry Bergson, la intuición tiene la similitud en los animales con el instinto, ocurre y sucede antes de haber comprendido que hemos actuado intuitivamente.
Bergson dice que el animal activa el instinto, al sentir el peligro o la amenaza. El instinto sucede en el animal. Así mismo, dice que el ser humano al “explotar” (término del autor) ese instinto hacia el conocimiento, se desarrolla la intuición. El instinto disparado hacia la razón genera intuición (“La nueva humanidad de la intuición” C. Jinarajadasa). Bien me parece salvar, que el conocimiento no solo podría lograrse con estudios, sino también con comprensiones, pero eso es harina de otro costal.
En la historia de la humanidad hemos venido agregando conocimientos por necesidades naturales de educación, manejando cada vez más información y reuniendo mayores saberes. Comparemos al país con un siglo atrás, y luego con otro más atrás, y así vayamos mirando la historia completa de la existencia humana en el mundo. Desde la lógica de Bergson, podríamos decir que somos cada vez más intuitivos, porque cada vez se agudizan más los conocimientos en general. Se supone que hoy tenemos muchos más conocimientos que la década anterior. El asunto es que este ejemplo nos sirve para plantear, desde otra arista, que recibir más educación no necesariamente implica tener más intuición. (También podríamos evaluar si acaso tenemos más conocimiento que antes)
Por mi parte, creo que nos hemos cubierto por otras cosas que entrampan el suceder intuitivo. Porque la intuición se puede nublar gatillando un actuar desde las emociones y/o mentalidades. Abro este pequeño hilo: Nuestras emociones nos pueden nublar cuando no hemos sido conscientes de su manifestación. Si tras nuestra actuación en algo particular, no nos damos cuenta de la emoción que había detrás de ese actuar, no estaremos siendo consciente de estos sentimientos, por tanto, habremos actuado de un modo emocional. La mentalidad también nos puede nublar, cuando no utilizamos bien nuestros pensamientos, y estos nos atormentan, nos insegurizan, nos reprimen o nos coartan. La timidez es un ejemplo de este mal uso de pensamiento, o la arrogancia.
La intuición no tiene la misma naturaleza que las formas en que actuamos emocionalmente o pensamos mentalmente, es una rueda que gira por sí sola, llevándonos por delante desde una claridad interior. Por eso quizás requiere de confianza. Confiar en cómo somos, en nuestras decisiones, finalmente siempre estará ocurriendo, tal como el presente; nada queda perdido ni rendido cuando podemos incrementar o disminuir aquella brisa que dirige lo que para muchos es el centro de nuestra persona. En este sentido, solo nos queda “alimentar” la intuición, para que ocurra.
En principios religiosos podríamos decir que es la parte divina que tenemos como seres humanos; es Dios en nosotros. De ahí la sentencia del Salmo 82: “dioses sois”. Al pensar en la intuición como una naturaleza, o una orgánica si se quiere, que funciona de manera autónoma, en la medida en que podemos hacer que se asome o se esconda, nos exigiría un llamado de confianza como mencionaba anteriormente, y por tanto una apelación de Fe. Creer en algo sin conocerlo. O en mejores palabras: Con la convicción de lo que no se ve.
Pero independiente a la concepción de creencias que se tenga, o de la cantidad de palabras o elucubraciones que podamos hacer respecto a las ideas que tenemos de las cosas, sí podríamos decir algo más certero, y es que la intuición tiene una amiga, una cómplice que pervive en la naturaleza de su esencia. La intuición tiene una amiga que se llama Ética.
El afecto por los demás, me permite comprender la solidaridad, la compasión, el sentido de lo justo, la equidad, la determinación de aquello que es bueno, por sobre lo malo. La Ética, que es un desafío permanente, es al igual que la intuición, una actitud cultivable. Todas las personas la tenemos, algunos como lámparas encendidas, otros como velas, otros como pequeños destellos. Y a otros se las tenemos que encender. Pero el calor de la luz debe corregir su desigualdad, quizás desde la eterna esperanza que es la lumbre pedagógica. Total, en el optimismo hay acciones, y el futuro puede ser algo que comienza. Como dice Silvio “Parece que es definitivo, se rompe todo y todo vuelve a comenzar”.
Franco Caballero Vásquez