31 C
Talca
InicioOpiniónEL CELULAR DE HERMOSILLA por Juan Carlos Pérez de La Maza

EL CELULAR DE HERMOSILLA por Juan Carlos Pérez de La Maza

Todos conocemos casos en los que el inesperado acceso a un teléfono celular ha desatado severas crisis. Fotografías que jamás debieron ser revisadas por alguien que no fuera el destinatario; mensajes con alguna delicada información que nunca debió ser compartida; conversaciones que no debieron ser grabadas por ningún motivo; agendas telefónicas con el nombre y número de quienes no tendrían que haber figurado allí y, por cierto, registro de llamadas que no debieron haberse efectuado desde o hacia ciertas personas. Haga memoria y, lo más probable, es que conozca alguna de las situaciones descritas. Revise su aparato y capaz que Ud. mismo arriesgue estar en alguno de estos trances embarazosos.

¿Volveremos a confiar en nuestros celulares, después de lo que le paso a Luis Hermosilla? Este connotado abogado ¿seguirá usando su celular (cuando se lo devuelvan) si el contenido del aparato ha sido el que desencadenó una de las crisis institucionales más complejas (y eso que tenemos hartas) de los últimos años? ¿Será cierto que estos ubicuos aparatos fueron inventados para facilitarnos la vida? ¿Será verdad que son inteligentes? ¿Y que son tanto o más astutos que sus propios dueños?

Hay celulares que tienen más memoria que sus dueños. Y no sólo fotográfica, sino sensorial, episódica, semántica, ortográfica, de plazo corto y del otro. Pueden funcionar en silencio y con sigilo, cosas que a sus dueños a veces cuesta. Dejan más rastro que el que se quisiera y, pese a las prohibiciones y las vedas, se filtran en conciertos, conferencias, baños y dormitorios. Sus dueños les aprecian tanto que les compran adminículos como carcasas, fundas y estuches para resguardarlos. En demostración de su estima, les contratan seguros que les protegen de todo mal. Les cubren con peluches, cristales y pieles de variado origen. Por eso, cuando se extravían, pareciera que sus dueños han perdido algo de sí mismos. Y peor aún cuando llegan a otras manos, porque entonces la aflicción se mezcla con el estremecimiento de sentir la intimidad expuesta y la privacidad en descampado.

Eso último debió sentir el letrado mencionado cuando, hace meses, alguien reveló ciertos mensajes y grabaciones subrepticias, cuyo sorprendente contenido dejaba al descubierto manejos y argucias insospechadas. Y, sinceramente ignoro qué habrá sentido este abogado cuando, inesperadamente, una de las policías allanó el domicilio y las oficinas del jefe de la otra policía, haciéndose con papeles, archivos y, por supuesto, el celular de ese Director General. Lo que sí sabemos es la sorpresa de algunos y el estupor de otros, cuando el contenido del aparato empezó a revelarse en su cruda magnitud. Desde aquel día, pareciera que todo era posible, todo valía y todo se permitía el poderoso dueño de aquel celular. Los mensajes enviados, la información recibida, las llamadas efectuadas y cuanto detalle apilaban los entresijos digitales del artefacto, desvelaban contactos influyentes, emisarios prominentes y astucias irrefrenables.

¿Cuánto más queda en las entrañas virtuales de aquel celular? ¿Cuántos organismos, amén de Impuestos Internos, Policía de Investigaciones y ciertos Tribunales podrían ser involucrados por las arterías y sagacidades de Hermosilla? ¿Cuántos más hay como él? ¿Cuántos celulares más necesitamos para asumir, con desazón, que estábamos tremendamente equivocados cuando afirmábamos que nuestro país estaba ajeno a estos vicios y prácticas? Qué triste es darnos cuenta que no éramos de aquellos llamados a arrojar la primera piedra contra los países corruptos y que la mirada crítica que lanzábamos contra otros provenía de nuestra ingenuidad e inadvertencia, más que de una legítima estatura moral, de la que carecíamos.

Mientras, los millones de chilenos simples y pedestres, ajenos a tanto poder y tantísimos recursos, observan con irónico disgusto las dimensiones insospechadas de la corrupción que nos aqueja y la fuerza incontenible de los malos, cuando creen ser más que los buenos.

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

Mantente Informado
17,807FansMe gusta
8,023SeguidoresSeguir
2,501SeguidoresSeguir
1,130SuscriptoresSuscribirte
Noticias Relacionadas